Dedico este artículo, gracias a El Nacional, a los niños ucranianos, venezolanos y de cualquier lugar de este mundo, desplazados de sus hogares por quienes a esta altura de los tiempos, de lo que debiesen ser procesos civilizatorios, de franco progreso para enfrentar las enfermedades y lograr el bienestar compartido con la búsqueda de soluciones de paz, utilizando para ello las tecnologías y el desarrollo de la ciencia; sin embargo, permanecen aún atrasados apostando a la guerra y a la muerte. Debido a su condición de sociópatas genocidas, como es el caso de Vladimir Putin, estos no alcanzan a concebir una manera diferente para la coexistencia fraternal entre las distintas naciones y sus territorios en nuestro planeta.
El regreso de Boston: ¡A trabajar y estudiar!
Aquella primera experiencia de viajar solo por Estados Unidos, donde no solo había vivido por unos meses en Boston, sino que pude planear y realizar varios viajes a lo interno de Estados Unidos, fue transformadora. Fui, por ejemplo, en tren desde Boston a Nueva York, donde permanecí una semana conociendo sus principales lugares turísticos: la Estatua de la Libertad, Chinatown o el Barrio Chino, el Central Park. Aunque caminando por el sector admiré la torres gemelas del World Trade Center, construidas en 1973, y que serían derrumbadas por la acción de terrorismo muchos años después, el 11 de septiembre de 2001, yo subí hasta la terraza panorámica del Empire State, desde donde podías contemplar la configuración de la gran metrópolis, y como miniaturas distinguir todo lo que permanecía en el nivel de la calle. Terminada esta visita a Nueva York regresé a Boston, desde donde sería mi despedida de mi hermano Ángel. Me dolió dejarlo allá, pues al menos le había servido de compañía por unos meses. Entrado el clima congelante del invierno, lo dejé en un tipo de soledad que sentí que hasta entonces nos era desconocida.
El viaje de regreso a Caracas lo tenía con escala en Miami. Por ello, y con ayuda de mi hermano Ángel, planeé viajar desde Miami a la ciudad de Orlando para conocer Disney World. Aún con aquellos dieciocho años fue una experiencia imborrable. Era un mundo de fantasía y colores donde millares de personas acudían a creativos y diversos entretenimientos. Visitar los estudios de cine, compartir con muchachos de distintas nacionalidades que, al igual que yo, habían tomado el bus para llegar hasta allí desde Miami. Recuerdo a un tipo como de mi edad, gracioso el irlandés, pelirrojo que me tocó al lado en el autobús de ida. Con él compartí buen rato las subidas a los entretenimientos más desafiantes al vértigo y a la corajuda actitud de vencer el miedo que te producen estos aparatos. Conocer el Epcot Center representó para mí la fascinación de admirar en un solo día la recreación de múltiples países, sus riquezas culturales, su música, sus platos típicos. Sitios peculiares que el hombre en cada una de las distintas latitudes del planeta ha desarrollado. México, Francia, los “vikingos de Noruega”. En el pabellón de Estados Unidos se apreciaba la magnitud y diversidad de este gran país. El conocer más, leer más, y el poder viajar a través del cine y por documentales a muchos países del mundo se me hizo, desde entonces, una apetecida, acostumbrada e insustituible aventura. No existía Internet, ni los celulares, ni la riquísima variedad tecnológica con que el google map de hoy nos facilita las cosas, cuando puedes mirar a través de satélites la dirección de una calle específica, casi en cualquier lugar del globo terráqueo.
Reencontrarme con Venezuela
A pesar de haber regresado a través de aquella parada previa en Florida, y haber mirado aquellos otros azules, observar las costas de nuestra Catia La Mar desde el avión que planeaba para aterrizar me hacía sentir, desde ese instante, los olores a la humedad salobre de aquel trópico total que existe en nuestro Caribe. Al descender del avión, con mis pasos seguros y firmes, luego de haber tomado la opción del regreso a mi amada Caracas para estudiar en la Universidad Central de Venezuela, fue confirmada como la alternativa correcta con la sola esplendorosa sonrisa de mis hermanas, de aquella la más hermosa de todas las chicas que era mi novia caraqueña, y todo el ambiente al cual regresaba. Aquella era mi realidad. La que me formaría para entender y actuar en consecuencia en los años por venir. Era un inexorable y por siempre sentido de pertenencia a mi patria, con mis primeros años de vida, de cabal identidad venezolanista; no solo en lo emocional sino en la la formación de la conciencia, donde lo racional se entrelaza con los profundos sentimientos de amor a lo que te es propio por tus raíces.
La universidad se convirtió en un reto desde las primeras semanas de clases. Nunca había estado en una “carrera” con tantos competidores. De arrancada la Facultad de Ingeniería de la Universidad Central de Venezuela era de las más solicitadas. El solo haber sido aceptado e ingresar era considerado ya un primer éxito. Había en los inicios de la carrera, en la Escuela Básica, salones auditorios de clases que metían de 300 a 400 estudiantes. Pero allí apenas empezaba la cosa. En el primer semestre, en una formación prevista a desarrollarse durante diez, es decir cinco años, se presentaban las que comúnmente llamaban materias filtro: El Análisis Matemático I y la Geometría Descriptiva I. Junto a dos adicionales materias que muchos consideraban relleno: Problemas Nacionales e Inglés, se conformaba la carga académica del primer semestre. Así que mi debut en los estudios universitarios fue algo no menos que angustioso. Incluso para jóvenes que como yo, de un liceo público, éramos estudiantes de diecinueve y veinte puntos. En el primer examen de Análisis Matemático nos “coleteraron” al 84% de los inscritos. Es decir después de barrer el piso, “pasaron coleto” con nosotros, como se decía en el argot de aquellos tiempos. Aún hoy me río a solas de mí mismo cuando recuerdo a Miguel Grisanti, hoy día estimado colega, que presuntuoso entonces me preguntaba: ¿Que te vas a rendir y a retirar Luis? Para entonces, según quedó demostrado luego, él y yo por supuesto que no nos conocíamos bien todavía. Los alumnos entrábamos al primer semestre bajo salones asignados por apellidos. Era una lotería el tipo de profesor que nos tocase. Algunos salones se abarrotaban y otros quedaban a medio llenar. Se cumplía así una suerte de evaluación de la calidad expositiva y pedagógica de los mismos.
“Estudiar y luchar”
Esa era la consigna del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, que enarbolaban en la universidad, junto a sus banderas, mitad roja mitad negra. Este era un partido político surgido al comienzo de los sesenta, más precisamente el 8 de abril de 1960, como primera de varias posteriores escisiones que sufriría el partido Acción Democrática. Entonces la presidencia del gobierno nacional estaba en manos de Rómulo Betancourt.
Hacia finales de los setenta, cuando apenas comenzábamos a participar de la vida universitaria, estos jóvenes captados por el sueño de justicia social y redención de la pobreza bajo la promesa de un nuevo tipo de socialismo que calificaban de «socialismo revolucionario», desfilaban en disciplinadas columnas por los pasillos de nuestra Universidad Central de Venezuela. Agitaban sus banderas e ilusiones de las llamadas «cabezas calientes» citando frases como la mencionada «estudiar y luchar”.
Desde la Cantv
En mi caso, la frase que la realidad me imponía practicar era “estudiar y trabajar”. Para entonces, mi padre aún se recuperaba de haber estado verdaderamente quebrantado de salud por la suma de muchos motivos. El impacto de los cambios provocados por los acontecimientos que fueron desde la muerte de mi hermano mayor hasta el divorcio del que fue su único matrimonio, al igual que pasó con mamá. La pérdida de negocios y de su calidad de ingresos económicos lo hicieron más vulnerable a la soledad y a las restricciones que con gran austeridad y dignidad él mismo se imponía. En medio de todo, sus hijas, nuestras hermanas mayores lo consentían y todos le mostrábamos nuestro profundo amor y respeto.
¡Questo es una telefonata di la América!
continuará…
@gonzalezdelcas / [email protected]
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