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Sociedades paranoicas: ¿psicología, autoayuda o política?

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Las sociedades, al igual que las personas, cambian. Heráclito ya lo destacaba siglos atrás cuando advertía que el hombre nunca se baña dos veces en el mismo río, porque él ya no es el mismo y el río tampoco. De la misma forma las sociedades nunca volverán a ser lo que fueron, porque quienes las integraban ya no son los mismos y porque las circunstancias que las rodean también son otras. Una manera de resumir esta realidad es con la frase cliché “lo único permanente es el cambio”, o en términos más literarios el verso de Machado popularizado por Joan Manuel Serrat: “Todo pasa y nada queda”. La vida de las sociedades, como la de las personas, se basa pues en el constante cambio.

Ante el inevitable cambio la mejor respuesta posible es la adaptación, Darwin lo demostró genialmente en el caso de la evolución de las especies. Sin embargo, la Biología parece ser mucho más inteligente que la psiquis de los humanos, aunque sin duda mucho más lenta. Al ser humano le cuesta afrontar el cambio, sin duda prefiere la certeza a la incertidumbre que este implica. Por ello la tentación es petrificarse, anclarse al pasado, especialmente idealizándolo. En el caso de las sociedades ocurre algo parecido, particularmente entre quienes más se han beneficiado del contexto vigente, para qué cambiar si “todo está bien” (pasa incluso en las empresas, por cierto).

En el caso de las personas la lucha es interior, es una como una cuerda que se va tensando entre ese punto en el pasado del que no se quiere separarse (por ejemplo, la juventud) y el inevitable avanzar del tiempo. Para contrarrestar esto, los seres humanos siempre han contado con herramientas para afrontar esta dura realidad, desde la aparición de las antiguas religiones el hombre ha tratado de encontrarle sentido el paso del tiempo, la filosofía ha hecho lo propio y ha invitado a las personas a hacer ejercicios de introspección, aquél famoso “conócete a ti mismo”. La ciencia, a través de la psicología, también ha aportado lo propio en este sentido. Hoy, en el marco de una sociedad más inmediatista y superficial, está la autoayuda.

Pero ¿cómo pueden afrontar las sociedades el inevitable cambio? Un país entero no puede ir al psicólogo, ni puede medicarse, mucho menos encontrar las respuestas en la autoayuda. El mecanismo natural para procesar el cambio es la política. A través del encuentro en la arena política de las distintas tensiones que van acumulándose en el seno de una sociedad esta puede ir aceptando que ha cambiado, entender los porqués, buscar soluciones comunes. Tomando prestado un término de la psicología, es a través de la política que la sociedad puede hacer catarsis, o desde el punto de vista filosófico es por medio de esta que puede conocerse a sí misma, desnuda frente a las múltiples visiones que sus miembros tienen de ella.

El problema de la política es que es puesta en práctica por seres humanos, en los que además de aspectos psicológicos asociados al temor o no al cambio entra en juego una fuerza muy poderosa, la ambición de poder. Al entrar en juego este elemento cualquier intento de comprender mejor la realidad actual, es decir, de tratar de entender las nuevas aguas del río, queda marginado frente al deseo de llegar al poder o preservarlo. Cuando esto ocurre quienes quieren que no haya cambio utilizan todos los medios a su alcance para transmitir una imagen en la que “todos estamos bien”, mientras que quienes quieren acceder al poder se encargan de resaltar los aspectos negativos y minimizar los positivos.

Frente a la situación anterior las sociedades se van fracturando, sus contradicciones se profundizan, y con ello aparece la paranoia colectiva, la desconfianza entre sus miembros se va agudizando. En estas circunstancias, como si se tratara de una persona cuya enfermedad mental avanza y la psicología (o la religión, o la filosofía) ya no es suficiente, en el caso de las sociedades la política pierde efectividad, y es ahí cuando las medidas extremas adquieren fuerza como opción. Los medicamentos hacen así su aparición entre las alternativas que se consideran para tratar a pacientes con trastornos mentales, que en el ámbito de las sociedades son las medidas radicales para “acabar con todos los males” (o el opio para adormecer).

@lombardidiego

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