A ver. En este embrollo político nacional quien debe divertirse más por la prolongación de sus posibilidades en el poder es Nicolás Maduro; también sus diferentes secuaces. La multiplicidad de factores, así como de «orientaciones» en nada favorecen la posibilidad de una resolución pronta como, me parece, todos -la gran mayoría- querríamos.
La propuesta en el ambiente, de Juan Guaidó y su gente, esa de salvar Venezuela carece de sustancia nutricia alguna. Tanto así que la diputada Delsa Solórzano ha tenido que salir a remendar capotes usados. Ha señalado que el propósito de ese proyecto salvador es el de que nos paguen las elecciones que nos deben, todas, las presidenciales y las parlamentarias -¿entenderá acaso que las regionales sí son valederas?- y esto cuanto antes. Para lo cual, además, convocan de nuevo a jornadas permanentes de protestas callejeras, a interpretar, ahora sí, las falencias laborales, de servicios, humanas y más. La pregunta que todos nos hacemos, ingenuos y no ingenuos es: ¿Y cómo?
¿De dónde saldrá la presión para que ese objetivo se cumpla? ¿De la calle? No parece. Luce, ojalá esté errado, más retórica de la postergación, débil, hasta en la calle débil, según hemos visto. También hay propuestas de adelantar candidaturas presidenciales unitaristas y no tan unitarias. ¿Para llegar «unidos» a 2024? ¿Para participar en unas «elecciones» que el mismo Maduro ha señalado que no sabe si se harán en ese momento o cuando? Eso sí, con las mismas condiciones de las pasadas o más pesadas. Con el mismo registro amañado, con las inhabilitaciones a partidos y partidarios, con ese Consejo Nacional Electoral tan «equilibrado» y sin tomar en cuenta ninguno de los consejos de los europeos tan «observadores» interesados. Otro ruido es el que suena con el diálogo mexicano, cada vez menos, menos mal. Y suponemos que ya definitivamente descartado con los sucesos en Ucrania. Y así, el mazacote de ofertas bufas.
La postergación en nada favorece. Es un tema existencial. Del presente más que del futuro, aunque este vaya envuelto. El cuento largo parece el tango «El día que me quieras» de Gardel y su interpretación política en la obra homónima de José Ignacio Cabrujas. La impotencia. Falta pragmatismo. También es, del mismo modo, una vinculación religiosa, representada en los planteos de un político venido a mucho menos, aquello de que el tiempo de Dios es perfecto. El de Dios pueda que sí, el imperfecto, por nuestra existencia, es el nuestro. No estamos en la apuesta por la vida eterna, el cielo o el infierno. Se trata de nuestro destino, el que debemos labrar sin esperar que caiga de arriba, o que nos lo resuelvan salvadoramente agentes misteriosos externos. Ya vemos el abandono ucraniano.
Aquí queda plantearnos la resolución más inmediata de esta insostenible situación. Acordar que esto no debe continuar, o que hay que salir de esto, de verdad, en serio, de manera creíble, acorazada. Y armar, entre quienes estemos dispuestos, las estrategias en ese sentido. De casualidad vi una frase alentadora, que no deja de ser retórica hueca viniendo como viene de quien viene, pero ojalá fuera la decisión del país. El diputado Williams Dávila expresó el domingo pasado: «Venezuela merece y reclama la amplitud y franqueza con que trabajó la resistencia para salir de Pérez Jiménez», y alabó las posiciones entonces de Ruiz Pineda, Carnevalli y Betancourt. Repito, ojalá no fuera pura retórica y trabajáramos todos políticamente en ese sendero: un acuerdo, las estrategias y el punto final de esta tragedia histórica. Y, por un momento, se dejen de lanzar palos de ciego, para encauzar la resolución. Lo otro, si triunfa la desalentadora postergación, será, decididamente, desconsolarnos con la perpetuidad del régimen del terror. En esta última resolución no me anoto.
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