Algunos, no sé cuántos, pero sin duda que no éramos la mayoría, estábamos inconformes con el funcionamiento del sistema democrático establecido en Venezuela a partir del 23 de enero de 1958. Queríamos que esa democracia, nacida a duras penas, fuera sólida, proba, genuina y eficiente, capaz de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de los venezolanos que aún vivía en la pobreza. Esas virtudes garantizarían su estabilidad y su permanencia, y para ello, el sistema democrático tenía que despojarse de los vicios del pasado que lo socavaban, tales como el facilismo, el clientelismo, el populismo, el despilfarro, la corrupción y la ineficiencia. Requeríamos un cambio político que, en el marco de la democracia, hiciera posible esa transformación.
Congruente con nuestro pasado, la respuesta a esa aspiración no vino de la sociedad civil organizada, ni de los partidos políticos establecidos, sino de los cuarteles. Como el gomecismo, el perezjimenismo y otros “ismos” más antiguos, el chavismo hizo su aparición en la última década del siglo XX y el resultado no solo fue malo, sino que fue el peor de todos los regímenes similares que habíamos conocido antes.
El chavismo, singularidad política sui géneris, mezcló el militarismo venezolano endémico con el totalitarismo castro-comunista y el populismo latinoamericano, elevando a la enésima potencia el peso específico de cada vicio existente, sumando a ellos otros de su propia cosecha, como el aislamiento del país de su entorno histórico, cultural, geográfico y político, la entrega de la soberanía nacional, el apego a doctrinas ideológicas anacrónicas y fracasadas y la vinculación con la narcoguerrilla y el terrorismo internacional, lo que ha puesto a Venezuela en una posición muy peligrosa, asociada a regímenes tiránicos enemigos de la civilización occidental a la que pertenecemos.
El deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos por la disolución del salario y del ahorro, la hiperinflación y la devaluación del signo monetario, han producido, por primera vez en la historia del país, un masivo éxodo poblacional. La destrucción de la industria petrolera y el menoscabo de la infraestructura física y moral del país constituyen elementos adicionales exclusivamente chavistas que no existieron en los regímenes militares del pasado.
Todos estos son hechos conocidos que forman parte ya de nuestra historia. Lo que no sabemos es cuánto tiempo más durará la situación y cómo saldremos de ella. El chavismo tiene ya 23 años y se acerca al punto máximo de duración que haya tenido un régimen dictatorial en el país: los 26 años del gomecismo. La pregunta, cuya respuesta, debidamente procesada, quedará para ser expuesta en el futuro por los historiadores, sociólogos, economistas y demás estudiosos de las ciencias sociales, es la siguiente: ¿qué factores prevalecieron en esos 40 años de democracia (1958-1998) que no fueron idóneos para protegernos de caer nuevamente en manos del militarismo y del autoritarismo que creíamos superados para siempre?
Una cosa es evidente: no pudimos vencer los vicios del pasado. Nuestro desarrollo en el siglo XX fue puramente económico y petrolero, material no más, no político, cultural, social ni ético. Cuando la situación económica se deterioró por la caída de los precios del petróleo al inicio de los años ochenta, volvimos la mirada al pasado, al atavismo del caudillo y del tirano; de Zamora, Maisanta y de otros hombres de a caballo y de armas, muy distantes de Andrés Bello, Fermín Toro y José María Vargas. Aceptamos la solución mesiánica propuesta por un militar golpista, improvisado, prepotente, inculto y paracaidista en todos los sentidos posibles que ofrece esta última palabra. No quisimos hacer el esfuerzo que requería el cambio de rumbo que propuso el presidente Carlos Andrés Pérez en su segundo mandato, a quien no solo desoímos, sino que incluso sacamos del poder sin razones convincentes, con el beneplácito de la mayoría.
No vale la pena llorar por la leche derramada. Lo importante es aprender la dura lección que nos ha impuesto el chavismo para nunca más caer en manos de “iluminados” que surgen, como Hitler, Stalin, Mao, Fidel y Chávez de las crisis del momento. Muchas cosas ocurren fuera de nuestro entendimiento, pero la experiencia nos enseña a no cometer los mismos errores una y otra vez.
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