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Miradas de agua

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Por KATHERINE CHACÓN

Cuando Gastón Bachelard escribió su serie de tratados sobre los elementos, buscaba adentrarse en las vertientes materiales —sustanciales— de la imaginación y rescatar, para el análisis estético, «la pertenencia constitutiva del ser humano al mundo de las imágenes»— en comparación, por ejemplo, al de las ideas. En su célebre libro El agua y los sueños, Bachelard indagó sobre las fuerzas arquetípicas del agua como fuente del imaginario poético, anteponiendo sus cualidades de transitoriedad, poder diluyente, o pureza, a temas evidentemente relacionados con esta, como el mar o la lluvia. Para este pensador francés, las propiedades del agua la conectaban principalmente con la energía yin, femenina, y la hacían ser, de todos los elementos, el más profundo, por sus vinculaciones simbólicas con el inconsciente.

Miradas de agua reúne el trabajo que seis artistas ―Claudia Cebrian, Lara Di Cione, Sofía Maldonado, Daniela Quilici, Carmen Smith y Toña Vegas― han llevado a cabo en torno a este elemento. Aunque el conjunto es diverso en lenguajes, modalidades y técnicas, estas creadoras comparten prácticas en las que el foco conceptual se desliza hacia lo subjetivo, al integrar la intuición, la emoción, y la mirada interior, y permitir la aparición sugerente, casi metafórica, de la imagen. En estos trabajos hemos querido ver el fluir de esa «fisiología del agua onírica» propuesta por Bachelard, entendiendo que la imagen artística es, también, un campo soluble que bien puede reflejar aquello que en nosotros es mutable e indefinido.

La fotografía de Claudia Cebrian (Buenos Aires, Argentina) se instala al borde de lo onírico. Eludiendo la radicalidad surrealista, pero sosteniendo la fuerza de lo enigmático, Cebrian crea imágenes donde la naturaleza y lo femenino convergen en misteriosas relaciones. Las experiencias psicológicas como mujer e inmigrante detonan buena parte de su obra. Sin embargo, ésta no es del todo autobiográfica, ya que sus narrativas recrean historias compartidas por un colectivo. El agua, una constante en sus fotos, adquiere en éstas un carácter simbólico. Puede aludir a la indefectible corriente de la vida, al saco amnióticoarquetipal ―que provee de nutrición y cobijo interiores―, o a la pureza de la naturaleza, entre otras asociaciones posibles. Las imágenes de su serie Oasis pueden ser entrevistas a la luz del «complejo de Ofelia» descrito por Bachelard. Son notables las similitudes que existen entre éstas y Ofelia, el famoso cuadro realizado por John Everett Millais (1851-52). En ellas se percibe el agua melancólica circundando las tensiones entre vida, juventud y amor, confrontadas con la muerte. Es el agua virgen que sacraliza los ciclos naturales de fecundidad y perecimiento.

Granada, Serie Oasis, Claudia Cebrián

Lara Di Cione (Caracas, Venezuela) comenzó a crear sus Nadadores por el interés que le suscitaron las deformaciones que el agua produce en la percepción de los cuerpos sumergidos. Para realizarlos, toma fotografías de personas que le son cercanas en el momento en que se zambullen y nadan en una piscina. Este proceso le permite avivar una confrontación atávica, aquella que surge al contrastar lo bello/conocido con su contraparte, lo deforme/inédito. Fue Bachelard quien, justamente, señaló este carácter dual del agua, relacionándolo con los estados psicológicos de deseo y temor que ésta infunde. Pero el trabajo de Di Cione se forja, sobre todo, en su fascinación por la capacidad de refracción del elemento. Utiliza un medio acuoso ―el acrílico― en diversos grados de dilución, no solo para traducir plásticamente esta cualidad, sino para mostrar la capacidad del agua de corroer cuerpos e imágenes. La pincelada libre y la intensidad cromática subrayan el talante expresivo de estas piezas. Son esos espacios ambiguos y formas distorsionadas producidas por el agua las que ―según Bachelard― originan la ensoñación, único fermento para la eclosión de la poesía y el arte.

Nadador mariposa, Lara Di Cione

La serie Aguas muertas fue creada después de que Sofía Maldonado (San Juan, Puerto Rico) dejara su país de origen para mudarse a España. El viaje y los cambios que éste supuso, vividos en medio de la crisis global del Covid-19, se reflejaron de inmediato en su trabajo. Siendo puertorriqueña, Maldonado creció frente al mar Caribe, de modo que la «tropicalidad» ha sido parte fundamental de su lenguaje plástico. Esta se refleja, por ejemplo, en el vivo colorido de sus murales. Aguas muertas alude, en cambio, a un océano oscuro y denso. Aquí, la artista no sólo retoma el negro, sino que utiliza una espesa pasta acrílica para radicalizar la volumetría de las pinceladas. La verticalidad persistente de sus obras anteriores ―realizadas sobreponiendo campos de color y abundantes chorreados― cede paso al horizonte y a trazos oblicuos, ascendentes, que recuerdan las plomizas olas de mar adentro, luchando desde lo profundo por imponerse a la gravedad, o su choque rompiente contras las rocas. Es el agua violenta que Bachelard detalló como cargada de energía yan, tormentosa y transformadora. Es el agua del coraje, del recomienzo, que acompaña los tránsitos iniciáticos y la rabiosa lucha contra la adversidad.

Aguas muertas I, Sofía Maldonado

El ejercicio creativo de Daniela Quilici (París, Francia) fluye desde una sensibilidad guiada sutilmente por la intuición. Su lenguaje se ha forjado en la escucha de las voces calladas de la naturaleza y en su atento seguimiento a las resonancias que estas producen en su interior. En su obra, la forma es inseparable de la materia, pues es desde la indagación sensible de lo que el material es y dice, que ésta emerge en consonancia con emociones y delicadas percepciones. Las cualidades de lo acuoso, estudiadas por Bachelard, están presentes en este hacer espontáneo y vital. Por ello tiene la calidad de la ensoñación. El mar o la espuma son, en estas instancias, indefinibles, aunque las manchas de azul diluido, los impastos, y los trazos a creyón, quizás nos acerquen a ese instante irrepetible de poesía natural en el que el ritmo de una respiración se acompasa con el del lamido de una ola. Quilici también trabaja la arcilla en su necesidad de dar cuerpo a estas ensoñaciones que parten y vuelven a la naturaleza, creando nuevas plantas y animales marinos, conchas inéditas, dando imagen a las cualidades del fondo marino. La pasta, mezcla de tierra y agua, es para Bachelard la materia arquetípica que marca los orígenes orgánicos de la vida.

Número 6, Serie límites, Daniela Quilici

Las pinturas de Carmen Smith (Jacksonville, FL, EE. UU.) representan escenas solitarias donde la arquitectura adquiere un papel preponderante. La artista se concentra en áreas que no son propiamente exteriores, pero que tampoco forman parte del interior de las casas o condominios donde comúnmente son emplazadas. Estas zonas intermedias recrean las bondades de los entornos naturales. Son, en cierta forma, sus sucedáneos, por lo que suelen incluir jardines y piscinas. Para Bachelard, el lago constituía el «ojo del mundo», que reflejaba el cielo y donde la tierra podía verse a sí misma. El «ojo de agua» es, entonces, parte sustancial del paisaje natural arquetípico que la zona de esparcimiento urbana imita. El sintético lenguaje de Smith ―que evidencia su tributo a Edward Hopper y Alex Katz, entre otros pintores americanos― crea planos casi abstractos en los que la perspectiva desencadena intensos choques de luces y sombras. Los tonos casi eléctricos subrayan la enigmática atmósfera de estas imágenes. Aunque para Bachelard el agua de las piscinas había perdido toda conexión con las fuerzas telúricas, los ojos de agua urbanos, resignificados estéticamente en la obra de Smith, adquieren potencial simbólico.

Piscina universal, Carmen Smith

Cuando Bachelard disertó sobre la «moral del agua» subrayó que su pureza simbólica ejercía un papel fundamental en la construcción psicológica de las valorizaciones, y en especial, de aquellas que animan las relaciones del hombre con lo sagrado. En este sentido, el agua pura/purificante no es necesariamente el agua potable, sino aquella que emerge inmaculada de las fuentes naturales, y mantiene vivos los vínculos simbólicos con las fuerzas telúricas y trascendentes. El trabajo de Toña Vegas (Caracas, Venezuela) se origina en un penetrante ejercicio contemplativo. La fotografía es el punto de partida de las series Shizen y Traces, en las que la artista ha querido revelar y registrar los trazos secretos que la naturaleza inscribe en la vegetación, las rocas, las nubes, y en este caso, el agua. Vegas decanta las imágenes fotográficas sometiéndolas a alto contraste, lo que deja al descubierto líneas esenciales que luego transfiere, como surcos, al papel pintado de negro y, «en positivo», al pliego blanco. Este proceso de depuración gráfica ritualiza, en cierta forma, la búsqueda de los rasgos esenciales del elemento/imagen, inscritos en su ser físico tras los sutiles intercambios que rigen la formación y transformación de la energía y la materia.

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