Durante casi un cuarto de siglo una banda sin escrúpulos destruyó a Venezuela. Millones de venezolanos salieron del país para sobrevivir. El hambre cundió por doquier. Se destrozaron la educación y la salud. Se saqueó el tesoro público, como nunca se había hecho en América Latina. Se violaron los derechos humanos, certificó la ONU. Los militares impidieron cualquier gesto de civismo. ¿Cuánto nos costó a nuestra salud y a nuestra honra?, ¿cuánto seguirá costando?
Desde no ha mucho se sumaron unas cuantas monedas para que unos pocos ricos y algunos mediopelos de ayer y de hoy lograron mejorar sus cuentas, mientras la inmensa mayoría sigue pasando hambre y sufrimiento. Es más, gobierno y alegres empresarios comenzaron a cantar himnos de triunfo y desarrollo. ¿Cuántas mentiras sumaron?, ¿cuántas Enconvi ignoraron?
Agreguemos, para estar al día, la incógnita del petróleo ruso y el vernáculo, rollo todavía en tinieblas, para que la cosa pueda ser algo más interesante. Más torcido, más Putin.
Tal parece que esas son las dos cartas que se juegan en el país hoy. Los que siguen luchando, con alguna ayuda exterior, bastante disminuida y dubitativa, que creen que no habrá desarrollo en la corrupta dictadura y que aún cojeando habrá que seguir buscando la democracia, elecciones presidenciales y parlamentaria pulcras, y el progreso honesto. Ilusos, quizás.
Y los realistas que creen imposible derrocar el gobierno –hasta el 30 ha dicho Maduro-, que hay que ser pragmáticos, y acercarse o lo más posible a ese poder inamovible, que ya no es socialista y quiere convivir con la propiedad privada sin renunciar, claro, a sus ganancias mal habidas. Un capitalismo mafioso, como el de Putin -otra vez, pero es que el hombre del día- y es amigo fraterno y protector de nuestros mandones. Aquí hay una gran variedad, desde granujas saltadores de talanqueras y asaltadores de botines a industriales y comerciantes muy callados y castos. Y clases medias que celebran poder vivir con cierto decoro e ir a restaurantes una vez por quincena o hacer un viajecito a Miami, paraíso un poco chato, pero bueno, tanta gente decente va. La política al carajo, la vida es una sola. Y yo soy yo y allá los otros, que se las arreglen.
Sí, usted tiene que escoger. O seguir tratando de restituir la patria de Bolívar y la UCV. O, por el contrario, lo otro, la complicidad ávida o el astuto silencio estratégico. El bienestar propio, pues.
Por lo visto lo segundo va ganando ampliamente. Esta es la república del silencio, que diría Sartre. Y quién quita a lo mejor superaremos los largos años de Cuba y de la URSS en el poder. Muchos indicios parecen presagiarlo. Nuestras gloriosas fuerzas armadas (sobre todo nuestros generales opulentos) y ahora el padrinazgo de los rusos. La verdad es que no sabemos qué hacer para sacar a los atornillados nuevos próceres. Pero bueno, a veces pasa que un día se caen los muros y las estatuas, como pasó con los soviéticos. No olvidar que tenemos a José Gregorio. Y, si a ver vamos, ser honesto y corajudo en última instancia tiene sus laureles.
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