Fueron tiempos de fervor por la creación intelectual y «artística», en una de las más hermosas ciudades de la cordillera andina, Mérida, sobre la cual, en el curso de la década de los 70, con más pleités que sarcasmo, un portentoso hacedor venezolano me dijo que «era un cementerio sin paz» (1). Otro, nacido en Ejido y que departía con nosotros en el novísimo hotel Prado Río, autor de También los hombres son ciudades, lo espetó advirtiéndole que ningún lugar del mundo semejaba más al Paraíso (2).
Carlos Danéz ha sido un seductor innato, no premedita hacerse amigo de nadie ni ejerce de pendenciero para la consecución de fortuitos verdugos. Su andar pausado y erguido, su fluido e inteligente discurso «aristofanesco» identifican a un poeta-dramaturgo irrepetible que ha (con probidad) conducido su fértil existencia: amenazada por los auto-investidos inquisidores y excomulgadores del sector del Episcopio Falaz de Academia. Ese que no busca otras formas, distintas a la censura, para purgar su tedio: propio del burócrata eunuco. Cuando publicó Carnal (3), experimentó los latigazos del prejuicio que a los escritores-librepensadores y propensos a la disestesia nos enfadaría. Leamos uno de sus formidables textos: «El olor a sexo nos repugna: luego nos acaricia. El olor a Dios desde el sueño/en borbotones hasta las flores/canta desde el poema/y nos despierta en la palabra./Tu clítoris da muerte a la vida ordinaria» (4).
Aun cuando en claustros universitarios se discierne, con explícito desenfado, alrededor de escritores o poetas respecto a quienes se redactan tesis o monografías, nosotros no somos admitidos como parte de la «institucionalidad universitaria». Algo similar sucedía a los intelectuales griegos en la Antigüedad, a la mayoría que no tenía un benefactor y que, en las obras de teatro de Aristófanes (5) aparecían como personajes incómodos: ingeniosos mediante la sátira y comicidad. Se mofaban de los imbéciles, serviles y cortesanos. A causa de su infinita y lesiva ignorancia, la sociedad civil (idéntica a la que hoy sufraga políticamente a favor de simiescos) presumía que no teníamos «estirpe» por causa de nuestra «demencia». Lo cual nos mantenía en la intemperie y segregados, sin poder resguardarnos de la periódica y torrencial moral: de esa «mariana» que no se sabe de dónde (con exactitud) precipita su lluvia ácida o radiactiva.
Cierto: aun cuando ya éramos testigos de incesantes desarrollos científicos y tecnológicas, la secularidad e ¿inmutabilidad? de la estupidez de la congregación de escritófagos de academia no frenaba sus propósitos de enmienda: a Danéz tenían que corregirle su «perversa psiquis» porque ello exigían los exarcas del episcopio falaz: nada parecido al episcopado de lícita ecclesia, que respeto por su coraje y resistencia frente a los actos vandálicos de gobierno que pretenden exterminarlo. En Carnal, Carlos deviene Literato en mayúscula, pero presuntamente blasfemo y hereje sólo por verter su a-gnóstica inventiva: -«Dios es inmoral por culpa de nuestras desgracias. Permanente e inmóviles vamos hacia el atardecer./La muerte nos ilumina la oscuridad/por eso te regalo otro coito/» (6).
En los predios del averno, el goce se halla previo cortejo para la consumación de un principesco coito. El homo ex machima o extraterrestre virgiliofergussoniano (híbrido vástago de quienes, en 1976, aterrizaron en el páramo de La Culata y salieron sin vestimentas del OVNI para invitar al flautista participar en una orgía) representa el summun de la celebración de lo paradisíaco terrenal e inmutabilidad del Hedonismo. Ya lo había dicho Epicuro (341-270 a. d. C.): «El placer es el fin supremo de los hombres».
Somos conversos: principescos que «nihil est Belcebú acceptius». Sin una credencial oficial de las que imparte la institucionalidad universitaria (ese ridículo e insepulto Consejo Inquisitorial, que, frustrado persigue a portadores del «legatum luxferiano»), yo declaro Rex a Carlos el Grande y emparento su magistratura intelectual con la que tuvo Ouspensky: … «¡Todos sus placeres son materiales, sus cuerpos son materia y sin su cuerpo material no pueden experimentar sensaciones de ninguna clase! Aquél sin sensaciones no tiene existencia…» (7).
Dos años después (2006) de la publicación de Carnal, sobre la cual se rumoró que fue confiscada en depósitos de la Dirección de Cultura de la Universidad de Los Andes para ser incinerada (8), Carlos Danéz obtuvo en Mérida el Premio Municipal de Poesía con un libro que tituló Memorias del relámpago (9) y que tiene un pórtico que da fe de su intacta adhesión a nuestra Mater Providentia: …»Libemos con fuego a la salud de Belcebú que nos abre las puertas a lo desconocido intolerable hasta por el delirio porque prefieres la enfermedad al vigor y si quieres un poema potable sabrás lo necia que es la Diosa de la Sabiduría…» (10).
A diferencia de Carnal, lo califico como un libro de anotaciones y reflexiones poéticas de viaje. Escrito, sin dudas, con disfrute por el tacto y beso papal a tierras recién pisadas. Igual, advierto su goce por la plática con el forastero, que descubrirá no tan extranjero. Inhalamos en un lugar específico, tal vez natal, desde el cual imaginamos trasladar nuestros cuerpos hacia sitios que creímos desconocidos: para, al cabo, percibir el sempiterno rostro del Ser y la Nada de Ser: …»Salamanca avalancha de palabras/como el Tormes y sus confluencias de América/incontenible e impensable/y olvidable/equivalente a un silencioso/estremecimiento cuando apenas se articulan signos de compresión/acnamalas la gloria» (11).
En el infierno, también los príncipes de legión envejecen y pasan a la fase de ocultamiento eterno. Danéz pareciese estar cansado, anhelar ser relevado. Estará satisfecho de haber dictado, durante casi cuatro décadas, las cátedras de Poética y Dramaturgia (de la «academia correspondiente») a los iniciados en el paracelsosiano mal que es el bien pervertido. Lo presumo porque, en el Registro Principal del Averno consta, bajo el rótulo Fermento, un parágrafo mediante el cual, hábil y de este domicilio, el ciudadano Carlos Danéz pide permiso al demonio para eyectarse hacia el cosmos y solicitar que le sea autenticado todo cuanto poéticamente cometió: «Viejo Belcebú agradezco tu gesto de hacerme pasar por la salida pero las querencias horribles del error son religión más fuerte que mi decisión» (supra).
Notas
(1) CALZADILLA, Juan: autor, entre otros, de Dictado por la Jauría y Bicéfalo. Co-fundador del afamado grupo El Techo de la Ballena. Confieso ya extinta aquella prolongada e intensa comunión y complicidad intelectual: que alcanzó el paroxismo o cénit una noche cuando, en el balcón del apartamento de fallecido poeta y filósofo Ludovico Silva [persuadidos que no se equivocó el anfitrión al afirmar que todos debíamos morir In vinus veritas] pactamos luxferianamente ejecutar (nos) un simultáneo suicidio desde tan elevada altura. Empero, feliz y oportunamente, apareció la amabilísima Amanda de Calzadilla y frustró nuestro propósito. Celebrábamos uno de los últimos cumpleaños del talentoso estudioso del marxismo, confeso dipsomaníaco que inferiría lo siguiente: «Tres zonas, borrosamente delimitadas, se distinguen en el campo de la alienación ideológica: a) la primera, relacionada con la distinción entre alienación y observación; b) la segunda, con la crítica literaria; y c) la tercera, con la manía sustancialista de los filósofos» (P.131 de Marx y la alienación. «Monte Ávila Editores», 1981)
(2) TREJO, Oswaldo: También los hombres son ciudades (1963)
(3) DANÉZ, Carlos: Carnal. Universidad de Los Andes, «Ediciones Actual» [con formidables ilustraciones de GUTIÉRREZ, Oscar]. Mérida-Venezuela, 2004.
(4) P. 27 de ob. cit.
(5) Dramaturgo que logró notoriedad con obras teatrales donde la burla y sátira golpeaban los hábitos, costumbre y sucesos políticos de en la Grecia Antigua. Aristótafnes (450-385 a. de C)
(6) P. 91, idem.
(7) P. 141 de OUSPENSKY, J. D.: Charlas con un diablo. «Editorial Hacchette». Buenos Aires-Argentina, 1976.
(8) En la Universidad de Los Andes, hechos tan infames como lo sucedido con Carnal no han sido excepciones. El año de 1991, el Consejo de Publicaciones de nuestra institución académica reeditó mi novela Aberraciones. Un profesor de la Facultad de Ingeniería se dio la tarea de recoger firmas para entregárselas a D. Felipe Pachano Rivera, quien ejercía funciones de «autoridad universitaria» y presidía la dependencia editorial, para que se suspendiese su venta y ordenara la destrucción de mi libro. Me citó a su despacho de secretario y reímos mucho sobre la absurda pretensión de aquél ignorante y fortuito enemigo de mi literatura. El inquisidor no tuvo éxito en la recolección de firmas ni perturbó la quietud e inteligencia de mi amigo Pachano Rivera, más tarde elegido rector (su praxis al mando fue magnífico)
(9) DANÉZ, Carlos: Memorias del Relámpago. Edición de la Alcaldía de Libertador. Mérida-Venezuela, 2007.
(10) P. 9 de ob. cit, Fermento.
(11) P. 54, Ibídem.
@jurescritor
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