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El regreso de Boston: ¡A trabajar y estudiar!

Sucedió a inicios del segundo semestre de 1976. Finalmente se produce mi primer viaje a los Estados Unidos de América. Año de sus elecciones presidenciales, por cierto. Este país necesitaba seguir sanando de la tragedia de su política exterior y la guerra de Vietnam. También de los accidentados episodios de su política interna, con el gravísimo escándalo del Watergate.

Como ahora recordamos, Richard Nixon renunciaría a continuar en la Casa Blanca, a pesar de haber ganado la reelección en 1974, pues descubierta la trama de espionaje a los oponentes del Partido Demócrata, luego se intentó obstruir la aplicación de la justicia, ante lo cual esto sería, como decimos en criollo, peor el remedio que la enfermedad. Entonces correspondió a su vicepresidente Gerald Ford, que había tenido que asumir constitucionalmente las riendas de residente de Estados Unidos para caminar ese mandato, se enfrentó al demócrata Jimmy Carter, quien era el gobernador del estado de Georgia, obteniendo este la presidencia para el periodo 1977-1980.

Aquel joven Luis Eduardo, un venezolano que acababa de cumplir los dieciocho años, y que  por primera vez salía al exterior solo, y sin  saber realmente nada acerca de Estados Unidos sino por películas, viajaba nada menos que al centro de convergencia de grandes centros de educación superior e investigación del mundo: a la bellísima ciudad de Boston. Allí me encontraría y hospedaría junto a mi hermano mayor que, como les había comentado antes, estudiaba bajo auspicio de las primeras becas Gran Mariscal de Ayacucho.

Dejaba atrás realidades de una Venezuela en la que existía una gran bonanza petrolera, y se aplicaban políticas de gasto público de múltiples subsidios; en lo que se conocería más tarde como la “Venezuela saudita”. Carlos Andrés Pérez, quien presidía, se adelantaba al cumplimiento de la “reversión petrolera”, política de su predecesor Rafael Caldera, quien había estipulado en su gobierno el lapso de una década para revertir a manos de una empresa estatal el manejo de esta industria, colocándola bajo propiedad y control del Estado venezolano. Entonces ya para 1976 había quedado efectivamente estatizada desde el año anterior, el 1 de enero de 1975. Se recuerda que el respetado co-creador de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, Juan Pablo Pérez Alfonzo, emitiría duras críticas ante la misma, y la bautizaría como una “nacionalización chucuta”.

Mis primeras impresiones al llegar a Boston, y por supuesto luego de abrazar a mi hermano Ángel y charlar mucho pues teníamos ya más de dos años sin vernos, fueron de admiración por una suerte de avance de la modernidad urbanística en medio de la conservación de la personalidad de la tradición arquitectónica británica. Sus casas y edificios de pronunciada pendiente para embestir las caídas de la nieve de los inviernos. El masivo uso de la madera en la construcción; a diferencia de la que me era muy familiar en Caracas, de estilo muy europeo pero español e italiano con concreto armado y  bloques de arcilla o de cemento como de uso general. El orden y la pulcritud de sus calles. El sistema de cabletren y los autobuses, todo en medio de la combinación de frescura de la multitudinaria presencia de la juventud universitaria en los centros de formación de excelencia e investigación, donde se observaban los profesores y sus canas del estudio y la experiencia. Habían quedado a la espera de mi vuelta amores de los que ya se tienen cierta conciencia y valoración cuando se es adolescente en crecimiento. El más bonito amor de ingenuidad y descubrimiento que significa nuestra novia del liceo. Por supuesto mis padres, mis cuatro hermanas y mi hermano Augusto que estudiaba en la Universidad Central de Venezuela, y quien para entonces ya formaba parte del Orfeón Universitario.

Ese año de 1976 fue de inolvidable recordación. Yo en Boston disfrutaba de conocer todo cuanto podía de esa pujante juventud universitaria. Como eran mis vacaciones del grado de bachiller, estudiaba solo el inglés entonces. Lo demás era salir a conocer lo que lograra abarcar día por día: los museos, otras universidades además de la Northeastern, donde estaba Ángel. La Universidad de Harvard, la Boston University, el Boston College, el Massachusetts Institute of Technology, y para de contar. Observar lo ecléctico de la modernidad del Prudential Center recibiendo el reflejo sobre sus cristales de la imagen de la Catedral a su lado. El Charles River, los remadores que entrenaban en sus calmadas aguas, las flores multicolores del verano, todo era belleza. Pero para mí lo principal de todas esas preciosas imágenes a mi alrededor era el de las universitarias, bellas, alegres, vivaces. Todo se impregnaba con su presencia. El ambiente poseía una suerte de fragancia y de sonidos contagiantes. Todo era para mí una ensoñación. Así tenía que pasar, y pasó. Como era normal conocí una chica, yo café con leche y ella catirita, la que me llevó por muchos lugares y experiencias que sería largo e impropio de un caballero contar. Lo que sé que puedo afirmar sin lugar a malas interpretaciones es que, siendo originaria de New Hampshire, un estado muy conservador en su cultura y costumbres familiares, su actitud era sabiamente ecléctica como la arquitectura bostoniana. Me invitó a ir a casa de sus padres de visita. Esto nunca lo podré olvidar. El respeto. La amabilidad con que me recibieron. La imagen de sentarme a su mesa, solicitarnos a todos que nos tomáramos de las manos para rezar, y pedírseme a mí que expresara una oración con aquel nivel de inglés tan en proceso que yo tenía, me conmovió. Ahora yo había confirmado para siempre la raíz de origen de esa hermosa nación: ¡la familia! La unión, el respeto por cada uno. Esto era, como lo había aprendido en mi hogar. Era la comunión en valores que me llenó desde una temprana edad de la profunda alegría y fe respecto de que en todas las naciones, como es el caso de los Estados Unidos de América, con distintas historias en sus orígenes, y más allá de nuestros mares más cercanos, existía la coincidencia fundamental e indestructible de valores de amor al prójimo como nosotros mismos, y de nuestras familias directas. Entonces comprendí por qué a papá le entusiasmó tanto el que yo realizara este viaje. Desde entonces pude entender lo que en esa nuestra Caracas, abierta y hasta ingenua frente a propagandas que los sectores pro comunistas difundían, eran sencillamente una respuesta a las dinámicas de enfrentamientos geopolíticos, desde los inicios de los tiempos de la guerra fría, y el castrocomunismo, con sus acostumbradas maniobras e intervenciones en los escenarios de América Latina, de África y el mundo.

Estando en esas vacaciones de Boston, nos enteramos mi hermano Ángel y yo de la caída de un avión que transportaba al Orfeón de la Universidad Central de Venezuela. Nuestra inmediata angustia era la noticia de la muerte de todos los pasajeros y tripulantes de una nave militar venezolana que los trasladaba a un Festival de Orfeones en Barcelona, España. No pudiendo recibir los aportes para los pasajes directos a través de una aerolínea privada, como correspondería, nuestra Fuerza Aérea los llevaba a tal evento de intercambio musical-cultural.

En las primeras listas que salieron de los integrantes de la tragedia de ese Orfeón Universitario de ese tiempo estaba, como era lógico pues pertenecía al mismo, Augusto nuestro hermano. Allí estaban todos sus compañeros del orfeón, y casi todos los mejores amigos que tenía en sus años de estudiante universitario. Solo un acto de la misteriosa casualidad de una fuerte enfermedad viral que tuvo justo las semanas previas al viaje, lo que no le permitió integrarse al mismo le extrajo de lo que hubiera sido su muerte y una pérdida muy dura de llevar para nuestra madre, que todavía una década después de la pérdida de nuestro hermano mayor la llevaba en el alma, lo lloraba en silencio y a escondidas, pues como suele decirse, la procesión va por dentro.

Una llamada internacional desde Caracas nos sacó del momento de angustia, mas no del dolor por la terrible pérdida de todos esos queridos y cercanos amigos de Augusto. Tardó en volver a incorporarse nuestro hermano, y volver a cantar.

Curiosamente el regreso a mi ciudad se me consultó por papá. Me daba la opción de si quería regresar a Venezuela, o si  quería quedarme estaba bien pues él haría el esfuerzo necesario para costear mis estudios de inglés por más tiempo y aplicar allá la visa de estudiante universitario. La verdad que desde una mezcla de nostalgia por la familia, la novia de mi ciudad Caracas, mis amigos del tae kwon do, y todo ese mundo del que me sentía privilegiado me hizo escoger estudiar en la Universidad Central de Venezuela. Precisamente porque mi hermano Augusto me habló por teléfono y me avisó que me había visto en las listas de los estudiantes seleccionados para estudiar en la Facultad de Ingeniería.

Continuará…

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