“… y mi viaje me ha pedido que escriba eso./ Pero quiero seguir/ y no le hago ningún caso/ y como en último gesto coloco/ a esta Ankara junto al mar/ … de violetas qué hay detrás de mi”. Henrik Nordbrandt.
En tus viajes, a través del tercer ojo tuyo —como el de Shiva, pero electrónico— vas registrando “instantáneas de instantes” que luego hilvanas en un tejido visual que te ha llevado a escudriñar seres y materiales, fijos o danzantes, trascendentes o banales, “vitales vitalidades”, para acabar pronto. Y lo mío no es solo un juego jugoso de palabras. Es otro modo de decir lo indecible, asir lo inasible, perseguir el insaciable deseo que te mueve a traducir realidades, las que propones en imágenes a la lectura visual de todos nosotros. Estás de nuevo en una exposición que te expone y te revela, en el cuarto oscuro luminoso de una galería de nuestro querido puerto, tan lejos de Bizancio, pero cercano en semejanzas, como el espinazo de agua llamado Pánuco que divide a nuestras huastecas, y allá, el Bósforo que separando, une a la vez a Estambul con Europa y Asia menor.
Amparito, tu nueva muestra de fotografía nos aproxima al mundo fabuloso de un cruce incesante de culturas. Tu paisaje humano y arquitectónico nos muestra la actualidad de una inflexión de civilizaciones, en las que el mundo antiguo sintetizó conquistas y tradiciones espirituales: dio paso a un crisol único en la historia de la humanidad. Tus fotos hablan mientras nos ven. Es el lenguaje azorado del silencio que solo dice la palabra «clic» y que en ella encierra el viaje de las miradas de frente, de perfil o extraviadas de tus personajes de un teatro del azar. Con estas líneas no quiero explicar tu muestra, en todo caso señalar la necesidad de demorar nuestra mirada en esa magia que seguirá siendo la de capturar vidas en un “instante de instantáneas”.
Te reitero lo que te escribí en otra parte: celebro también la coincidencia de esa obsesión tuya con la mía por Turquía. Mientras tú viajaste de occidente a esa tierra pródiga (que ha visto pasar a hititas, griegos, persas, bizantinos, otomanos, armenios, árabes, kurdos, turcos), yo fui el año pasado desde el sudeste asiático a buscar la Troya que añoré en libros y que materializó el sueño y la intuición de Schliemann, en las proximidades de los Dardanelos.
Cabe decir aquí que este viaje que tú captaste con la elocuencia de tu fotografía, yo lo sigo explorando más y más en la huella de tanto viajero fascinante, como lo refiere tan bien el premio Nobel Orhan Pamuk: Gautier, Nerval, Flaubert, Gide, Benjamin, Andersen, Nordbrandt, y nuestro gran poeta latinoamericano Álvaro Mutis, quien escribió este poema que bien puede acompañarnos como scaramanzia afortunada del café, en nuestro pasos en Bizancio:
«Y ahora que sé que nunca visitaré Estambul,
me entero que me esperan en la calle de Shidah Kardessi,
en el cuarto que está encima de la tienda del oculista.
Un golpe de aguas contra las piedras de la fortaleza,
me llamará cada día y cada noche
hasta cuando todo haya terminado.
Me llamará sin otra esperanza
que la del azar agridulce
que tira de los hilos neciamente
sin atender la música
ni seguir el asunto en el libreto.
Entretanto, en la calle de Shidah Kardessi
tomo posesión de mis asuntos
mientras se extiende el tiempo
en ondas crecientes y sin pausa
desde el cuarto que está encima
de la tienda del oculista
«De Los trabajos perdidos». Edmundo Font.
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