Un momento adicional, una conversación más, una milla extra, hace la diferencia entre lo que se aceptó, tal como viene y aquello que se transformó para mejor, o se eliminó porque no servía. Para aquellos que están dispuestos a transformarse nunca será suficiente, experimentan en su transitar la sensación de estar incompletos y requerir un agregado. Esto si se canaliza con la suficiente prudencia y astucia, puede ser el catalizador de interesantes experiencias que se materialicen en aportaciones oportunas o chispa multiplicadora de inspiración y gracia, a quienes se permitan encender.
Una experiencia personal acuñó en mi sistema de pensamiento la inherente necesidad de someterse, no necesariamente en todos los casos, a lo que yo llamo una milla más. La modernidad y los estilos de vida apresurados en los que estamos inmersos nos influencian momento a momento para adoptar como normal la desnaturalización de las cosas de forma prematura, es decir, si algo ya no es como al principio déjalo y empieza algo nuevo. De tal manera, nadie a priori, parece estar dispuesto a caminar una milla extra en la transformación de sí mismo y de su entorno, sometiéndose ineludiblemente a un proceso que puede o no ser incómodo.
La voluntad luce agotada, incluso antes de exigírsele cualquier cosa. Tal apreciación es preocupante porque refleja intolerancia a la transformación y una especie de acomodo sin adaptación real. Es probable que esto resulte en una generación frágil e hipersensible, como la que vemos abrigar sentimientos de inferioridad y desamor. Tal minusvalía en la autoimagen es asociable a la carente autorrealización, porque creen no necesitar esforzarse. El desamor consecuencia ingenua de no responsabilizarse, en la evidente ardua labor de gestar vínculos afectivos saludables y equilibrados, lo cual considero que se aprende a lo largo de toda la vida.
Hacer un ejercicio de avanzar una milla adicional, solo para probar, puede ser útil y revelador en cuanto a la satisfacción que se percibe el esforzarse con un fin y alcanzarlo. Por ejemplo, puede que una amistad ya no parezca la más idónea, pero andar un trecho anejo con esa persona, analizando si las razones son circunstanciales o realmente ya no se comparte nada, que merezca ser salvado. Este ejercicio de amor puede ser fructífero tanto para transformar dicha amistad, como para dejarla atrás si ya no resulta enriquecedora. Otro ilustrador podría ser la práctica de alguna disciplina deportiva o artística que no parece dar los resultados esperados, resistir y darte un tiempo extra en ese ambiente, puede convertirse en un nido para el pichón de artista o deportista que llevas en tu interior.
Cuando se piensa en todo esto, me remonto a la etapa temprana del ser humano y pregunto: ¿si nuestros padres se hubiesen rendido con nosotros cuando aún éramos unos pequeños, la supervivencia se hubiese visto comprometida en la dicotomía de preservar o no la vida? Así de categóricas pueden llegar a ser las elecciones de oportunidad tipo una milla adicional, envuelven a los individuos en procesos de transformación que resultan mudas de piel, haciéndolos fuertes, capaces y activando nuevas rutas del pensamiento que les capacitan para realizar tareas, enfrentar retos y valorar a los demás, porque aprendieron a valorarse ellos mismos con determinación. Más temprano que tarde, una milla más te permitirá mirarte al espejo y divisar las canas producto de la sabiduría y no del envejecimiento.
@alelinssey20
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