Cuando se produjeron los dos intentos golpistas en Venezuela, primero el del 4 de febrero y posteriormente el del 27 de noviembre, ambos en el transcurso del año 1992, los que auspiciaron esas aventuras cuartelarias se justificaban argumentando que “en Venezuela había mucha corrupción”.
Transcurridos tres décadas de esos eventos, la realidad imperante es que la podredumbre se ha desbordado de manera irracional. El despelote es de tal magnitud que se asegura, en los escenarios internacionales que siguen de cerca ese derrape de corruptelas, que tal latrocinio no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo. La cifra que se ha redondeado para aproximarse al volumen de los dineros saqueados al país, supera los 400.000 millones de dólares y a la par de ese descomunal monto se escribe una lista de obras de infraestructura y programas sociales que se han podido financiar para evitar que tantas personas hayan muerto por falta de alimentos, medicinas o evitar los sufrimientos ocasionados por la creciente crisis de los servicios públicos mas lamentables.
Otra excusa fue la que se desprendió del insignificante incremento del precio de la gasolina, anunciado a comienzos del mes de febrero de 1989. La realidad al día de hoy es que el combustible que a duras penas se consigue en Venezuela, se expende a precios más altos de los que debe pagar un ciudadano en Estados Unidos o en España. Además, en cualesquiera de esos dos países citados como ejemplo funcionan miles de estaciones de servicio en donde es posible conseguir la gasolina, mientras que en nuestro país arruinaron las refinerías, pero prospera el sistema de tráfico ilegal al que se someten a los ciudadanos que deben “pagar un ojo de la cara” para lograr echarle unos litros a sus unidades de transporte.
Otro estribillo canturriado por los que denigraban de la cuarta república era la historieta de que “en Venezuela la gente estaba tan pobre que se veía obligada a comer perrarina”. Resulta que en la actualidad los números revelan que más de 90% de la población sobrevive estrechada en las franjas de la pobreza, sin posibilidades de adquirir la canasta alimentaria, cuyo costo está muy lejos de ser alcanzado por el miserable salario que devengan quienes preservan un empleo, o dependen de pensiones o jubilaciones paupérrimas.
La conclusión es que con el populismo lo que tiene asegurado cualquier pueblo que se deje manipular por esos estafadores es más corrupción, tragedias y miserias. Esa es la lección que nosotros debemos aprender y el consejo que tenemos que ofrecer a los pueblos hermanos que no están exentos de ser víctimas de semejante demagogos.
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