En la vida de un país, la posibilidad de un futuro digno y humano depende, en buena medida, de que se tenga una apreciación adecuada de su pasado. Esto es: reconociendo sus activos y no solo sus pasivos. En especial cuando se trata de un país como Venezuela, al que tanto le costó construir una República Civil y Democrática.
La distorsión interesada del historial democrático y, más aún, su negación absoluta hasta el punto de la abolición oficial, trae como consecuencia una confusión general, en la que la masiva y habilidosa propaganda puede degenerar la conciencia histórica (procedencia, pertenencia, proyección) en una charca de falsedades que se acomodan al poder establecido y que colaboran en su continuismo.
Mucha gente pensaría que ante el abanico de problemas que caracterizan la tragedia nacional, el tema esbozado carece de importancia y acaso no sea sino un montón de paja verbal. Pero no es así. El que no se valore su significación, no quiere decir que no la tenga.
Esa misma tragedia nacional del siglo XXI es también efecto de la manipulación destructiva de nuestra trayectoria democrática, luego el tema sí tiene un gran valor, que no se debe despreciar.
Al mismo tiempo, la lucha central es la reconstrucción de Venezuela. Y ello ocurrirá o no en el futuro, no en el pasado. La reivindicación de los aspectos afirmativos de este es vital para la reconstrucción, porque le sirve de fundamento. Y esa lucha central por el futuro no se puede librar desde un vacío o aceptando la mentira del presente.
Tiene que librarse con la esperanza o la espera de bienes futuros. Hay que vivir y luchar para un futuro que reconstruya a Venezuela y desarrolle su potencial en todas las dimensiones positivas.
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