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El grito de la Olivera/El grito de Munch en la naturaleza

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Por AGATHA DE LA FUENTE

El pasado 21 de octubre se inauguró, en Oslo, el nuevo Museo de Munch, creación del arquitecto hispano  Juan Herreros. Un museo consagrado al genio precursor del expresionismo existe en la capital Noruega desde la década de los sesenta, pero el  recientemente abierto, además de ser una pieza maestra de la arquitectura moderna, es enorme, y una presencia imponente en la ciudad, con sus trece pisos y por su ubicación, probablemente sea el museo más grande del mundo dedicado a un solo artista. Fue diseñado para contener parte de la obra de un pintor bastante productivo; en efecto, son 27.000 obras, y se estima que sólo son la mitad de las realizadas en el curso de su vida. El resto de las pinturas, dibujos y grabados de Edvard Munch (1863-1910) están en colecciones públicas y privadas dispersas  por todo el mundo

Entre las piezas que atesora su museofigura está la que en varios sentidos podría considerarse su obra maestra, El grito, en sus cuatro versiones pintadas entre 1893 y 1910. Un cuadro que pareciera estar animado por una energía sobrenatural y expresar un  desesperado mensaje salido de los confines del universo. Munch la vislumbró en su mente en un momento de alteración psíquica, descrito por él en los siguientes términos: Iba por la calle con dos amigos cuando el sol se puso. De repente, el cielo se tornó rojo sangre y percibí un estremecimiento de tristeza. Un dolor desgarrador en el pecho (…) Lenguas de fuego como sangre cubrían el fiordo negro y azulado y la ciudad. Mis amigos siguieron andando y yo me quedé allí, temblando de miedo. Y oí que un grito interminable atravesaba la naturaleza. (E. Munch, Diario, apunte de 1819.). Aporta a la intriga entretejida en torno a El grito saber que el motivo plasmado por el artista pareciera no resignarse a ser pieza de museo, y aparece —digamos espontáneamente— reproducido en esa naturaleza mencionada en la enigmática nota del autor.

Existen varios reportes  gráficos de troncos de árboles y formaciones rocosas en los que se “ve” el rostro del personaje del cuadro. Admítanse como pareidolias, es lo racional; no obstante, se conoce un caso en el que sin dejar de ser el fenómeno visopsicológico que todos hemos experimentados, por obra del azar se configuró en un anciano olivo una imagen asombrosamente semejante a la pintada por Munch; lo llamaron El grito de la olivera.

La foto ha sido puesta a circular por la red Aurora Saura y todo sugiere que es real; no se cita su ubicación para evitar convertirlo en atracción turística; se cree que está ubicado en una propiedad privada, en algún lugar del Mediterráneo, probablemente en territorio español.

El olivo, árbol sagrado en el mediterráneo. En la antigüedad se decía que bajo la rama de un olivo nacían los dioses; que Atenea se erigió triunfadora en competición frente a Poseidón al hacer aparecer un útil y robusto olivo frente al imponente caballo presentado por su opositor. Que la estética del templo de Zeus era enriquecida por la presencia de un olivo, cuyas ramas eran premio, coronando a los triunfadores de las olimpiadas de la antigua Grecia.

Bellamente retorcido, el olivo parece indicar que él también sobrevive a la vida con ciertas cicatrices; que los años  pasan, pero no a todos vence igual. Es el árbol de la resiliencia, tolera por igual el invierno que el verdeo; exuda de su interior el preciado oro líquido, convirtiendo su fruto en símbolo de abundancia en toda la franja mediterránea. Centenario que inspira el respeto y la admiración que se siente por todo sabio; donador de riqueza y vida. Quien se vincula a un olivo lo protege; entiende que no vive de él sino a través de él. Lo contempla; sabe que si desea obtener de su vida “la miel”, ha de escuchar atento su historia; secreto y milagro de toda sana y justa cosecha.

La naturaleza es, y no cesa de expresarse; privilegiados han interpretado de ella hasta los lamentos… Naturaleza y hombre crean y recrean, es acto de vida y supervivencia.

Un olivo bautizado como El Grito de la Olivera parece ser la versión natural de la obra expresionista más famosa de Edvard Munch. Una curiosidad sorprendente y perturbadora. Un árbol tan andrógino como la figura de Munch, con un gesto de angustia en su corteza, surcos que expresan drama con tal fuerza que induce psicológicamente a percibir sonido. ¿Qué terror puede sentir un árbol —la naturaleza entera— viendo transformarse todo a su alrededor? ¡Terrible! La zozobra de ser testigo inmóvil de una cuestionable evolución. No tiene opción, siendo todo, es ente pasivo frente a la ambición de “desarrollo” del humano.

Una pareidolia nos conduce involuntariamente a entrelazar dos “gritos” de creación, aunque su nexo desde luego trasciende la similitud de imágenes; está en la respuesta abrumadora que desencadena en el observador: gran metáfora de una angustia universal; y es que todo cuanto tiene vida, comunica, palpita.

Recientes estudios críticos sobre El grito concluyen con una nueva interpretación: “Nadie grita”. En una litografía del artista noruego hecha en blanco y negro, expuesta en el Museo  Británico, podía leerse la siguiente inscripción: “Sentí un gran grito en toda la naturaleza”. Según palabras expresadas al diario británico Telegraph, G. Bartrum, curadora dedicada a una exposición del pintor, afirmó: “… a través de la inscripción sabemos cómo se sintió. Es un hombre oyente, ya sea en su cabeza o no. Siente la sensación de la naturaleza gritando a su alrededor”. Versión respaldada por el director del Museo Munch en Oslo, Hernichsen: “… tenemos las propias palabras de Munch y esta es una persona que se cubre los oídos mientras escucha los gritos de la naturaleza”. Este hallazgo ha generado nuevas elucubraciones sobre el carácter del autor, también sobre su sanidad mental.  Ahora se piensa que “su enfermedad” era la exteriorización de una ansiedad delirante, afanada en hallar de forma creativa, explicación a su vida, al mundo circundante. ¿Qué otra cosa es un artista, qué otra cosa ofrece el arte? ¿Quién no se refugia en él para conocerse, sanar o  sobrevivir? El grito es universal, y como todo cuánto es, está por encima de la comprensión del observador y las limitaciones de su juicio; Munch lo sabía; algunos conciben la idea que “jugó” con la apreciación que de él se tenía, lo que le motivó a dejar pistas de su puño y letra.

Y en el caso del “olivo que grita”, El Grito de la Olivera, ¿qué “enfermedad” padece? Desde luego, no es difícil concluir que todo está sujeto a interpretación, que se entiende según nivel de consciencia y se percibe y respeta según grado de sensibilidad.

Un olivo es más que un olivo: es inspiración, memoria, sustento, enlace a la vida. La naturaleza es la gran observadora doliente de la conducta humana; qué sucedería si un día, como Munch, oyéramos sus quejidos. Ensordecer sería lo de menos; lo más, despertar a lo infinitamente pequeños y egoístas que somos frente a ella.

El Grito de la Olivera, El Grito de Munch… tantas señales, un mismo mensaje; algunos se expresan como saben y otros como pueden.

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