Recordaba Ángel Oropeza que si no queremos perder definitivamente el país, tenemos una tarea importante y urgente en lo inmediato los que aspiramos y luchamos por la liberación democrática de Venezuela, construir de forma progresiva una fuerte y exitosa coalición unitaria interna de sectores sociales y políticos en la cual todos puedan sentirse parte del ejercicio de una indetenible presión social hacia la transformación viable y concertada del país.
Esta tarea es la que Emeterio Gómez denomina un mensaje moral. No es una invitación técnica, ni siquiera política a sectores o fragmentos de la sociedad, es un mensaje moral basado en valores básicos compartidos.
Estamos presionados por grandes urgencias, el destrozo de Venezuela es casi total, la dinámica del socialismo del siglo XXI ha sido efectiva, desunió a la sociedad entre escuálidos y patriotas, destruyó la agricultura alentando las expropiaciones, convirtiendo a los productores en explotadores y los campesinos en títeres de sus prédicas destructivas, inculpó a los industriales y comerciantes rebajándolos a la categoría de especuladores insensibles que debían ser castigados por el pueblo. Una dinámica corrosiva que se llevó por delante a nuestros artistas, periodistas, maestros, jueces, agricultores, industriales, comerciantes, y todo aquel que pudiera cumplir una actividad beneficiosa, requerida por todos y con esa base ejercer un liderazgo moral constructivo.
El chavismo puede ufanarse que cumplió su tarea, el país tiene que comenzar a reconstruirse desde sus cimientos morales, esto quiere decir ni más ni menos que en apariencia la división es insalvable, unos aspiran a la democracia y a la libertad y otros solo aspiran a enriquecerse, asumen un futuro bajo el mandato de una jerarquía política que les señala qué hacer y cómo actuar para lograrlo.
El tema es complejo, para tener un verdadero mensaje moral sanador debemos incorporarnos, mostrar las tareas constructivas que solo pueden ejecutarse desde el acuerdo y la aceptación de ciertas prioridades.
Pongo ejemplos, quiénes se unirían en una campaña para restituir a nuestras universidades la capacidad y los medios para seguir formando a nuestras nuevas generaciones. Cuánto nos importa la Universidad Central, la Universidad del Zulia, la maltratada casa universitaria de oriente, nuestras queridas universidades de los Andes y Centroccidente. Quién valora la importancia del INCE tripartito (trabajadores, patronos y Estado). Todo hoy en la miseria, castigados fríamente por el régimen. Acaso no se albergaban en los miles de hogares humildes la esperanza de ver egresar de esas nobles instituciones a sus hijos, con toga y birrete. O que el INCE les otorgara la calificación profesional a sus hijos para trabajar, tener éxito y ayudar al resto la familia. Estas esperanzas hoy parecen liquidadas.
A cuántos no les gustaría que regresaran los miles de médicos, salidos de nuestras universidades autónomas, que hoy son reconocidos y aceptados en los mejores centros de salud del mundo.
Quién sería capaz de negar que tenemos una gran urgencia de formar los mejores maestros y los más honestos jueces, aquellos que le dan dignidad a la vida cotidiana de nuestros hogares y a cada uno de nosotros en particular.
Este manojo de aspiraciones, más que razones, son aquellas cosas que deseamos ardientemente, que quisiéramos ver en marcha al segundo siguiente. La pregunta sería ¿qué podemos hacer, en cuáles objetivos unirnos? O, ¿cuáles son las grandes tareas en las cuales difícilmente no participaría o apoyaría, sea cual sea mi filiación política?
Copio a Emeterio en su propuesta ética para Venezuela: “Toda sociedad necesita utopías, esperanzas, ideales e ilusiones en los cuales creer y a partir de los cuales impulsarse hacia el futuro, para alcanzar el bien, la felicidad, el progreso, el heroísmo, el consumismo o cualquier otra meta que se haya propuesto. Toda sociedad necesita esperanzas y en la Venezuela de hoy esta necesidad es tal vez más apremiante que en cualquier otra circunstancia. Hay que estimular las utopías y los ideales”.
Me luce como una propuesta sin alma tratar de unirnos a través de una confrontación electoral del liderazgo, una simple maniobra cuantitativa-separatista que va a depositar la confianza en unos y a expandir la sensación de derrota en otros. Podemos aspirar a mucho más que un careo primario entre los líderes potenciales, tenemos que pedirles que busquen hasta el cansancio aquellas cosas que comparten sin egoísmos, unirse en torno a ellas y con una sola voz lancen el mensaje moral que tanto anhelamos, estamos a tiempo, basta reforzarnos espiritualmente y no encasillarnos en la búsqueda de un reconocimiento que puede separar en lugar de unir. Hoy es urgente dada la arremetida de nuevos gobiernos en Latinoamérica con tendencias autocráticas, teñidas de neocomunismo.
Confieso que solo aspiro a ir al mercadito de mi barrio los domingos, saludar a mis vecinos, al maestro que vive cerca, a la esposa del militar, comprar en el kiosko cercano El Nacional y regresar a mi casa, tirarme en el piso, extender el periódico, leer y regocijarme con la lectura del Papel Literario y las agudezas de sus columnistas. Sencillo, solo que eso requiere perder el temor a los otros, al gobierno, a los militares, al vecino contrario en ideas, porque es simplemente vivir en paz. Los líderes que aspiran a confrontarse que se acerquen a la noción de que absolutamente nada en el mundo, a excepción del espíritu humano, es ni bueno ni malo (Emeterio dixit). Y sólo él puede poner en “la realidad” lo bello y lo feo. El reto es convertir valores individuales en valores sociales compartidos que nos integren en una legión de seres humanos que descansan en su libertad, respetan, confían en los otros y asumen un liderazgo generador de encuentros y no de separaciones, porque pregonan valores compartidos.
Es muy difícil que los líderes se sienten en una mesa y le hablen al país sobre la necesidad de salvar nuestra infancia desnutrida, rescatar las escuelas, los maestros, los médicos, los jueces, las universidades, los medios de comunicación, nuestro patrimonio cultural, la justicia y la fraternidad entre individuos distintos. Es imposible, o solo quedan unas banales elecciones primarias.
Podemos seguir apelando a la democracia, el mercado y la libertad individual, porque todas estas nociones continúan teniendo fuerza y vigencia. Pero si no parimos una idea matriz capaz de entusiasmar a la gente y de motorizar con fuerza la lucha contra la pobreza, el saqueo y la injusticia, nos las veremos muy mal frente al el autocratismo y neocomunismo.
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