Se fueron de Colombia a Venezuela para buscar mejores oportunidades, para no morir por la guerra, huyendo de la violencia del narcotráfico o incluso por amor.
Varias décadas después, casi sin creerlo, tuvieron que volver porque la crisis los dejó sin opciones.
Hablamos de los cientos de miles de colombianos que han retornado a un país que abandonaron en las décadas de 1970 y 1980 para buscar un mejor futuro.
Son los que se fueron cuando Venezuela era el territorio más prospero de Sudamérica y Colombia se encontraba atormentada por la violencia de paramilitares, guerrillas y narcotraficantes.
Son los que buscaron el «sueño americano» que se vivía en el país vecino y/o escapar de las bombas, secuestros y asesinatos que se vivían en el propio.
Los que emprendieron un viaje que era «casi como conseguir un boleto al paraíso», y ahora están de vuelta. Pero no por voluntad propia, sino por necesidad. Incluso por supervivencia.
El de los nacidos en Colombia que echaron raíces y formaron familia en Venezuela, pero ahora vuelven por la inseguridad, falta de alimentos o medicinas y el descalabro económico que se vive en territorio venezolano, es un fenómeno creciente.
A continuación te contamos dos de estos casos, que aunque pueden parecer diametralmente opuestos, tienen muchos elementos en común.
1. «Jamás pensé que volvería»
Luz Bernal vive con sus tres gatos y un perro (todos venezolanos) en un apartamento bogotano desde febrero.
En Caracas tiene otro tres veces más grande que tuvo que abandonar porque «no había más opción«.
Luz dejó su Cali natal para irse hasta la capital venezolana en 1978, con 22 años, para acompañar a quien después se convertiría en el padre de sus tres hijos.
Viajaron con el dinero justo, por tierra y llegaron en la madrugada.
Los muy pocos conocidos, «amigos de otros amigos», les ayudaron a conseguir trabajos modestos y empezar su nueva vida.
Era la Venezuela setentera del paraíso petrolero. La que se convirtió en la mayor consumidora de productos extranjeros de Sudamérica.
La que forjó una clase media que se acostumbró a pasar vacaciones en el extranjero y arrasar con los centros comerciales de Miami por el tipo de cambio favorable de ese entonces.
En esa época comenzaron a decirles a los venezolanos los «dame dos», porque no se llevaban un par de zapatos apenas o solo un reloj de marca.
Eran los años de la «Venezuela Saudita», el país que se convirtió en el mayor importador de whisky pese a producir algunos de los mejores rones del mundo.
«Al principio no fue nada fácil», recuerda Luz, quien señala que su primera noche en Venezuela la pasaron en la estación de buses.
Sin embargo, señala que «en apenas seis años» ella y su esposo lograron algo que «en Bogotá habría sido imposible»: compraron su primer apartamento en Caracas.
Era 1984, ya tenían hijos y los apuros económicos de a poco se iban apaciguando dando pie a la estabilidad que cualquier familia añora.
Al mismo tiempo, Bernal se enteraba que en su país natal se multiplicaban la violencia, los homicidios y cada día era más poderoso un hombre nacido en Medellín llamado Pablo Escobar.
La ciudad, capital de Antioquia, llegó a ser la urbe con la tasa más alta de homicidios en el planeta en esos años.
«Yo trataba de enfocarme en Venezuela, porque teníamos que sacar una familia adelante, pero claro que me preocupaba por mis papás en Colombia», señala la mujer a BBC Mundo.
Se estima que cinco millones de colombianos cruzaron la frontera entre los 70 y 90, muchos de ellos para realizar los trabajos que a los venezolanos «no les gustaban».
Bernal recuerda que ese era un rasgo que distinguía a sus connacionales en Venezuela, eran hábiles y sacrificados en los llamados oficios de mano de obra intensa como el servicio doméstico, la albañilería, la electricidad, la mecánica automotriz o la carpintería.
Ahora el gobierno colombiano estima que un millón de personas pasaron desde territorio venezolano a Colombia, entre ellos al menos 200.000 nacionales que retornan.
«Nosotros veíamos en esos años cómo los venezolanos se iban de vacaciones a Aruba, al Caribe y de compras a Estados Unidos», recuerda Luz.
La mujer recuerda con algo de pesar cuando sus hijos, siendo niños, escuchaban a sus compañeros de clase de inglés presumir sus vacaciones en el exterior, un gusto que ella y su familia pudieron darse bastante tiempo después.
Luz Bernal, con un divorcio de por medio, logró que sus hijos terminen sus estudios secundarios en Venezuela e ingresen a la universidad.
Todo eso sucedió casi al mismo tiempo que Hugo Chávez llegó al poder.
«Nunca voté por él, lo juro. Aunque si me parecía interesante que no se dejaba con nadie, así sea el presidente de Estados Unidos», indica la mujer que en esos años trabajaba como secretaria.
Bernal indica que «la primera señal» que le preocupó fue cuando Chávez comenzó a echar al personal jerárquico de Petróleos de Venezuela (PDVSA) e inició con las expropiaciones.
«Al principio era imposible imaginarnos lo que se venía, pero de a poco comenzamos a sentirlo en la escasez de productos, en las filas y en la violencia de alguna gente», recuerda.
En 2004, Luz logró comprar un apartamento más grande y en un mejor barrio de Caracas, pero sus hijos comenzaron a emprender vuelo.
La inseguridad era un problema cada vez mayor, al punto que comenzó a salir con un cuchillo cuando debía caminar más de una cuadra.
Cada vez que iba en un taxi y un motociclista frenaba a su lado sentía que se le paraba el corazón por el miedo a que la asalten o disparen.
En las filas para comprar alimentos se esforzaba para que lo poco que queda de su acento colombiano no la delatara, porque eso podía «ocasionar problemas».
«Algunos venezolanos creían que tenían más derechos que yo, pese a que yo ya me había nacionalizado», indica.
Algo similar le pasó en el edificio nuevo donde comenzó a vivir cuando el administrador quiso impedirle el paso después de que se enteró que era de Colombia.
Bernal sabe que ella fue «afortunada», porque entre los millones de colombianos que emigraron a Venezuela hubo muchos que pasaron por situaciones bastante más desagradables.
Durante años la rancia élite venezolana vio a los colombianos como mano de obra barata y hasta los taxistas de Caracas le presumían al visitante de Colombia que ellos podían pagarse una mejor vida.
Con un hijo en Europa y las otras dos en Colombia, Luz de a poco fue entendiendo que su etapa en Venezuela se acercaba a su fin.
«Mis hijos me mandaban algún dinero, entonces por alimentos no sufría, pero ¿qué hay de la salud? Eso no se puede garantizar en Venezuela así tengas dinero», indica.
Así fue como en febrero de este año, volvió al país que había dejado 40 años antes.
La acompañaron tres gatos y un perro que había recogido de la calle.
«En Venezuela las personas se pelean por comida, imagínese cómo están los pobres animales. Eso también me parte el alma», cuenta.
El perrito lo encontró desnutrido, a una gatita la rescató con la pata quebrada, la segunda era muy maltratada y le tiene pánico a las escobas. A la última le cortaron la cola y eso le afectó los riñones.
Ahora estos animales y su nieta son su principal compañía.
Bernal evita ver las noticias cuando hablan de Venezuela porque le provoca mucho dolor, pero mantiene contacto con algunas de sus vecinas a las que de vez en cuando ayuda con dinero para que compren alimentos.
«Fueron 40 años, allí hice mi vida. Nunca habría imaginado que esto pasaría, es muy triste. Ojalá algún día pueda volver», lamenta.
2. «Un país que antes le pertenecía a poca gente»
Una foto de Hugo Chávez es el fondo de pantalla del teléfono celular de Esperanza Peña.
Nació en Mompox (norte de Colombia) y emigró a Venezuela en pleno boom petrolero, en 1975.
Vivió en barrios caraqueños durante 43 años, hasta que en mayo de este año su hija y nieta decidieron ir a buscarla y llevarla a Colombia casi en contra de su voluntad.
Recién llegada, recibió la visita de BBC Mundo para hablar del país del que se enamoró y al que quiere volver a pesar de todo.
«Lo que vivimos es una etapa de sacrificio, pero vamos a salir adelante», dice la mujer, quien se reclama como chavista y leal al gobierno de Nicolás Maduro.
Esperanza Peña lo niega, pero es evidente que está algo flaca y eso mismo opinan sus familiares.
Ella le resta importancia y señala que nunca fue «una mujer de lujos», sino todo lo contrario.
Al recordar las más de cuatro décadas que estuvo en suelo venezolano, hace énfasis en que las élites de ese país se acostumbraron al derroche y apunta de memoria los niveles de desigualdad en cuanto a ingreso existentes en Venezuela en los años previos al chavismo.
En cambio, reivindica los programas sociales del gobierno bolivariano que distribuyen alimentos, otorgaron vivienda a millones de venezolanos, extendieron la salud a varios puntos del país y universalizaron la educación.
«Pese al sabotaje y ataque económico, son logros inmensos en un país que antes le pertenecía a poca gente», indica Peña.
En Venezuela tuvo diferentes trabajos y se casó. Su esposo la acompaña en la actualidad.
Él también se reclama chavista y repite una y otra vez que lo que se vive en su tierra es un «intento de golpe de Estado» contra Nicolás Maduro «con el apoyo de Estados Unidos, las oligarquías y los medios de comunicación».
Esperanza lo apoya e insiste en que «lo que publican los periódicos es falso».
«Por ejemplo a mí nunca me faltó leche«, señala orgullosa.
Para esta mujer lo más duro que le tocó vivir en Venezuela no son las filas por alimentos o la falta de medicinas, sino la muerte de Hugo Chávez en 2013.
«Nunca el pueblo estuvo tan triste. Todos estábamos muy pendientes», recuerda la mujer.
Su firme compromiso chavista hizo mucho más difícil para sus familiares convencerla de volver a Colombia, así sea temporalmente.
Su nieta, María Esperanza Arias, recuerda que durante los últimos tiempos la abuela «seguía asegurando a toda la familia en Colombia que ella estaba bien en Caracas y que la crisis económica no la había tocado«.
Así pasó el tiempo hasta que su mamá, la hija de doña Esperanza, «se empeñó en ir a buscarla».
Arias, quien es periodista, acompañó a su madre y relató el viaje en una crónica publicada en el periódico Publimetro.
«Mi mamá lloró y la abrazó por un tiempo largo. Mi abuela no le podía seguir mintiendo, estaba delgada y caminar se le hacía más difícil«, relató en aquel texto que, además, cuenta lo mucho que puede costar conseguir hasta una botella de agua en Caracas.
La periodista le contó a BBC Mundo que, tres meses después de que fueron a buscar a su abuela, Esperanza Peña insiste en que quiere volver a Caracas.
«Ella está de vuelta en Mompox, junto a su esposo. Ambos han aumentado considerablemente de peso», señala con alivio.
Añade que la mujer »sigue firme en su pensamiento« y que es la familia la que se esfuerza para que ella no agarre un bus de vuelta a Caracas.
Pronto será operada de la vista, una intervención médica a la que no podía someterse en Venezuela y que recibirá en este país gracias a su seguro de salud colombiano.
El caso de Esperanza Peña, una abuela chavista colombiana que retornó a su país en medio de la crisis venezolana, puede sonar a un contrasentido.
Sin embargo, es una historia más de las millones que no dejan de multiplicarse y ratifican que Colombia y Venezuela son países que desde hace décadas comparten sus tragedias.
Hace 40 años los que migraban eran unos, hoy son los otros. Antes eran la guerra y las bombas del narcotráfico, ahora son la falta de alimentos y escasez de medicinas. Lo que pase en las siguientes décadas es muy difícil de anticipar.
Esperanza, en su Mompox natal, todavía tiene la foto de Hugo Chávez como fondo de pantalla de su celular. Y no hay nada que haga suponer que la cambiará por otra imagen.
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