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Chuao, estado Aragua: la moderna esclavitud

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En la entrada del patio de secado de cacao de Chuao, estado Aragua, se lee el siguiente verso de Fray Jacinto Nubiano, (de quien no pude obtener otra información que no fuera ese escrito), fechado en febrero de 1968:

Dime Chuao

el color de la tinta

que escribe tu historia.

Te bautizaron los indios,

te poseyeron los blancos,

te heredaron los negros.

Y allá en Chuao, debajo de un enorme letrero que dice “Aquí no se habla mal de Chávez”, siguen esperando por las promesas hechas por el eterno en el Aló, presidente número 309 del 27 de abril de 2008. Cinco horas pasó Chávez en Chuao. Aunque en un momento dado confundió el mucílago del cacao con las semillas, como era habitual en él, terminaba pareciendo un experto en la materia. Ofreció villas y castillos… Aquí unas citas de la larga perorata:

“Aquí está pasando lo mismo que en Barlovento: el disparo de la producción”… Le pide las cifras a Elías (Jaua) pero este, para variar, no las tiene… “Se trata del socialismo, no solo de aumentar la producción, sino de cambiar el modelo. Porque aquí este fruto (toma un cacao) lo abren por aquí y le sacan las semillas, las fermentan y después las secan”…

“¿Qué porcentaje estamos exportando, Elías?”… “Aquí en Chuao 90%, en el resto del país, 60%”, responde Jaua. “¿Te das cuenta? ¡Eso sigue siendo el modelo colonial! Se las llevan para Europa y allá nuestro cacao, producto del sudor de nuestros trabajadores, de siglos de lucha, de cultura, de conocimiento, el producto de nuestra madre tierra allá lo convierten en exquisiteces… chocolates, rellenos de no sé qué más… Y los venden tres veces más caros, cinco veces más caros… ¡Y se llenan de riquezas los capitalistas! ¡Esas transnacionales del capitalismo! Y resulta que aquí, el pueblo que trabaja, nace en la pobreza, vive en la pobreza y muere en la pobreza… y le (sic) deja a sus hijos como herencia la pobreza y su plantación y el tambor, y la alegría, pero la pobreza… ¡Eso tiene que cambiar! ¡Es como el petróleo, pues! Se lo llevaban muy barato y lo convertían en riqueza para ellos… ¡Esto aquí se acabó y más nunca volverá!”.

Ese “más nunca” de Chávez no llegó a durar 15 años. Acabo de estar en Chuao y salí triste de encontrar al mismo pueblo detenido en el tiempo, donde las niñas que recibieron a Chávez en aquella oportunidad son ahora las mujeres que aún esperan que los siglos de lucha, de conocimiento y el producto de la madre tierra les den una manera digna de vivir… pero nada. Lo único que aparentemente cambió es que los capitalistas europeos fueron cambiados por un “capitalista japonés” que los explota igual o peor…

Me acerqué a un grupo de mujeres a preguntarles por qué aceptaban ese abuso. Todas se veían las caras y ninguna se atrevía a responder. En un momento dado, una señaló a unos hombres que estaban al lado de la iglesia, y me dijo “si quiere saber, hable con ellos… ellos son los que saben cómo se le vende la producción al “japonés”, usted sabe”.

No, no sé. Y verlas tan atemorizadas y desprotegidas, me dio aún más rabia. “¿Cuánto ganan ustedes?”, les pregunté. “Ciento veinte”, dijo una de ellas. Y otra añadió, en un susurro: “bolívares soberanos”. ¿Y es que acaso eso no es esclavitud pura y simple? ¡Lo único que cambió es que pasaron de un explotador a otro! Los pobres negros, como decía Gallegos, heredaron la tierra para seguir siendo esclavos.

Más tarde, se me acercó una mujer en la playa. “Señora, mejor no se meta, que esto nunca va a cambiar. Tenemos miedo. “Ellos” son poderosos, están con el “japonés”. No pagan impuestos, no podemos venderle el cacao a más nadie…”

Esa historia me sonó a cuando los españoles tenían el monopolio del cacao, que los blancos criollos se aliaron con los contrabandistas, sobre todo los corsos, para venderles el cacao a un precio más favorable para ellos y aún menor que al que lo vendían los españoles. Pero de eso han pasado más de 200 años…

“¿Ustedes han visto al japonés?”, le pregunté. “No, pero él es el dueño”. Eso es lo que se llama fe: creer en lo que jamás se ha visto. “¿Y tú no crees que si el japonés, si es que existe, no paga impuestos, es porque debe tener a un militar o un alto funcionario de socio?”. Con esa pregunta la ahuyenté. Tal vez saben más de lo que dicen saber, pero no lo confiesan porque están aterradas.

Llegué a Caracas escribiéndoles a los grupos de mujeres que pueden ayudarlas. Ojalá podamos lograr que puedan ser ellas quienes exporten, de manera directa, aunque sea parte del cacao que producen. ¡Qué desgracia que en esta Venezuela chavista madurista el capitalismo salvaje siga estando en manos de los jerarcas del régimen!

@cjaimesb

 

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