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El honor y la libertad de expresión

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Foto EFE

Todo venezolano tiene derecho a opinar sobre Venezuela, desde el lugar donde se encuentre. Queda de parte del lector, es decir, del receptor del mensaje, estar o no de acuerdo, contradecir o redargüir. Y aquel, el emisor primario, desde luego, a contestar lo que crea conveniente. Resulta deseable que sea en términos respetuosos.

¿Les parece poco veintitrés años, tres meses y cuatro días de ch… abismo y sucesión, maltratando con hechos y palabras a todo el país venezolano?

El respeto hacia la libre expresión nunca debe ignorarse. Entendamos que esta nos permite –cabalmente- sostener una opinión contraria, pero también recibir la opinión distinta de nuestros semejantes. Obviamente. Pero aceptarnos iguales, pero con derecho a ser diferentes, nos obliga a asumir el asunto con seriedad y responsabilidad. Esto es, sin enanismo intelectual, sin pobreza de espíritu y sin afán de figuración.

Hoy en Venezuela, dentro y fuera de las redes sociales, cualquiera puede ser Herodes, que, prevalido de poder de mando o de riqueza, hace víctimas de los inocentes. En una sociedad donde se desprecia la persona humana, Herodes puede ser cualquiera.

La forma de ser digno de pedir respeto es respetar. Por mi parte seguiré escribiendo, que las palabras no se atreverán a crucificarme. No llevan la valentía para eso ni la cobardía tampoco de correr.

Habrá que buscar el equilibrio, con libertad, inteligencia y profunda convicción de la dignidad humana de las personas, para seguir expresando nuestras ideas y nuestras opiniones, aunque éstas, por ser distintas al fanatismo rojo rojito, resulten generadoras de escozor en el ánimo de la revolución bonita, y en el de los que componen o integran la oposición y las oposiciones de la oposición.

Hay  mucha gente aturdida, ofendida y obstinada por esos arranques, esas ocurrencias, pues sepan que cuando se defiende el honor personal, ese que es inmanente y connatural a la dignidad de cada individuo, consustancial a cada persona, no solo se defiende y protege el honor subjetivo o interno que es la opinión que cada cual tiene de sí mismo; el concepto en que cada persona se tiene a sí misma, sino también el honor externo u objetivo que es la opinión que los demás integrantes de la colectividad tienen de nosotros; la buena fama que nos hemos granjeado mediante el fiel y cabal cumplimiento de  los  deberes sociales, morales, jurídicos y políticos que impone la vida en sociedad.

La ley penal tutela el honor externo y objetivo, que es el único cuya existencia se puede establecer de modo cierto. La defensa o protección del otro honor, es decir, el subjetivo o interno, corresponde a cada cual, quien lo ejercerá en cualesquiera de los roles que cumpla o ejerza en la sociedad, contra toda conducta dolosa que pretenda mancillar el honor propio, su reputación o su dignidad como persona.

En Venezuela, Estado democrático y social de derecho y de justicia según el artículo 19 constitucional: “El Estado garantizará a toda persona, conforme al principio de progresividad y sin discriminación alguna, el goce y ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos. (omissis)”, con frecuencia se arremete impunemente contra el honor de las personas. Evidente es el lenguaje empleado para ofender y satanizar al que piensa distinto, o a aquel que formula alguna crítica al algún funcionario, o se expresa en favor o en contra al tratar cualquier tema de interés nacional, precisamente en la actual hora de angustia que vivimos, o padecemos, mejor dicho.

Unos y otros querrán contarnos a su modo la misma historia. La memoria nos hará mucha falta, necesitamos poner en orden las discordias y las angustias, nunca escapar al silencio. Sin miedo ni odio.

Nada humano nos es ajeno –dijo alguien–, de allí la obligación de no permanecer ausente sobre lo que ocurre en nuestro entorno.

Estas letras no persiguen erigirse en análisis crítico, no pretenden pontificar sobre la libertad de expresión de nadie, tampoco dictar cátedra sobre cómo y cuándo opinar sobre la tragedia que por desdicha vive nuestro país.

Si alguna intención ha tenido estos trazos, esta no es otra que reconocer el derecho de quien usa la palabra para levantar sus ideales, sin codos ni violencia, sin siembra de odio ni venganza; pero sí como bandera limpia y en alto.

Ojalá se ejerza la libertad de expresión de manera competente y combativa, de modo que los receptores del mensaje no dejen de sentir el gusto que da ver su nombre y pensamiento sobre el papel, además de ser leído por mucha gente.

El dominio del lenguaje hace posible una mayor eficacia del mensaje sobre el lector. El drama político y social del país se trasciende a sí mismo para convertirse, gracias al poder del lenguaje, en tragedia universal.

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