Lo que está haciendo la dictadura que usurpa los poderes públicos en Venezuela es una barbaridad que con toda razón asombra a la comunidad internacional. Eso que un tribunal, desde donde despacha una juez, o más bien una activista del partido que sirve de base a ese esquema, persona que evidentemente no tiene el más mínimo mérito para desempeñar ese juzgado, pero sí es apta para ordenar asaltar unas instalaciones de un medio de comunicación así no más, por capricho de uno de los jerarcas de esa tiranía, permite comprender en toda su dimensión semejante arbitrariedad.
El asalto al diario El Nacional, robo que incluye el inmueble, sus rotativas, todos los equipos tecnológicos, el archivo histórico que vendría siendo como patrimonio de la nación, no tiene parangón en la historia de nuestro país y creo que en ninguna otra parte del mundo. Como ha dicho su editor Miguel Henrique Otero, en nombre de los trabajadores de ese periódico, “si este sacrificio es el precio que tenemos que pagar para que los gobiernos del mundo libre se percaten, por fin, de que en Venezuela opera una tenebrosa corporación criminal, pues bien vale la pena padecer las consecuencias de este asalto que se lleva por delante un capital económico y cultural que ha costado muchas décadas de trabajo, inversiones y esfuerzo de varias generaciones”.
Ciertamente es así. El Nacional es un símbolo de la libertad de expresión. A lo largo de su existencia sirvió de plataforma para que se divulgara la información que diera cuenta de la realidad de Venezuela y de los sucesos que se daban en cualquier parte del planeta. Sus páginas eran plasmadas por crónicas con noticias oportunas; no faltaban las críticas a cualquier línea gubernamental, en cualesquiera de sus ciclos ni las cuartillas de los articulistas más prestigiosos de Venezuela. El Nacional es una universidad del periodismo moderno. Desde sus pasillos y talleres se dictaba cátedra de información y siempre fue una cantera de nuevas figuras que terminaron siendo destacados comunicadores y relevantes escritores al servicio de las letras que distinguían el gentilicio venezolano.
Lo que está ocurriendo ahora en Venezuela es espantoso. Deja atrás, muy lejos, lo que pudo haber hecho la dictadura de Pérez Jiménez, la de Pinochet en Chile o la de Rafael Leonidas Trujillo, alias “chapita”, en República Dominicana. Eso de colocar a una persona sin credenciales, sin carrera judicial, sin méritos pues, para que ocupe un sillón en un tribunal para que simplemente actúe como instrumentista de ese tipo de canalladas, solo es posible que se consuma en un país en donde desapareció el principio de separación de poderes.
La lucha por recuperar la libertad persistirá, pasando por encima de estas penurias, y pronto llegará el día en que recuperemos El Nacional, se enciendan sus rotativas y la tinta de la dignidad tiña su primera página con el titular ¡Venezuela es libre!
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