Dividir para reinar es la estrategia más exitosa de todo imperio y el totalitarismo del siglo XX hasta hoy tiene nombres y apellidos propios que operativamente terminan en “ismos”: Mao, Hitler, Stalin, Fidel, Chávez. Sus partidos políticos tienen como primer papel simular que son demócratas, pues a sus adversarios les permiten votar en sufragios que, ya se sabe, no eligen. En el juego politiquero de toda mafia las cartas están marcadas para el fraude que se practica durante o después del montaje lúdico electoral.
Vale recordar que en su origen el llamado apartheid fue un sistema legislativo de segregación racial en Suráfrica. La palabra misma lo definió como el mecanismo estatal que apartó de los derechos sociales y civiles al nativo negro, la etnia de mayoría numérica. Por ley de dominio imperial, la minoría blanca colonialista los catalogó de raza inferior y por décadas se adueñó de su totalidad territorial, económica y política. Fue eliminado por el prestigio de Nelson Mandela con eficaces denuncias internacionales que culminaron en las amenazas de países capitalistas liberales dispuestos a romper inversiones, prohibir negocios y nexos diplomáticos con la dirigencia del momento.
Pero ese método separatista oficializado con raíz en la división étnica es un modelo que vive y se afianza en la segregación política que practica la involución revolucionaria del siglo XXI. Día a día se expande en el centro-sur del hemisferio occidental con su foco en el sovietismo castrocomunista caribeño y tropical de La Habana construido sobre varias columnas: élites militaristas, sectores empresariales coordinados con el poderoso crimen organizado transmundial, a su vez sustentados en el tráfico cocainero de las guerrillas con el saqueo de nacionales riquezas mineras y propiedades privadas. Los dos satélites ya consolidados con este sistema segregador son por ahora las tiranías represivas y sanguinarias de la ex Venezuela y Nicaragua.
La foto actual cubazolana muestra 3% de los citados beneficiados, otro de casi la misma proporción entre los que reciben dólares de remesas y gastan los de sus ahorros. El resto de la dividida sociedad rota se reparte en la diáspora diversa y los secuestrados en lo que fue su patria, donde fraccionados logran sobrevivir como se les ordena.
Roturas que abarcan todos los ámbitos: partidos políticos, instituciones y organismos democráticos eliminados o fragmentados. Fedecámaras, por ejemplo, es hoy un conjunto de fedecamarillas y eso explica la bienvenida de su directiva actual a la vicepresidenta del narcorrégimen, los festivos bochinches en el tepuy Kusari, ricas haciendas cañaverales del estado Aragua y otros exclusivos locales del venapartheid, desde donde se puede ver feliz el propio ombligo sin necesidad de mirar para ningún otro lado.
Cubazuela culmina así en un proceso de luchas internas que alcanza los interiores del Fuerte Tiuna, Miraflores y su Partido Socialista ¿Unido? de ¿Venezuela? Se repite sin cambio en siglos, que los revolucionarios se autodevoran.
Este divisionismo hispanoamericano ¿es un resultado impuesto? ¿O será genético por aquello del invitado a una reunión que llega tarde y pide disculpas avisando que no sabe de qué hablan pero se opone?
Parece una costumbre de larga data. Desde finales del siglo XX y principios del XXI se incrustó populista a través del subversivo militarista chavismo, ladrón y violador de leyes constitucionales. De efecto inmediato en la sucesiva parasitaria dirigencia castrista, los electos kirchnerismo argentino, correísmo ecuatoriano, lulismo brasileño. De manera y normas un tanto más moderadas pero continuas en los instersticios de la gestión presidencial bacheletista en Chile y varias n corruptas presidencias peruanas, ahora con las mexicanas encarnadas por fin en el presente desvarío de la administración lópezobradorista.
El trumpismo revela cómo el apartheid, si lo dejan, puede resucitar a la supremacía blanca y destruir incluso una democracia modelo cuya viga de sustento es un hasta ahora insobornable Poder Judicial.
Disculpen esta prosa barroca repleta de “ismos“ y de “istas”, pero es la nomenclatura que emana del continente ya controlado por la revolución discriminadora con sus variadas sucursales.
De donde resulta que la cuarentona venedemocracia pudo escapar temporalmente a esa tradición histórica regional. Muy lejos de milagro celestial, su resistencia frente a divisiones partidistas y tantos intentos subversivos internos y foráneos fue posible porque líderes pioneros cultos y educados en principios éticos no mercantilizados, con excepciones que confirman la regla, usaron la riqueza del maná petrolero para cimentar un Estado constitucional cuyo propósito fue aniquilar legalmente a los apartheid criollos que provienen desde la Independencia misma porque el conceptual último mensaje agónico bolivariano emitido en un prestado lecho desde la colombiana Santa Marta pidió congregar por fin para consolidar la unión, liberar definitivamente y construir.
Por más que se abuse y manipule con el vocablo “bolivariano” no aparecen sus auténticos seguidores. Todo lo contrario. Separados cada día más, su único punto común son aspiraciones presidenciales y bolivaristas. Dolarizadas por ahora, quién sabe si pronto en rublos por los vientos que soplan.
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