El final del siglo XX y estas primeras dos décadas del siglo XXI marcan una suerte de ruptura o si se quiere metamorfosis, en lo que se refiere a los cánones y pautas de la política. Ciertamente la política espectáculo tiene su origen o génesis en la merma y agotamiento de las agencias o actores tradicionales, y por ende, es básicamente un problema o distorsión en términos de las mediciones o representaciones de unos ciudadanos y vulgos que pareciera que quedaron huérfanos o a la buena de Dios, y como consecuencia, presa fácil de discursos vagos, lugares comunes y cargados en esencia de un ataque feroz a los partidos políticos, al pasado cercano y a la clase política tradicional, inaugurándose una etapa en la que la política comienza a ser escenificada por artistas, comunicadores sociales, outsiders, figuras diversas que comienzan a desplazar a los actores tradicionales y cuya escenificación llega hasta nuestros días.
América Latina será rica en la emergencia y surgimiento de cualquier dirigente que recordando y encarnando al célebre Charles Bronson en la película El Vengador Anónimo, cuya trama se centra en tomarse la justicia por sí mismo, fungirá como símbolo de justicia, castigará a los malhechores y criminales y obrará en beneficio del pueblo oprimido y excluido, una especie de Robin Hood moderno. Así surgió el virus de la antipolítica y en neopopulismo en América Latina y Venezuela, donde las fallas iteradas de los partidos, la falta de relevo generacional calificado o la obstrucción del relevo generacional como ocurrió en Copei, junto a los inicios de casos de corrupción, la emergencia de crisis políticas y problemas económicos no resueltos, ciertas carencias y necesidades no atendidas de unos ciudadanos en su conjunto, producían el caldo de cultivo óptimo para la emergencia de carismáticos populistas o encantadores de serpientes, que con sus arengas y discursos seducen y vitalizan a las masas obstinadas, desafían a la clase política tradicional y partidos del estatus, y encarnan la exclusión política y económica, emergen en medio de la fragilidad institucional de nuestras democracias representativas; son los casos emblemáticos de Alberto Fujimori, Ollanta Humala y Pedro Castillo en el Perú, Evo Morales en Bolivia, Abdalá Bucaram o Rafael Correa en Ecuador, Ignacio Lula Da Silva en el Brasil, Carlos Saúl Menen, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y Hugo Chávez Frías y Maduro entre los más emblemáticos.
Ha sido una constante en nuestras democracias algunas muy incipientes, otras precarias institucionalmente sumergidas en claros procesos de reordenamiento económico y desinstitucionalización partidista, donde se combinaran variables como cierta exclusión social, fragilidad institucional, precariedad del liderazgo político incapaz de producir reformas y cambios, unido a otros fenómenos sociopolíticos, serán en su conjunto situaciones favorables para el surgimiento de esta cáfila de figuras muy variadas que tienen en común aprovechar el descredito de la política tradicional, sus actores y organizaciones, y con un verbo encendido de cuestionamiento de los partidos y sus dirigentes estimularan grandes movilizaciones y capitalizaran los reproches o el hastío, los cuestionamientos, rabias y demás sentimientos negativos o frustraciones de vastos sectores populares en votos y terminaran haciéndose del poder.
La experiencia venezolana es emblemática, no sólo la caída y mesa limpia que Chávez logró en 1998, con un trabajo abonado y por supuesto cuestionable de un fundador de la democracia como fue Rafael Caldera, cuyas apetencias, egos y haber pescado en río revuelto en el momento más complejo de nuestro ciclo democrático, permitiría inaugurar una etapa de personalismos, mesianismos, antipolítica y populismo, con efectos y consecuencias imponderables que llegan hasta nuestros días, cuya mejor expresión nacional será la presidencia de Maduro donde registraremos el periodo más gris de deterioro económico, financiero y humano reflejado en un abanico de situaciones que incluye el deterioro de la familia venezolana en la diáspora y éxodo de varios millones de compatriotas, en la afectación y merma nunca antes vista de nuestros campos hoy desolados, de nuestras industrias y empresas, la pérdida de puestos de trabajo, la pulverización del poder adquisitivo, dos reconversiones monetarias improvisadas y sin el debido andamiaje económico – financiero, la destrucción de la seguridad social, la ruina progresiva de nuestras universidades autónomas, la militarización de la política venezolana, y profundas limitaciones de gestión en nuestras empresas básicas como Pdvsa, Corpolec, Sidor entre otros.
La democracia se construye y se destruye cada día con acciones y decisiones. La realidad actual de Venezuela realmente no es alentadora pero apocalípticos no somos, ciertamente no hay punto de comparación entre esta Venezuela desorbitada y arruinada y el país de hace escasa tres décadas. Somos partidarios de que Venezuela está cerrando un ciclo que muchos pudiesen calificar de perverso y regresivo, definido entre otras cosas, por una democracia desdibujada y desinstitucionalizada, la finitud de un modelo anclado en el petróleo y el rentismo por demás exacerbado en los años de revolución que reclama cambios profundos y su reinstitucionalización.
Insistimos, la democracia no tiene otra manera de blindarse sino con más democracia y queda claro en el sentir y mente de los venezolanos que las elecciones no pueden seguir siendo emotivas, o signadas por el malestar o efusividad desplazando todo juicio racional y crítico tal vez esta sea una de las lecciones de este periodo. El espectáculo y show deben concluir como una muy mala experiencia, y no sólo nos referimos a los actores y liderazgos en el gobierno que teniendo recursos, petróleo, apoyo popular, gobernadores, mayorías parlamentarias fueron incapaces de producir un verdadero cambio positivo, o impulsar un sólido y viable modelo de desarrollo y progreso del país nacional. La irresponsabilidad no está sólo en Miraflores sino también en un sector importante de la oposición nefasta e irresponsable, pseudodirigentes de teclado y WhatsApp desconectados de la gente y sus necesidades. La calidad de una democracia se mide en parte por el desempeño de su clase dirigente y queda claro que en Venezuela la orfandad es una constante tanto en el gobierno como en la oposición.
El país requerirá un enorme esfuerzo colectivo de sus fuerzas vivas, de sus diversos factores y actores, y de sus ciudadanos en la necesidad de transitar un sendero anclado en las certezas y no ilusiones, en el trabajo creador y productivo, en el valor agregado de nuestra gente, en el cultivo de la civilidad frente al militarismo ramplón, reimpulsar el federalismo y la descentralización frente a recentralización registrada, en la construcción de niveles de asociatividad y capital social, en el respeto a la norma y Constitución, en una sociedad que apueste a la educación, a invertir en bibliotecas y laboratorios y no en municiones y armas, una sociedad que desideologice y despartidice la educación, la salud, la seguridad como ámbitos medulares que no pueden desnaturalizarse como ha ocurrido. No estamos defendiendo el pasado simplemente estamos apostando al futuro y condenando a la política a la mala política. Veremos ….
(*) Profesor de la Universidad de Los Andes E-mail: [email protected]
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