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De la expresión borbotante

“Lo que Lezama propone es, finalmente, una historiografía ficcional, una historia mítica que puede inventarse y reinventarse, como la cultura toda, porque es finalmente texto, narrativa, tejido de incorporaciones capaces de ser ‘invencionadas de nuevo’ una y otra vez. ¿Puede haber algo más atrevido que postular nuestra historia como expresión poética?”

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Llegué a Lezama Lima a través del mundo fantástico y ecléctico de la biblioteca que alimentó mis primeras lecturas. Allí, sin un orden preciso, convivían los libros de mis progenitores en franco libertinaje. No era extraño encontrar en un rincón oscuro un ejemplar del Manual del Caballero Rosacruz, tendido sobre la Imitación de Cristo de Kempis. O ver Los aforismos de Nietzsche en una pila de apretujados volúmenes, soportados por una compilación de números de El Cojo Ilustrado recostados sin vergüenza de una Reader’s Digest, o a La madre de Gorki flanqueando el Asesinato en el expreso de oriente, de Agatha Christie.

Mi acercamiento inicial a Lezama fue natural. ¿Quién no habría de sentirse inclinado a abrir un libro cuyo autor tiene un apellido que comparte? Y además se tiene la suerte de que el primer texto que llama la atención empieza con una frase inquisidora: “Solo lo difícil es estimulante; solo la resistencia que nos reta, es capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento…” (1). Para completar el cuadro, quien lee está comenzando la adolescencia, entonces no hay otro resultado posible sino el del enamoramiento instantáneo. Lo difícil, como en todo camino que va del enamoramiento al amor, vino después, cuando el reto empezó a amenazar con convertirse en tedio ante la densidad del tramado literario, el enrevesamiento conceptual y, por supuesto, la diferencia de edad, no pocas veces obstáculo para este tipo de relaciones. Sin embargo, en este caso pudo más la simpatía, la terquedad, o ambas quizás, y terminé convirtiendo aquel libro de cinco capítulos en un acompañante que maduró conmigo en los años siguientes y fue mostrándoseme de a poco, en sucesivas lecturas.

La expresión americana, nombre de mi libro lezamiano iniciático, es una compilación de cinco conferencias que dictó José Lezama Lima en el Centro de Altos Estudios de La Habana, en enero de 1957. En ellas expone el autor su interpretación personal acerca de los elementos propios de la cultura y de la historia de este continente, a través de un paseo por la cosmogonía precolombina, las crónicas de la conquista, el arte barroco y los románticos, la vanguardia poética. A lo largo del libro se nos presenta un paisaje en el que cohabitan un conjunto de personajes paradigmáticos, representativos del hombre americano, sin discriminación por idioma u origen. Allí están los héroes del Popol Vuh junto a Sor Juana Inés de la Cruz, Fray Servando Teresa de Mier, el escultor mestizo Aleijandinho al lado de Whitman, Melville, Gershwin, Simón Rodríguez, José Martí y Francisco de Miranda. En medio de ellos, síntesis y arquetipos, deambulan el “rebelde romántico”, catalizador de la independencia de las Américas; el “poeta popular”, creador de la poesía gauchesca o el “señor de los comienzos”, que nos invita a la vuelta hacia lo clásico, a redescubrir el simbolismo de los antiguos mitos griegos.

Por encima de todos los arquetipos aparece el “señor barroco”, constante americana, presente en todas las etapas de la historia, fundamento de la esencia misma del ser que somos cada uno, confluencia de estilos, culturas, épocas, lenguajes, superposición de elementos heterogéneos que impiden la identificación de un atributo único. El barroco “natural”, cuyo origen está a la vista, en el rico paisaje que deslumbró a los conquistadores, signado por la sorpresa, por el cambio intempestivo. El barroco nuestro, mestizo, mezcla de los elementos europeos asimilados y modificados, en franco sincretismo con lo indígena y lo africano.

Imaginen lo que significó para una muchacha de quince años –edad todavía hoy poco convencional para iniciar la universidad– que tuvo que cambiar una ciudad pequeña de provincia por la capital, con muchas reservas hacia esa “yo” de personalidad desdibujada en medio de cambios hormonales y dudas existenciales, sumida en sus propias críticas sobre el entorno transculturizado y banal que era a sus ojos la universidad –considerada por algunos como “de élite”– en la que comenzaba a estudiar, el encuentro con un hombre que decía que no había por qué asustarse si no era posible asirse a una identidad de clara pertenencia. Finalmente, aquí somos todos barrocos, desde nuestro origen. Eso es lo que nos define y más aún, es lo que explica nuestro devenir histórico, que puede ser entendido solamente a partir del reconocimiento de que la identidad cultural se basa en una visión colectiva de la construcción poética de la historia, construida a través de las diversas eras donde la imago se impuso como gestora y organizadora de los hechos.

Lo que Lezama Lima propone en su libro es, finalmente, una historiografía ficcional, una historia mítica que puede inventarse y reinventarse, como la cultura toda, porque es finalmente texto, narrativa, tejido de incorporaciones capaces de ser “invencionadas de nuevo” una y otra vez. ¿Puede haber algo más atrevido que postular nuestra historia como expresión poética? ¿Algo más “innovador” que sugerir la necesidad de reinventar a la luz de hoy nuestros propios mitos para comprender quiénes somos, cuál es nuestra identidad? Pero el autor se atreve a más. Expone también el concepto de “eras imaginarias”, desarrollado a partir de la influencia de Arnold Toynbee, a quien por obra y gracia de mis estudios de Urbanismo leí en más de una ocasión en aquellos años de universidad. Toynbee, en su ensayo “La Historia”, definió veintiún tipos de culturas, cuerpos históricos más amplios que los Estados (me imagino que se refiere a “Estado” en el sentido político), que conformaban sociedades únicas, a su entender, capaces de elegir su propio imaginario. Dado que la imaginación no desaparece, las sociedades no se desintegran por completo y pueden por tanto emerger en otro lugar y otro tiempo. Asimismo, para Lezama, es posible distinguir eras imaginarias en la historia americana, cada una de las cuales no constituye una cultura en sí misma sino un afloramiento dentro de ella, por lo que puede desaparecer en apariencia y volver, años o siglos después, reconfigurando sus rasgos caracterizadores en otras eras. ¡Por eso nuestra historia es cíclica, no lineal!

¿Qué les parece a ustedes, lectores de estas líneas, lo que propone Lezama, a la luz de nuestra historia reciente? ¿En función de la construcción de nuestra cultura, en tiempos en los que tanto se discute acerca de nuestra identidad? A mí me maravilla, me hace temblar, me regala lecturas nuevas sobre la realidad cotidiana. Tal vez a alguno de ustedes le genere un poco de curiosidad conocer un poco mejor acerca de estos temas, si es así, respiren hondo, porque hay una selva tupida esperando por su visita, pero no se amilanen que vale la pena entrar pese a la neblina, la lluvia, la oscuridad y los rasguños. Ya lo dijo una vez Juan Ramón Jiménez: “con usted, amigo Lezama, tan despierto, tan ávido, tan lleno, se puede seguir hablando de poesía siempre, sin agotamiento ni cansancio, aunque no entendamos a veces su abundante noción, ni su expresión borbotante” (2).

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Notas

(1) Ver Lezama, “Mitos y cansancio clásico”, en La expresión americana, Alianza Editorial, Madrid, 1969.

(2) Ver Lezama, “Coloquio con Juan Ramón Jiménez”, citado por E. Dobry en “Juan Ramón y Lezama”, Letras Libres, marzo 2008, http://www.letraslibres.com/index.php?art=12809

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