Por NELSON RIVERA
No me propongo, si no de forma sumaria, detenerme en los contenidos de los cinco iluminadores ensayos —de Raquel Abend Van Dalen, Bélgica Rodríguez, Víctor Guédez, Freddy Carreño y Alejandro Oliveros— que ofrece Harry Abend, libro más que notable publicado en Caracas hace tres años. Producto de méritos que sobresalen una y otra vez a lo largo de sus 344 páginas, obtuvo el Premio al Mejor Libro del 2019, que otorga el capítulo venezolano de la Asociación Internacional de Críticos de Arte. Un volumen bilingüe, que incluye centenares de fotografías, que cristalizó en un objeto admirable, diseñado con sobriedad por Ira León e impreso con la histórica pulcritud que ha sido la marca profesional de Javier Aizpúrua (Exlibris).
Revisarlo, leerlo, detenerme en sus imágenes, me recuerda realidades obvias. La más inmediata, que esto de hacer libros, sea a escala unipersonal —como la excepcional publicación de sus diarios de viaje que hizo Helena Arellano Mayz, sin parangón en nuestro país; o en la esfera de las concienzudas pequeñas editoriales que ejercen su oficio con dignidad (que es el tamaño de las casas editoriales que predomina en la Venezuela de las privaciones); o en el desarrollo de proyectos de amplia musculatura institucional y financiera— son imprescindibles los profesionales del libro. Quiero decir, profesionales de las distintas facetas del libro.
Viene propagándose en los últimos años la idea de que cualquiera puede producir un libro. El autosuficiente escribe o reúne los textos, lo somete al corrector ortográfico de Word, lo distribuye en una plantilla gratuita disponible en la red, le agrega una portada y lo pone en Amazon bajo un convenio de impresión por demanda (estoy reduciendo un proceso que debe tener más pasos). El resultado, por lo general, es el de libros mal escritos, con erratas, peor diseñados e impresos con mínima calidad. Un subcapítulo de este subtema es la proliferación de portadas aborrecibles, la apelación a una fealdad atiborrada, de un imaginario habitado por elementos que se pretenden simbólicos (haces de luz, felinos, culebras de ojos grandes, fragmentos de naturaleza copiosa, triángulos, círculos, prismas, ojos de los que salen rayos, dibujos infantiles, brujas, demonios, humanoides, dislocaciones tipográficas y más), que forman parte del empobrecimiento visual del mundo. Obviamente, estas afirmaciones pueden y deben matizarse de muchas maneras. Pero la tendencia existe y va en detrimento de la experiencia lectora: libros que no se pueden abrir del todo para facilitar la lectura o, lo contrario, que se desarman si los abres; que vienen con páginas en blanco o salpicadas de puntos de tinta negra; y que parecen concebidos bajo el pensamiento de que el lector consume cualquier cosa.
El libro Harry Abend
Al llegar a las páginas finales de Harry Abend, la sección de créditos informa que la creación y producción del libro contaron con un Consejo Editorial, dos asesores y un coordinador editorial: una estructura para asegurar el perfecto engranaje de todas las piezas: ensayos, fotografías, documentación, traducción al inglés, corrección de los textos en ambos idiomas, digitalización e impresión. Nada menos que una producción ejecutada por un equipo de profesionales.
A Raquel Abend Van Dalen, poeta e hija del escultor, corresponde el prólogo de la edición: “La obra de Harry Abend es la expresión visual de un mundo interno cuya base fue el desarraigo forzado al haber tenido que abandonar su hogar en Polonia a los tres años de edad y la apropiación de una tierra tropical cuya luz nunca ha dejado de serle asombrosa”.
Del revelador recorrido de Bélgica Rodríguez por las fases creadoras de Abend, en Esculturas del silencio, no agregaré nada: el texto completo está reproducido en esta edición.
A continuación viene Harry Abend y la pasión escultórica, el texto de Víctor Guédez, quien aborda la obra a partir de triadas que son constitutivas de sus análisis (Sustanciación, Esquematización y Simplificación) y otra de carácter psicoemocional: Emoción, Razón e Intuición, que habrían resultado determinantes en la sucesión, en una continuidad creativa donde son reconocibles seis etapas. “Dentro de ese marco, se aprecia que muchas de sus esculturas se inscriben dentro de una peculiar convivencia de lo inicialmente polarizado: lo ortogonal y lo aovado, lo elaborado y lo rústico, lo constructivo y lo sensible, lo entero y lo truncado, lo arquitectónico y lo mágico, lo cóncavo y lo convexo, lo liso y lo texturado, lo vertical y lo horizontal, lo deliberado y lo accidental”.
El ensayo del crítico y curador Freddy Carreño, La obra de Harry Abend y la arquitectura, nos conduce a la revisión de las obras vinculadas a la arquitectura, muchas de las cuales forman parte de espacios públicos conocidos o de espacios urbanos: la ambientación de la Sala Plenaria de Parque Central, de las sinagogas de la Unión Israelita y Beth-El, obras para edificios como los del INCE, IVIC, Edificio La Pirámide, Torre Phelps, Banco La Guaira, Estación Parque del Este del Metro de Caracas Hilton, edificio sede Cantv, sede Unión Israelita de Caracas, Centro Lido, Teatro Teresa Carreño, sede Banco Provincial, casa Country Club, y más, nos conducen a esta necesaria conclusión: aunque no lo sepamos, Harry Abend ha mantenido un vínculo, una presencia visible y gratificadora, con millones de caraqueños en las últimas décadas.
Notas al atardecer para Harry Abend, el texto del poeta Alejandro Oliveros, se sirve de numerosas referencias, principalmente de la filosofía y de las artes visuales, para encaminarse a la sensación de “tiempo suspendido” que emana de la obra del escultor: “No es que sea atemporal, que no lo es, es que se trata de otro tiempo que solo la poesía es capaz de expresar. Por eso, cuando nos paramos frente a sus columnas, sentimos que las cosas se detienen, entre ellas el tiempo”.
En dos frases: esfuerzo editorial logrado. Volumen de colección.
*Harry Abend. Consejo Editorial: Harry Abend, Oscar Díquez, Víctor Guédez, Ira León. Asesoría Editorial. Víctor Guédez, Javier Aizpúrua. Coordinación editorial: Oscar Díquez. Imagen gráfica y diseño: Ira León. Introducción: Raquel Abend Van Dalen. Textos: Bélgica Rodríguez, Víctor Guédez, Freddy Carreño y Alejandro Oliveros. Fotografías: Reinaldo Armas, Charlie Riera, Ricardo Armas, Rodrigo Benavides, Barbara Brandli, Luis Brito, Ana Luisa Figueredo, Paolo Gasparini, Alessandro Balteo, Oliver Krisch, Carlos Lozada, Carlos Germán Rojas, Daniel Sckoczdopole, Mary Stanford y Roberto Zinn. Digitalización e Impresión: Exlibris. Caracas, Venezuela, 2019.
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