La serie documental: La historia del cine: una odisea (Mark Cousins, 2011) llega a las décadas que conocimos el cine: los setenta y los ochenta. Los capítulos que van del 10 al 12 se dedican a los directores que en los setenta mostraron la identidad de sus países y fueron críticos con Hollywood; al nuevo cine de diversión que nace en Asia; cómo el uso de computadoras –junto con nuevas ideas para hacer los frutos de la imaginación lo más realistas posible– permiten que las películas estadounidenses rompan récords de taquilla y, para finalizar, los realizadores que protestan con sus filmes en los ochenta.
El capítulo 10 va de 1969 a 1979 y lo titula “Los directores radicales”. En Alemania estos son: Rainer Werner Fassbinder, Wim Wenders, Margarethe von Trotta y Werner Herzog. Representan un cine de gran crudeza que no escatima en mostrar la realidad sin ninguna censura, así como la diversidad geográfica, étnica, sexual y espiritual. Busca la identidad alemana en relación con Estados Unidos, tratando de superar los complejos y el dolor de la posguerra. Los italianos Pier Paolo Pasolini y Bernardo Bertolucci representan dos formas distintas: el primero hará énfasis en su crítica al consumismo y el segundo abandona toda preocupación social y se centra en el arte. Ofrece otros ejemplos de Australia: Peter Weir; Japón: Noriaki Tsuchimoto, etc. En el llamado Tercer Mundo fue el tiempo del dominio del marxismo que criticaba el cine artístico y el comercial, porque estaban convencidos de que todo arte debería ser de denuncia y protesta contra el capitalismo.
En el capítulo 11 se muestra lo contrario al anterior, cómo en la misma década el cine comercial y de diversión que había entrado en crisis desde los cincuenta renacía, en especial en Asia. De esta forma muestra cómo Hong Kong creó el cine de artes marciales con el gran Bruce Lee, que influiría en el cine de acción de todo el mundo. Siendo el mejor ejemplo el director Yuen Woo-Ping que trabajaría mucho tiempo después en The Matrix (Hermanos Wachowski, 1999). En la India, lo que después será conocido como Bollywood crecería mezclando géneros (musicales, acción, terror, drama); y según Mark Cousins tiene el protagonismo del “actor más famoso del mundo”, de quien jamás había escuchado en mi vida: Amitabh Bachchan. Y me imagino que así lo considera Cousins porque las películas en las que ha participado son las más taquilleras de Asia.
Pero los verdaderos taquillazos se darán con tres películas estadounidenses: El exorcista (William Friedkin, 1973), Tiburón (Steven Spielberg, 1975) y La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977). La idea que desarrollaron los productores y directores fue llevar a la pantalla de la forma más realista posible lo que la gente imaginaba y anhelaba vivir-ver. Con el crecimiento de la demanda nacerán los multicines, y el cine romántico, que es la esencia de Hollywood, vuelve con gran fuerza. Nos referimos al héroe que confía en sus sentimientos más que en la razón, el mito y las sagas, el mesías que salva al mundo.
En el capítulo 12 relata cómo muchos directores protestaron contra los autoritarismos comunistas o las consecuencias de la exaltación del mercado con su “falsa visión del amor y la vida”, en palabras de Cousins. En China explica que la Revolución cultural había estancado su cine y que para los ochenta comenzó a renacer con directores como Zhang Yimou y Chen Kaige, quienes se alejaban del cine patriótico de héroes comunistas con mucha acción y grandes planos, para hablar de las personas con sus problemas personales en medio de los cambios históricos.
Al hablar del cine ruso se refiere a Ven y mira (1985) de Elem Klimov y se pasea por el africano de Gaston Kaboré, que muestra la influencia del realismo mágico.
En Estados Unidos hace un contraste del cine de acción desbordada como Top Gun (Tony Scott, 1986) con el cine que explora el inconsciente y los problemas sociales, como son los casos de los directores David Lynch y Spike Lee. Francia se cansaría del “cine intelectual” y volvería al comercial con Luc Besson, entre otros. Pero en el Reino Unido surgirían hermosas propuestas como los filmes de Terence Davies y Derek Jarman. El primero logrará combinar la belleza y el dolor en encuadres simétricos que nos recuerdan al japonés Yasujiro Ozu.
Al final de la década la protesta fílmica probablemente dio su granito de arena en los cambios que se vivieron, en la gran apuesta por la libertad que significó el inicio de una nueva oleada democrática con el fin del mundo comunista.
Nueva nota de preocupación: la semana pasada, además del susto que vivimos con el fuerte temblor (¡Dios mío, que finalice la prueba!), pudimos observar cómo el país se paralizó ante las medidas económicas anunciadas por el chavismo-madurismo. Es lógico pensar que la combinación de dos grandes récords, como es la más fuerte devaluación de nuestra historia junto con el mayor aumento del salario mínimo, combinado con un agresivo control de precios (encarcelando a gerentes de tiendas, etc.), llevará inevitablemente al cierre de nuevas empresas que se sumarán al criminal cementerio que ya va por más de 60% de nuestra industria y comercio (este humilde profesor tiene un microemprendimiento tortero y no consigue harina y azúcar). La destrucción en el sentido material y humano de estos 20 años de proyecto político socialista ha sido de magnitudes que jamás habríamos imaginado, salvo por una guerra. Muchas veces escuché a los extranjeros decirnos que el venezolano necesitaba una fuerte crisis para superar su mentalidad rentista. Es evidente que la estamos padeciendo y con gran dolor. Ruego a Dios entonces que hayamos aprendido la lección y nos libere de esta oligarquía perversa para poderla sellar en nuestra memoria colectiva, tal como enseñan al pueblo judío a recordar el Holocausto: “¡Nunca más! ¡Nunca más!”.
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