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El mal hecho sistema

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No hay posibilidades de condiciones de vida digna dentro del sistema del mal. No se puede convivir con el mal hecho sistema. Es la situación por la que pasamos los venezolanos de esta hora, en la que hemos sido atropellados inmisericordemente desde todos los flancos por una corporación criminal sostenida por unos mandos militares desvirtuados y serviles, convertidos en socios crematísticos en la ominosa empresa de expoliar las riquezas y potencialidades de una nación.

Algunas almas envilecidas preconizan que se puede vivir bien si no te metes en política. Por supuesto que es posible vivir en la opulencia temporal de una burbuja ―rodeada de pobreza y desigualdad― si te acomodas al mal hecho sistema. Hay que detenerse a pensar lo que eso implica. Solamente podrán vivir de tal manera los que están en iguales condiciones económicas a los hacedores del mal, enriquecidos abiertamente del hecho ilícito y del asalto al tesoro nacional.

Una vez desplegado el mal no puede detenerse. Los veleidosos que solo piensan en sí mismos y son indiferentes a la suerte de la mayoría de sus conciudadanos, les tocará la triste suerte, tarde o temprano, de vivir aplastados por el mismo sistema al que se plegaron, sabiendo lo que era. Merecen ese destino los que no sienten indignación frente al dolor ajeno. Quienes con indiferencia consideran a los demás desechables, sin importarles que no tengan cabida en el reparto de la torta. Cínicos al no inmutarse con la perversidad, ellos saben de sobra que al dictador no le interesa el hambre del pueblo, los empobrece para controlarlos.

Los líderes que surgirán frente al vacío político incrementado por la cohabitación son los que conecten con la gente desde su cotidianidad, que marchen con los tiempos de la gente, que son tiempos de emergencia. No se trata de inmediatez. No se construye nada con inmediatez. El vuelco a lo humano nos hará crecer como sociedad. La genuina rebeldía contemporánea es la ortodoxia. La heterodoxia no es sino la sumisión a la mundanidad ―al abandonarse los valores cristianos de Occidente― a un nuevo orden inhumano.

¡Libertad para Javier Tarazona! ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!

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