Buddy reside en una parroquia de Irlanda del Norte. A sus ocho años asiste a la escuela, juega fútbol en las calles de su Belfast natal, vive con intensidad su niñez familiar signada por el amor marital, los atentos abuelazgos, el primer amor platónico hacia una compañerita de aula, el cariño y los respetos mutuos entre todos los vecinos de su acera, entonces puede asumir esa primera niñez con la normalidad que expresa su lenguaje capaz de transmitir fantasías para cuando sea grande.
De repente todo cambia porque estalla en ese entorno la retenida guerra civil entre protestantes y católicos, conflicto de cuatro siglos. La familia toda padece el cambio, discute los pro y contra entre quedarse o emigrar hacia Inglaterra.
A grosso modo es lo que muestra con vivencia semiautobiográfica Kenneth Branagh, guionista, productor y director del reciente grandioso filme Belfast que, gane o no como mejor película en los Oscar y otros premios de fama mundial, pasa a la historia del arte fílmico por elementos magistrales que saben detallar críticos especializados.
Buddy sufre los efectos de la violencia política bipolar pero tiene nombre y apellido registrados, no permite que le arrebaten su infancia, por eso emocionalmente sigue inmune, puede afrontar cambios, superar pérdidas y celebrar triunfos.
Panchito Mandefuá tiene la misma edad física pero material y emotivamente detenida desde hace décadas. Parido en un rancho de cualquier barrio, concebido por fulana de tal con zutano es un huérfano cuya escuela es el asfalto donde sobrevive en basurales, si puede labora como limosnero, vendedor de golosinas, limpiabotas y gana migajas que comparte con una niña también paria. De súbito el escritor venezolano José Rafael Pocaterra (Valencia 1899- Canadá 1955) autor de las intemporales Memorias de un venezolano de la decadencia, perseguido en especial por la dictadura gomecista, revela en su famoso breve relato ”De cómo Panchito Mandefuá cenó con el Niño Jesús” referido al mísero pueblo venezolano de fines de la centuria XIX y principios de la del XX.
Por obra y desgracia revolucionarias del siglo XXI a lo largo de estos veinte años, Panchito resucita multiplicado en miles, lo atrapan dormido sobre la calzada, a las puertas cerradas de un hospital o robando una arepa comercial. Lo transforman en reo de cuarteles, forjado para la criminalidad cainita. Si antes logra huir descalzo para cruzar fronteras terrestres sin rumbo fijo, nadar en ríos ajenos muy bravos, alcanzar un peñero caribeño repleto de escapados que buscan refugio en un amigable país vecino es abaleado desde un inmenso buque militar.
Hay muchos otros episodios de esta epopeya esperando por su registro por narradores que pudieran contar, describir, filmar, cantar con talento y prisa lo que pasa y será de ellos, acaso sus hijos y panas, tantos Mandefuás que no tuvieron ni tienen infancia a lo largo de la criminal Castrolandia hemisférica.
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