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Las horas más oscuras

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Desde 1945 Europa no veía aviones militares surcando sus cielos, tanques cruzando sus campos, seguidos por tropas barriendo en pocas horas la integridad territorial de un país soberano.

Inevitables referencias se hacen con las que Winston Churchill llamó “las horas más oscuras” durante la Segunda Guerra Mundial. Se critica el apaciguamiento de Putin por las potencias occidentales, como en tiempos de Neville Chamberlain y su fatídica cita con Hitler en Munich en 1939. También, Putin nos recuerda las tesis geopolíticas esgrimidas por el nazismo fanático, el Lebensraum, el espacio vital, necesario para desplegar sus alas. De igual manera, son conocidas las tácticas de la guerra relámpago, el Blitzkrieg de Hans Guderian y sus temibles tanques Panzers.

El nuevo milenio pensaba que aquello eran salvajadas de otras épocas, de barbaridades superadas. Pero no, definitivamente no lo son. La guerra sigue allí, en el terreno o en el tintero, siempre como una opción. Putin tiene muy presente que “la guerra es la continuación de la política pero, a través de otros medios”, frase del conde Klaus von Clausewitz, oficial y teórico militar prusiano en tiempos de las guerras napoleónicas.

Queda claro que Putin desconfiaba de la senda democrática que había emprendido Ucrania por años. Su candidatura como miembro de la Unión Europea, la reorganización de su economía e instituciones, apuntando a un régimen de libertades democráticas claramente incompatibles con el modélelo autoritario de Putin. Poco a poco se le escapaba el control y peligrosamente se inclinaba hacia el bando de sus enemigos occidentales, la OTAN. El zarpazo ruso se imponía antes de que fuera muy tarde.

Inevitablemente y, ante la incredulidad del mundo civilizado, Putin dictó la orden a sus tropas. Una orden acompañada de una advertencia a los occidentales que podrían verse tentados a intervenir, amenazándoles con «consecuencias que nunca habían conocido en su historia”. Palabras insólitas en boca del líder de una gran potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Estas palabras airadas pueden relacionarse con la puesta en escena teatral y revisionista del lunes 20 de febrero, cuando Putin negó la existencia de una identidad ucraniana y anunció estos dramáticos acontecimientos. En todo momento se creyó que lo dejaría así, subestimando la determinación de un dictador envejecido y aislado, obsesionado por vengarse de la historia.

Esta guerra se había vuelto inevitable, ya que nadie estaba dispuesto a pagar el precio de oponerse a Putin. La disuasión no funcionó cuando los únicos que podían oponerse declararon públicamente que no lo harían. Claramente, Putin apostó a lo que él consideraría como la pusilanimidad europea ante la guerra. Esto es simplemente la barbarie en contra de la civilización.

El desarrollo del drama nos deja ver que son los ucranianos quienes evidentemente sufrirán la realidad de la potencia de fuego rusa. Pero este conflicto está cambiando el mundo, cambiando los tiempos. Putin está cometiendo lo irreparable, está sumiendo al mundo en una nueva guerra fría, que tardará años en superarse.

Más allá de la condena y el estupor de la guerra en el corazón de Europa, es preciso abrir los ojos a la recomposición geopolítica que esta tomando lugar. Atendiendo a la historia reciente, la ocupación rusa de Crimea en 2014 y la breve guerra entre Rusia y Georgia en agosto de 2008, permiten esperar que Putin, una vez Ucrania en su puño, estacionará firmemente sus tropas a todo lo largo de la frontera con los países miembros de la OTAN, para luego, extender su mano para negociar la paz bajo sus condiciones.

Luego, la amenaza más inmediata será para los Estados bálticos. En efecto, ante el impulso bélico de Putin, cabría preguntarse si la OTAN realmente defenderá a sus miembros bálticos de un ataque ruso. También, Rusia podría exigir un corredor directo para conectar su territorio con el enclave de Kaliningrado, su ciudad portuaria en el mar Báltico, resultado de las negociaciones de post guerra. Esto aislaría aun más a los estados bálticos.

Esta amenaza podría ser la próxima crisis geopolítica pues, sería patente que la alianza de la OTAN no puede defender a sus miembros. ¿Estarán verdaderamente dispuestos Estados Unidos y Europa a intervenir militarmente para defender la soberanía de Lituania, Letonia y Estonia?

En la actualidad, Putin busca como mínimo que no se desplieguen fuerzas de la OTAN en el territorio del antiguo Pacto de Varsovia. Inevitablemente las próximas rondas diplomáticas sobre la seguridad en Europa, se harán con la presencia disuasiva de las tropas rusas en los confines orientales del continente y aun bajo los ecos de las explosiones de los misiles disparados en Ucrania.

Simultáneamente, no sorprendería que la satrapía rusa en la que Lukashenko ha convertido a Bielorusia pida ser anexada a Rusia, que Putin invada Moldovia o al menos incorpore finalmente el territorio de Transistria. La agenda conquistadora puede ser larga.

Putin, así como la China de Xi Jinping, cuyas reacciones el mundo observa con atención, están convencidos de que Occidente está en declive y que ha llegado el momento de cambiar el equilibrio de poder. La guerra en Ucrania no tiene sentido, no está justificada, pero ahora es una realidad que se impone a todos.

Y es así como, en paralelo, al otro extremo del mundo China amenaza con romper el balance estratégico en Asia, con un claro objetivo de capturar definitivamente a Taiwán. Es claro que Taiwán y el apoyo que le brinda Estados Unidos, son un obstáculo para la hegemonía china en la región.

En su empeño, Xi Jinping debería pensar que con el conflicto Rusia-OTAN-Ucrania, sus chances de éxito en Taiwán o en el mar del Sur de China, aumentaron de alguna manera. En su lógica, Estados Unidos, estaría muy ocupado por las amenazas de Putin y el quiebre de los frágiles equilibrios de la seguridad europea. Queda claro que, a Moscú y Pekín, lo que realmente los une es su deseo compartido de fracturar el orden internacional en su favor.

En este momento, pareciera realista imaginar una escena mundial en donde Rusia controla gran parte de Europa del Este y China gran parte de Asia Oriental y el Pacífico Occidental. En consecuencia, las democracias liberales enfrentarán dilemas extremadamente difíciles.

El mapa de Europa se ha dibujado una y otra vez a lo largo de la historia. El diseño de sus fronteras han sido el reflejo del surgimiento y decadencia de potencias regionales. Así, el mapa actual es el resultado del derrumbe de la Unión Soviética y sus regímenes comunistas aliados y, desde luego, el surgimiento de Estados Unidos como líder indiscutible del mundo post Guerra Fría.

El próximo mapa en Europa podría ser el resultado del resurgimiento del poder geopolítico ruso y el retroceso de la influencia de los Estados Unidos y sus aliados democráticos. En perspectiva, pudiéramos estar ante el umbral del fin del orden post 1945 y Guerra Fría y el comienzo de una era de ajustes caracterizada por numerosos conflictos y tensiones a escala global.

@A_Urreiztieta

 

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