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Weber: la política, una reflexión en la tardomodernidad

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Por PEDRO VICENTE CASTRO GUILLÉN

Reflexionar sobre el oficio de la política desde América Latina en el momento de la modernidad tardía acompañado de Max Weber es un ejercicio altamente productivo. Un autor que disfruta el privilegio de que la Academia de las Ciencias Sociales celebren sus 100 años de haber publicado su opus máximum: Economía y sociedad. Una obra que goza del calificativo de clásica en tanto cuenta con el consenso universal en cuanto al reconocimiento de su aporte a la reflexión sobre la economía y la sociedad, a su vigencia en cuanto a su contribución a la creación de una sociología comprensiva, pero que además se derrama sobre otras disciplinas como la historia, la ética, la filosofía y sobre esa esfera pragmática que es la política. Es nuestra intención en este artículo realizar una reflexión sobre la política en la época actual latinoamericana a partir del ensayo La política como vocación, que es el resultado de una conferencia pronunciada en la Asociación Libre de Estudiantes de Munich, en el invierno de 1919, publicada en español por Alianza Editorial.

Este breve ensayo es profundamente revelador de la amplia penetración del pensamiento de Weber para examinar las realidades urgentes de su época y para comprender con sus herramientas conceptuales la época moderna. Como el oficio del político y el ejercicio de la política se perfilan en el marco de la época moderna y se van distinguiendo de las formas políticas del pasado y van configurando a partir de una típica y única forma de racionalización occidental la imagen de la actual sociedad moderna capitalista.

Aunque hay una unidad y continuidad entre las herramientas que Weber utiliza para examinar las formas de racionalización que conducen a la racionalidad moderna en economía, en lo jurídico, el Estado no por ello deja de establecer una diferenciación específica de cada esfera y de las relaciones que mantienen con su paradigma principal que es la distinción entre la esfera de la racionalidad con respecto a fines y la esfera de valor como la forma de secularización del mundo occidental. De tal manera, de fijar los específico de cada espacio social estableciendo sus diferencias y continuidades y las formas en que se interpenetran y se hacen necesarias unas a otras: economía, sociedad y Estado. Esta última que se sustenta en el ejercicio práctico de la política y las formas de racionalidad que le son propias, siempre en la relación entre la esfera de los fines y los valores.

En la reflexión sobre la política en América Latina, en no pocos teóricos aparece la idea de que aquí se desarrolla un tipo de política que guarda diferencias significativas con la de los países desarrollados, la lectura atenta del ensayo La política como vocación, nos desmiente esta percepción, las formas políticas de las sociedades occidentales cualquiera sea el estadio de desarrollo tiende a universalizarse en la medida en que avanzan dos procesos fundamentales el desarrollo de moderna economía capitalista y la aparición del Estado moderno en su forma democrática, que para Weber es una condición que acompaña a la sociedad moderna y favorece el carácter progresista del Estado y de la economía basado y legitimados en un Estado de Derecho.

La política y la democracia

De acuerdo con lo anterior la clave del ejercicio de la política para Weber en la moderna sociedad occidental se encuentra en los procesos de racionalización que le son propios de acuerdo con fines y la relación con la esfera de valor. Pero en la medida en el ejercicio de la política corresponde a una práctica como determinante de una acción, que no puede reducirse sólo a la racionalización instrumental entre medios y fines en cuanto se adecúa a una época en donde se produce un hecho inédito como lo es la irrupción de las masas en la esfera social publica que se acompasa con la secularización, por el retroceso y arrinconamiento de los valores tradicionales y toda forma de universalización de valores inapelables, en formas de verdad consagradas y validas para todos en todo momento, lo que Weber define como desencantamiento del mundo, separación de la religión y la esfera pública, llámese sociedad, economía, Estado.

Con lo que la práctica y la acción política están marcadas por la aparición de la masa en la esfera pública y de su contraparte que es jefe político, que está condicionado sine qua non por la democracia y el Estado de Derecho como los parámetros fundamentales de la forma política parexcellence de la sociedad moderna.

Si bien es verdad que en la tardomodernidad precisamente ha sido cuestionada la posibilidad real de universalización del modelo occidental capitalista democrático, no es menos cierto que las sociedades latinoamericanas son hijas de la ilustración francesa, nacieron como naciones del ideal republicano-liberal que se orientó hacia el logro de una sociedad democrática. Con lo que no es exagerado hablar de América Latina como un conglomerado de naciones marcadas por la búsqueda del desarrollo de una sociedad capitalista democrática.

Y es en lo anteriormente planteado donde se hace productiva la reflexión de Weber en torno a la práctica y la acción política en torno a la emergencia de las masas y su encuadramiento en los partidos. Con lo que la política se enmarca en la aparición de la democracia como consecuencia de la irrupción de las masas en la esfera pública y la aparición de los partidos como la forma de encuadramiento de las masas y el fenómeno del líder carismático como la forma de racionalización de la política en la modernidad.

Como aparece claramente planteado en el ensayo comentado, las formas populistas tan florecientes en América Latina son formas políticas de la modernidad en tanto son las formas típicas de la práctica y acción política de la sociedad moderna. Como lo plantea Weber, será la democracia plebiscitaria, en todas sus variantes populistas, las que se reproducirán a lo largo y ancho de la modernidad occidental… “se alzan hoy abruptamente las modernas formas de organización de los partidos. Son hijas de la democracia, del derecho de las masas al sufragio, de la necesidad de hacer propaganda y organizaciones de masas y de la evolución hacia una dirección más unificada y una disciplina más rígida”. Es decir, emergen las modernas formas de participación política a través de los partidos como las formas de lidiar con un Estado moderno, centralizador y secularizado habitados por dos demonios de difícil control como son el poder y la violencia.

Con lo que los partidos representan una forma de mediación entre la presión de las expectativas socio-políticas de las masas hacia el Estado, pero al mismo tiempo la participación de los partidos en el Estado son una forma de mediación entre la monopolización de la violencia por parte del Estado y la legitimación de estas formas de poder que se sostienen en actos plebiscitarios demagógicos y otorgan absoluta pertinencia al leader carismático cuya fuerza al mismo tiempo se ampara en el engaño deliberado, en la compra de votos, en la manipulación de la opinión pública.

Todo esto lo plantea Weber en una descripción despojada de todo cinismo, que es presentada como la forma de la práctica política, y si un ciudadano no es capaz de comprenderlo, o tiene prejuicio respecto de esta práctica, más le valdrá guardarse de incluir la política entre sus vocaciones.

Ethos de la política en su continuidad tardomoderna

Lo que seguimos con Weber es que la política de maquinaria y de caudillos demagógicos es connatural de la modernidad, no se trata de una deformación en términos de que estos fenómenos que hoy calificamos de populistas no son efectos anómicos ni mucho menos, la política moderna es así en su sí mismo. Que se hayan atemperado estos rasgos en el primer mundo, como resultado del avance de la racionalización con respecto a fines y a valores que privilegian la estabilidad y la legitimidad del Estado de derecho, mientras se han acentuado en el mundo subdesarrollado como resultado de debilidades institucionales crónicas es una realidad derivada del enanismo del desarrollo del capitalismo y de sus formas de racionalización y secularización. No obstante, tan característico es la forma populista de la modernidad, que hoy existen quienes quieren ver en el corazón político del mundo desarrollado como lo es EE UU figuras típicas de la demagogia en el ejercicio de la Presidencia realizado por Donald Trump.

Que Weber se refiera sin tono de espanto a los políticos como demagogos, dictadores callejeros, reino de camarillas, a partidos y prácticas de partido no significa que Weber no tenga en cuenta la ética en la política, que ésta este proscrita de la práctica y acción política, sino que la política moderna y tardomoderna se basa en la seducción, mantenimiento y encuadramiento de las masas, en su movilización y organización. Para Weber no cabe ninguna duda de que la “dirección de los partidos por jefes plebiscitarios determina la ‘desespiritualización’ (‘Entseelung’) de sus seguidores, su proletarización espiritual” (150), en tanto obedientes a una maquina inerte y a-emocional es justamente el precio a pagar por las formas de la política moderna. Con lo que Weber no duda en plantear sólo dos alternativas: “Entre la democracia caudillista con ‘máquina’ o la democracia sin caudillos, es decir, la dominación de ‘políticos profesionales’ sin vocación, sin esas cualidades íntimas y carismáticas que hacen al caudillo” (150), por supuesto, escoger entre uno y otro es un problema que pertenece a la valoración material en términos de indecidible, pero que sólo le corresponde una decisión al individuo.

Es aquí en la esfera de la decisión donde aparecen las consideraciones sobre la compleja constelación de fuerzas que conforman la ética moderna. El plexo de relaciones que se conforman entre ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Weber sostiene que el político de moderno que vale también para el de hoy debe saber combinar la pasión ardiente con la mesurada frialdad, que se compagina con el hecho de combinar más que separar radicalmente ética de responsabilidad y convicción.

Para Weber no es posible en el mundo moderno desencantado sostenerse en la disyuntiva radical entre responsabilidad y convicción. El político está obligado a calcular las consecuencias de sus acciones, pero este cálculo de consecuencias no es ajeno a una racionalidad con arreglo a fines, como tampoco es ajeno a un apego a convicciones que radican en los valores. El abandono de la vanidad, como el peor pecado de un político, que se sostiene en la búsqueda del poder por el poder en el más basto utilitarismo, sólo se puede compensar desde la convicción y el apego a valores. El que en Latinoamérica estemos por tiempos rodeados de políticos donde no se produce el equilibrio entre pasión y mesura, responsabilidad y convicción, no puede conducirnos a cosificar nuestro panorama político y a postular que lo típico e inescapable de nuestro espacio sea el ejercicio desembozado de una vanidad irresponsable y oportunista.

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