Y la novela, enseguida, despoja a la historia revolucionaria de su sostén épico.
Carlos Fuentes. La Ilíada descalza.
Un grupo de personas celebró una fiesta privada en la cima del tepuy Kusari del Parque Nacional Canaima de Venezuela. No pienso hacer alusión a los nombres de estas personas, tan solo me basta decir que representan a la oligarquía chavista y sus amiguetes. Aparte de haber violado los artículos 19 y 20 de la Ley Orgánica para la Ordenación del Territorio sobre Administración y Manejo de Parques Nacionales y Monumentos Naturales, la fiesta expone la identidad más íntima de la revolución chavista.
En sus inicios, al igual que otras revoluciones latinoamericanas, la revolución chavista conformó una especie de épica nacional, en la cual Hugo Chávez, el héroe de la épica, vendría a liberar al pueblo de la hegemonía sostenida por los caciques de la cuarta república venezolana. El objetivo de esta épica era crear un mito fundacional que diera origen a una nación más equitativa; la denominada quinta república o República Bolivariana de Venezuela. No obstante, la revolución chavista no logró construir una épica nacional, sino una inacabable novela que ha dado el protagonismo a los personajes más absurdos y a las escenas más risibles y mezquinas que nos ofrece la historia del país.
La lectura de la historia del chavismo tiene puntos de encuentro con la novela Los de abajo de Mariano Azuela; novela que pone en duda el carácter épico de la Revolución mexicana de principios del siglo XX. La primera analogía sería la de Demetrio Macías —caudillo revolucionario que se alzó tras una riña con el cacique de su zona— y Hugo Chávez —un hombre que, receloso del caciquismo, anheló ser el cacique supremo del país—. La semejanza entre ambos personajes es que no se fueron a la batalla por motivaciones ideológicas, sino por ambiciones personales. Sin embargo, hay una gran diferencia entre los dos. El objetivo de Demetrio Macías era volver a su casa tras la batalla y trabajar tranquilamente en su tierra, mientras que el objetivo de Hugo Chávez era conseguir el poder tras la batalla y que los de arriba pasaran a ser los de abajo, y que él y sus secuaces pasaran a ser los de arriba. La segunda analogía con la novela de Mariano Azuela es que al igual que Luis Cervantes —el cínico consejero que, sediento de poder, convenció a Demetrio Macías de que estaba destinado a ser el héroe de la revolución mexicana— Hugo Chávez también se convenció a sí mismo de que tenía una misión heroica que cumplir, cuando en realidad su ambición era personal y egoísta.
En ciertos aspectos, la revolución logró su objetivo: instaurarse en el trono de manera indefinida, con todos los privilegios que esto conlleva y con todas las miserias que esto genera. No obstante, parcialmente análoga a la Revolución mexicana de la novela de Mariano Azuela, la revolución chavista fracasó en dos cosas: a) destruir la dicotomía entre los de arriba y los de abajo; b) hacer de la quinta república un mito fundacional y de la revolución una épica heroica.
Los que antes estaban arriba, en el poder político y empresarial, han logrado integrarse con la oligarquía chavista. Desde un punto de vista histórico, no hay que sorprenderse mucho de esto. El mantuanismo venezolano —élite que se remonta a los inicios de la colonia española en Venezuela— nunca ha tenido más interés que el de retener sus privilegios sociales. Es por eso que, entre los invitados a la fiesta en el tepuy Kusari, estaban personas pertenecientes a la antigua oligarquía venezolana; cuyas fortunas fueron consolidadas en la cuarta república. A diferencia de otras revoluciones, el chavismo no se ha empeñado en acabar del todo a la élite anterior, ya que tolera su existencia siempre y cuando esta no oponga resistencia al régimen. Lastimosamente, las promesas de justicia social de la revolución nunca fueron más que hojarasca dialéctica para conseguir el apoyo de las masas. Es por esto que Hugo Chávez no es considerado al día de hoy como un héroe mítico, sino como un personaje cómico; un pícaro que tuvo la suficiente labia y astucia para convertirse en el patriarca nacional. Quizás, si el chavismo no hubiese profundizado el sistema caciquista y la desigualdad, se podría concebir a la revolución bolivariana como una épica heroica y un mito fundacional; lastimosamente, eso no sucedió.
Habiendo sido esto así, podemos comenzar a hablar del segundo fracaso de la revolución. El chavismo no se constituye como épica nacional porque en ningún momento cambió la estructura patrimonialista en la que el país ha vivido desde su fundación como nación independiente. Como hemos podido ver en los últimos 23 años, la revolución ha puesto los recursos del Estado al servicio de sus caciques; los miembros de la nueva oligarquía chavista. La revolución no cambió el sistema de privilegios para el acceso de los recursos públicos, tan solo cambió a los receptores de dichos recursos. Es más, la revolución ni siquiera se preocupó por redistribuir la riqueza que expropió de las manos de los capitales privados, tan solo se preocupó por reasignarle lo expropiado a los empresarios que no se opusieran al régimen. Por consiguiente, el carácter épico de la revolución no es sostenido por mejoras heroicas en el sistema, sino por el discurso y la reinterpretación narrativa de los hechos históricos.
Es de gran importancia revelar el carácter novelístico del chavismo; lo que es igual a revelar su carácter ficticio. El chavismo se justifica a través del mito que afirma que en la cuarta república el país estaba sumido en las tinieblas y era necesario que un héroe épico —Hugo Chávez— llegara y cambiara las cosas. Pero como ya hemos visto, la quinta república no sacó a Venezuela del caciquismo, sino que creó un país más desigual y un sistema de privilegios más descarado. Prueba de esto es que los miembros de la élite anterior al chavismo han podido cohabitar tranquilamente con la oligarquía chavista. Al chavismo no le preocupa la existencia del privilegio, sino la existencia de un enemigo real, ya que su objetivo no es la igualdad social sino su permanencia en la cima del poder. Por lo tanto, como los personajes del chavismo han carecido de virtudes heroicas y como la revolución no ha alterado la estructura patrimonial del país, sino que la ha profundizado, podemos deslegitimar la épica chavista y el mito de Hugo Chávez como héroe nacional.
Seguramente, querido lector, usted se podrá preguntar de qué vale hacer esta reflexión si ya sabemos que el chavismo no tiene un carácter épico o mítico. Esta reflexión, sobre el carácter ficticio de la revolución, es relevante porque está directamente relacionada con la fiesta en el tepuy Kusari del Parque Nacional Canaima. Dicha fiesta viene a decirnos que la revolución se ha desnudado; no es la primera vez que lo hace. Al igual que otras expresiones insólitas de cinismo, como las fiestas en yates en Los Roques o los carros de lujo en los restaurantes de Las Mercedes en Caracas, la fiesta en el Kusari es prueba de que la revolución se ha quitado las máscaras y las vestiduras. Y no es casualidad que sea en este momento de la historia en el que el chavismo nos muestra sus pieles sin vergüenza alguna. Desde las protestas de 2017 y el caso aislado del 30 de abril de 2019, el chavismo dejó de tener una amenaza real. Es por esto que al chavismo ya no le hace falta ponerse la máscara de héroe, ya que no puede haber héroe ni épica sin enemigo. La revolución ya puede ser lo que siempre ha sido, una novela distópica. Ya no hay mito, ni épica y la historia es capaz de constatar que el chavismo, carente de identidad heroica, fue incapaz de consolidar su discurso. Estas fiestas descaradas, y todos los otros derroches que hemos visto, conforman una serie de escenas novelísticas que despojan al mito chavista de su sostén épico. El chavismo, su oligarquía y sus amiguetes mantuanos ya pueden desnudarse donde más les gusta, en la cima del privilegio. El mito y la épica eran los últimos sostenes capaces de legitimar, aunque sea en la teoría, la existencia de la revolución. Pero como ya se sienten cómodos, se han quitado la ropa y nos muestran las escenas que llevaban mucho tiempo escondiendo, porque algo me dice que esta no es la primera fiesta que han hecho en un tepuy. Estas escenas de derroche lúdico, sumadas a las otras de violencia, corrupción y tortura, conforman la verdad desnuda de la única revolución chavista; la ficticia y novelada.
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