El “plan” de Maduro no es de Maduro, y ni siquiera es propiamente de su predecesor. Es de los castristas que lograron colonizar al Estado venezolano, y destruir, poco a poco, a ese mismo Estado, a la República, a la democracia, a la economía productiva, y a la vitalidad de nuestra nación, hoy a medio camino entre la emigración masiva y la resignación angustiosa.
El llamado “programa de recuperación, crecimiento y prosperidad económica” es una derivación de lo anterior, es decir, una derivación del proyecto de dominación que, en mi caso, suelo denominar como hegemonía roja, y además destacando sus principales características: despótica, depredadora y envilecida.
Entrar en disquisiciones sobre tales o cuales medidas anunciadas o esbozadas en el referido “programa” no es lo más importante. Lo más importante es evaluar el asunto en la perspectiva del control hegemónico que ejerce el poder establecido, bajo la tutela del régimen cubano. Si esto no lo entendemos así, en el fondo no entendemos nada, y desde luego que es muy difícil luchar con eficacia en contra de lo que no se entiende. Y más que difícil, en verdad no es posible.
Una de las facetas de ese proyecto de dominación, es el disimulo seudodemocrático. Aprovechar valores, instituciones, factores de la cultura democrática venezolana para crear la impresión, dentro y fuera del país, de que Venezuela es gobernada por una democracia tal vez “atípica”, de corte socialista, empeñada en combatir la pobreza con métodos quizás agresivos, pero que todo ello se desenvuelve en un marco constitucional y esencialmente democrático, sobre todo por la frecuencia de elecciones y otras consultas comiciales…
Semejante patraña ha sido vendida con habilidad. Eso no se puede desconocer. Como tampoco se puede desconocer que no pocos compraron la patraña, no porque cayeran por inocentes, sino porque pensaron, con razón, que podían sacarle un oneroso provecho a la situación. Al fin y al cabo, la hegemonía roja no es solo despótica y depredadora sino también envilecida o radicalmente corrupta. Todo lo que toca lo corrompe y, por tanto, lo destruye.
El “programa económico” del que tanto se está ufanando Maduro es una pieza en ese engranaje. No es ni mucho menos la pieza principal, pero sí es la que está presente en estos momentos, en lo que queda de discusión pública en Venezuela, bastante desbaratada, por cierto, en lo cuantitativo y cualitativo. La cantidad de disparates que se leen o escuchan en el país, mañana, tarde y noche, da buena cuenta de todo eso.
Disparates o barbaridades que no pocas veces provienen de “voceros prudentes” o de figuras de cierta resonancia pública en el campo de la oposición política, que, lamentablemente, se agotan en la minucia del día a día, y soslayan por completo el contexto general, sin el cual, los asuntos particulares o no se comprenden en lo absoluto, o se comprenden de una manera peligrosamente equivocada.
Este delirante “plan” que Maduro viene anunciado en medio de absurdos y ambigüedades, inflige daños gravísimos a la ya catastrófica condición de Venezuela que, si el padre Luis Ugalde señaló que era de terapia intensiva hace más de un año, hoy coloca al país al borde de la sepultura. Y me refiero a la sepultura de Venezuela como nación viable.
El plan de Maduro no es la raíz y ni siquiera el tronco de la tragedia. Es uno de sus ramajes. Lo principal es el proyecto de dominación como tal, o la hegemonía despótica, depredadora y envilecida que destruye a la patria.
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