La emigración de miles de venezolanos es un fenómeno sin precedentes en la historia nacional. Hay países que llevan muchos años con gran parte de su población viviendo fuera de sus fronteras, como por ejemplo México, la mayoría de los países centroamericanos, e incluso Colombia, por no mencionar varios países asiáticos con una gran emigración hacia medio oriente. Pero ese no era el caso de Venezuela, por el contrario, el país fue durante muchos años receptor de inmigrantes, y quienes vivían en el “Norte del Sur” quizás pensaban en pasar alguna temporada afuera, pero el emigrar era una idea remota para la gran mayoría. Hoy esa realidad ha cambiado radicalmente.
Con una de las mayores diásporas del mundo hoy, Venezuela se ha convertido en una nación esparcida por el mundo. Esto ha afectado la estructura social de la nación venezolana, además de tener consecuencias directas sobre el país como tal desde el punto de vista de lo que ocurre dentro de sus fronteras. A pesar del riesgo de sobresimplificar, esa estructura se puede abordar desde la perspectiva de los que emigraron versus la de aquellos que aún permanecen en el país, habiendo entre unos y otros una brecha cada vez mayor. Los que están afuera muchas veces cuestionan el que se ha quedado, el que aún está en Venezuela reniega del que salió del país.
Lo anterior ha traído consigo quizás uno de los debates con menos sentido en las redes sociales, particularmente en Twitter, en el que se leen argumentos como el de decir que quienes están fuera de Venezuela no quieren que el país mejore, o que quienes aún están en el país son cómplices del régimen, y como estos muchos otros planteamientos sin ningún tipo de fundamento. Más allá de lo anecdótico de estos debates, a lo que hay que prestarle atención es que en el fondo parecen ser el síntoma de una nación fracturada. En ese sentido, el ser venezolano es cada vez más un conjunto de fragmentos que poco a poco van transformando el sentido de identidad colectivo de todos quienes asumen a Venezuela como su país.
Esa fragmentación no necesariamente es negativa, por el contrario, pudiera ser una gran oportunidad de darle a eso que se llama “ser venezolano” una perspectiva mucho más rica del mundo. Vincular a Venezuela al mundo puede ser una ventaja para el país, puede ser la puerta para pensar en grande, para comprender que se puede ser venezolano y a la vez ser ciudadano del mundo. Sin embargo, las piezas que se encuentran desparramadas necesitan algo que las una, y en este momento pareciera que hay más interés en mantenerlas separadas que unidas. Cuando se alimentan los debates entre “los que se fueron” y “los que se quedaron” se está debilitando al tejido social de la nación venezolana.
Israel, y específicamente la comunidad judía en el mundo, es quizás un buen ejemplo. Si alguna nación aparentemente ha aprendido a mantener cierta cohesión más allá de sus fronteras territoriales es esta. Basta ver el dinamismo de esta comunidad en el mundo, no solo desde el punto de vista comercial, también en el plano cultural, para percatarse de que entre sus miembros existe una red de apoyo importante, no solo entre quienes están fuera de Israel, sino entre estos y su país. De manera menos formal quizás, pero la integración que se ha dado entre el norte de México y el sur de Estados Unidos es también una experiencia interesante.
Lo anterior hasta ahora no ocurre con los venezolanos, al menos no de manera generalizada. Por el contrario, hay múltiples anécdotas de personas que son el principal obstáculo de sus compatriotas fuera del país (aunque claro que hay también muchas historias de apoyo). Además, todavía la relación de quienes emigraron con el país sigue siendo fundamentalmente a través de canales familiares (envío de remesas, por ejemplo); sin embargo, las iniciativas de apoyar a Venezuela desde afuera aún siguen siendo limitadas. Hay, pues, una gran oportunidad para convertir un hecho lamentable (la salida forzada de miles de personas) en una ventaja, pero para eso hay que dejar de lado muchas disputas sin sentido.
@lombardidiego
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