- La inmensa mayoría quiere que Maduro y su régimen se vayan; pero los datos indican que los venezolanos están desconectados de la dirección política del país, lo cual incluye a la opositora. La conexión emocional que muchas veces hubo ya no existe; ese vínculo que va más allá de lo racional y que lleva a los seres humanos a las empresas más arriesgadas con la sola voz de los líderes, se disolvió. Ahora lo que predomina es el desagrado hacia los dirigentes y es tanto peor cuanto mayor fue la admiración en el pasado.
- Observo las redes sociales y también las impresiones de quienes conozco: lo que antes fue fervor hacia determinados guías, ahora es hastío y amargura; tal es el costo que pagan los que no cumplen su cometido. En otras latitudes el fracaso repetido conduce a la renuncia, al apartamiento, para darle tiempo al tiempo. Entre nosotros no es la conducta que predomina. La mayoría de los dirigentes actúa como si los fracasos fuesen responsabilidad de otros y nunca se sienten obligados a dar cuenta. Es natural que un jefe político se equivoque como cualquier ser humano, pero su responsabilidad es mayor porque esa equivocación impacta a muchos; lo que sugiere una revisión pública de por qué las cosas ocurrieron de un modo y no de otro. Eso no acontece entre nosotros.
- El fracaso puede provenir de diferentes vertientes. La estrategia puede ser teóricamente correcta pero se sobrestima la fuerza propia o se subestima la del enemigo; pero también puede venir del voluntarismo (si yo quiero, puedo); o proviene de una profunda ignorancia histórica –que es lo que creo que le ocurre a la mayor parte de la dirigencia actual-, que impide conocer las pulsiones más profundas, de larga data, de una sociedad que se ha conformado por siglos.
- Tengo la impresión de que esa desconexión va de la mano de otro sentimiento que noto –sin que tenga datos diferentes a los de la conversación cotidiana- que es el de la decepción hija del engaño. Se han planteado caminos, objetivos, estrategias, que han fallado en su objetivo esencial por lo que mucha, muchísima gente no perdona. Ha entregado su estabilidad laboral y familiar, sus bienes, su tranquilidad, y miles se cuentan entre perseguidos, exiliados, torturados y muertos. Millones los emigrados; millones los que siguen en Venezuela en medio de lazos rotos o maltrechos, y el resultado para todos contradice las expectativas.
- Venezuela se convirtió en un país roto, cuyas piezas no se han vuelto a ensamblar y, por el camino que se camina, no pareciera que puedan volverse a unir. A veces me parece que lo que vivimos es un enorme duelo que no cesa, de esos dolores que se ensanchan con su solo recuerdo. Más aún, los que vivimos el país que se nos fue caemos en cuenta de que no volverá y solo regresa en esos latigazos de remembranzas que asaltan un día tras otro. Era un país en que parecía que todo dependía de ti, de lo que hicieras o dejaras de hacer; el futuro era imaginable. Ahora, el futuro también emigró.
- Esta situación puede tener una salida inesperada. Un cambio en la alineación de los astros; un acontecimiento singular que cambie el juego, de ese tipo de eventos que hace saltar por los aires la aparente estabilidad existente, donde aparecen dirigentes de la nada y se hunden los existentes, en la nada. Eso puede ocurrir, porque en la sociedad venezolana el magma subterráneo del descontento es fluido y ardiente, y puede abrir un cráter aquí o allá. Sin embargo, la probabilidad del evento singular es imposible por su propia naturaleza no se puede pronosticar.
- Frente a tal expectativa hay otra ruta que es la de dotar a la sociedad de una dirección política renovada. El método empleado hasta ahora dio resultados al comienzo de este régimen y durante años, pero ya no; consistía en agrupar, reagrupar, incluir, excluir, partidos y organizaciones sociales. Esas agrupaciones no tenían o perdieron en el camino la representatividad que se suponía ostentaban. La mano poderosa de los dueños de la oposición –en realidad una mano perversa y enclenque- coloca las fichas, las retira y las ubica, mientras sus artificios cambian de nombre con cada vuelta de la luna.
- Ahora corresponde transitar otro sendero que es el de reconstituir la dirección democrática en un proceso popular. No se trata de elecciones primarias, pues estas sugieren la nominación de un dirigente para unas elecciones inexistentes (¡se agita el fantasma del 2024!), sino de un tipo de consulta nacional, sin el bandidaje electoral del régimen, con supervisión y reglas acordadas entre los participantes, con compromisos claros, que permitan constituir un actor nacional e internacional poderoso. Este proceso no incluye ni excluye a nadie a priori, sino que son los propios ciudadanos los que al participar, deciden. Desde luego, debería haber una supervisión eficiente y confiable para impedir que el régimen o sus testaferros influyan en el resultado de la consulta.
- La dirección que así resulte contará con el legítimo mandato popular, inmediato y reciente, y no ese mandato que agoniza, prolongado en la cuarta dimensión, que emergió de las elecciones de 2015 (¡hace 7 años!) con la Asamblea Nacional. No es solo el resultado el que interesa sino el proceso de movilización por los equipos o individuos que deseen contarse en esa jornada.
- Hay escepticismo y desinterés combinados ante esta necesidad, precisamente por las razones que apuntamos al inicio de estas líneas, pero es posible que no haya otra opción para agrupar fuerzas, generar atracción hacia nuevas ideas y confianza hacia nuevas estrategias que anclar la legitimidad en la participación ciudadana. Una vez que se comparta el propósito se buscará la manera de llevarlo a la práctica; pero hay que cooperar genuinamente para lograrlo. Tal vez sea la manera más expedita de salir del hoyo, salvo la aparición del cisne negro o del pájaro loco.
@carlosblancog
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