Por ISAAC NAHÓN SERFATY
Me ha llamado la atención que la más reciente edición del Papel Literario haya estado dedicada al escritor Rafael López-Pedraza y a la conmemoración del Holocausto. No sé si esto es una mera coincidencia, o una decisión editorial de dedicar un mismo número a este psicólogo analítico y al genocidio de los judíos.
En su ensayo Ansiedad cultural, López-Pedraza hace un análisis del Holocausto (del “llamado Holocausto”, como él lo escribe en el texto). Su argumento, inspirado en su formación como psicoanalista junguiano, pone en un mismo plano a los nazis y a los judíos. López-Pedraza afirma que ambos (victimario y víctima) representan dos formas de concebir la pureza racial propia tanto de la ideología nazi y de la religión judía, ambas expresiones del monoteísmo (uno centrado en el Estado todopoderoso en manos de la raza aria, y otro del Dios único del pueblo elegido). Propone López-Pedraza analizar “el Holocausto como el horripilante resultado de dos pueblos llevados por la locura de la pureza virginal”. Vemos claramente que para este escritor existe una simetría perfecta entre los verdugos nazis y los judíos.
Más adelante en su texto, López-Pedraza vuelve sobre un análisis simétrico de las dos partes del “conflicto”: “La sombra arrojada por esta locura de pureza racial, esta exclusividad, constelizó (sic) a su vez la locura alemana: la pureza racial haciendo posible el aparecer de otra pureza racial. Lo que la historia reveló en Alemania fue el asesinato de judíos ‘puros’ perpetrado por alemanes ‘puros’: los arios puros contra el pueblo elegido por Dios. Dos concepciones de vida dominadas por la virginidad cuya consecuencia fue la demencia. EI impacto de dos psicologías virginales tuvo por efecto una destrucción masiva, una masacre. Víctimas y victimarios, victimarios y víctimas, bailando juntos una infernal danza de muerte”.
Un poco antes de hacer esta afirmación, el escritor presenta en su texto un supuesto dicho de Golda Meir a Henry Kissinger: “Ser víctimas parece ser el destino de los judíos’, le dijo una judía moderna, Golda Meier (sic), a un judío moderno, Henry Kissinger, como si ese fuera el precio de la fantasía de ser el Pueblo Elegido” (no conseguí la supuesta cita de Meir en ninguna edición de la revista Time de 1982, la fuente que usa el escritor).
López-Pedraza comenta enseguida: “Existe una extraña psicología en esta aceptación de ser víctima, de ser movido por un destino que se precipita inconscientemente hacia la búsqueda del victimario. Es un destino que se mueve con extraordinaria fuerza y habilidad al encuentro de su realización. Si la meta de un destino es convertirse en víctima, toda la energía se dirigirá hacia eso. Si el propósito final es ser una víctima, uno puede entonces imaginar que eso es lo que realmente realiza ese destino. Tal sentido del destino hace que una vida se convierta en el vehículo de esa fuerza. Así es como yo deseo ver la historia de la diáspora judía en Alemania: el pueblo judío, impulsado por la fuerza de su destino —la pureza racial— a través de los siglos, propiciando y moviéndose hasta las consecuencias finales del Holocausto”.
El psicólogo junguiano llevó su análisis de la simetría entre el verdugo y los judíos exterminados a su conclusión “lógica”: los judíos en Europa y la Unión Soviética (no solo los judíos en Alemania, como pretendió erróneamente López-Pedraza) son los causantes mismos de su exterminio por esa vocación de víctimas que marcó su destino que habría provocado ese encuentro explosivo con los alemanes nazis obsesionados por la pureza racial (olvida también el escritor la participación de otras personas no alemanas en el genocidio cometido contra los judíos).
Su análisis es altamente problemático e incorrecto por múltiples razones, que no vale la pena considerar en esta carta. Pero sí es importante al menos señalarlo cuando se publican en una misma edición artículos que conmemoran al autor de este análisis sobre el Holocausto y textos que recuerdan la Shoá.
Espero que puedas publicar esta carta en el Papel Literario.
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