En términos coloquiales la esquizofrenia equivale a una desconexión con la realidad, a una contradicción notoria entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace; una percepción disociada de los valores y prácticas de la vida. En términos científicos el asunto es más complejo y no me adentro en ese terreno porque carezco de conocimientos apropiados, es decir, de autoridad. Pero lo coloquial vale para los fines de estas líneas.
Luis Vicente León, con quien no suelo estar de acuerdo, ha declarado que hay una contradicción insalvable entre lo que Maduro dice y hace. Diría más: hay una contradicción insalvable entre lo que dice. Un día dice una cosa y al otro día dice una cosa incompatible, contradictoria, disociada con lo ya dicho. Y ni siquiera hay que esperar un día para apreciarlo. En una misma intervención, sobre todo ahora que se la pasa dando anuncios sobre su supuesto programa económico, ocurre lo referido.
De pronto proclama que está comprometido con reactivar la economía productiva, con bien venir las inversiones extranjeras, con ofrecer seguridad jurídica para el desempeño de la empresa privada, y de seguidas amenaza con enviarle el Sebin –la policía política– a tales o cuales comerciantes o industriales (de los pocos que van quedando) para que se los lleven presos por estar robándole al pueblo… Si eso no es algo esquizofrénico, nada lo es.
Por cierto que esas amenazas, que muchas veces se concretan, suponen un desprecio continuado a los denominados “organismos” encargados del Poder Judicial, en un sentido amplio. A la pregunta de por qué son tan despreciados por el verdadero poder, la respuesta es obvia.
Así mismo, un amigo muy conocedor de la realidad cubana ha advertido que el diario o pasquín Granma, que por lo general no se cansa de loar al señor Maduro, ha sido curiosamente parco en el tema, repito, del “supuesto” programa económico. Como el régimen cubano no da puntada sin dedal, sería interesante examinar esa situación.
Pero volviendo a la esquizofrenia, la catarata de declaraciones oficiales es un monumento sobre la materia. Casi nada se precisa, el margen para la ambigüedad crece día a día y con él se agrava el caos, acaso no día a día, sino hora a hora. Y como el señor Maduro está convencido de que se la está comiendo, entonces la catarata se hace más caudalosa. Por supuesto que la primera víctima es el pueblo venezolano, al que todo se le ha encarecido y que tiene que sobrevivir a punta de verdaderos milagros cotidianos.
Si Venezuela estaba sumida en una catástrofe humanitaria, ahora está padeciendo una hecatombe de alcance ilimitado. Además de la hiperinflación, turbomotorizada por la esquizofrenia, y de la escasez rampante de todo lo que sea bueno y provechoso, también reina una confusión generalizada que es, desde luego, imposible de explicar. Y lo es porque las contradicciones insalvables, sobre las que declara Luis Vicente León, no son solo entre la retórica y lo que podría identificarse como la práctica, sino esencialmente en la retórica misma.
Luego, todo eso tiene que ser un desastre, conceptualmente hablando, y un desastre sumamente dañoso en cuanto a sus consecuencias sobre la ya agobiada nación venezolana.
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