El mundo ya era un lugar cambiante al que había que adaptarse cada día antes de que nos sorprendiera la Cuarta Revolución Industrial. Ahora, más que andar al ritmo que nos marca la tecnología, tenemos que correr detrás de ella. La automatización está alterando nuestra forma de trabajar, pero también demanda nuevas habilidades y, con ello, nacen numerosas oportunidades.
La vida es así. Muchos trabajos se han ido perdiendo: ascensoristas, telefonistas o zurcidoras de carreras en las medias ya no tienen cabida en nuestra sociedad; estamos aprendiendo a pagar solitos en los hipermercados y a gestionar nuestras cuentas bancarias sin ver la cara al director de la sucursal; muy pronto viajaremos en coches sin conductor y dejaremos de tocar billetes y monedas.
La pérdida de oficios causada por los rápidos cambios en el mundo, y el nacimiento de nuevas profesiones, no ha cesado desde la invención de la rueda. Sin embargo, el mundo nunca se ha detenido gracias a la existencia de empresas que saben surfear bien sobre la ola del cambio. Estos son sus métodos desde mi punto de vista:
Crear empresas ágiles. La rapidez para adaptarse es crucial. Triunfan las corporaciones que incorporan la cultura del cambio y que invierten en una evaluación constante. Hoy todo se puede medir y, con ello, conocer rápidamente qué demanda el público, qué necesita y cuál es su experiencia con nuestro producto o servicio; es más: las empresas más ágiles saben qué demandarán sus clientes para ofrecérselo antes de que lo pidan y antes que la competencia.
Formar líderes. Las personas que saben conectar con el equipo, que pueden motivar a su gente para alcanzar objetivos y metas van a ser necesarias en todas las empresas. Algunas capacidades no pueden ser sustituidas por ninguna máquina. Por ejemplo, la empatía, la flexibilidad en la resolución de problemas, la ética por encima de los intereses, los valores, la integridad, el respeto por los demás y su diversidad, el reconocimiento del esfuerzo, el apoyo a la creatividad, la pasión… son habilidades emocionales que siempre serán demandadas.
Apostar por los algoritmos y algo más. Las empresas de éxito incorporan la última tecnología para automatizar, abaratar y perfeccionar los procesos, pero también piensan en las personas, en sus emociones y su bienestar. Para ello, crean espacios y condiciones de trabajo que favorezcan la productividad, la fidelización y retención del talento y, por supuesto, ofrecen formación constante, apoyo en forma de mentorización y servicios de coaching, una remuneración justa y extras o bonos por objetivos que hagan de los empleados los mejores embajadores de la marca.
Potenciar la diferencia. Hay habilidades que no podrán ser automatizadas por ahora: calmar a un cliente furioso, tranquilizar a un paciente asustado, consolar a una niña que llora… La inteligencia artificial tiene su espacio, pero muchas empresas están volviendo a poner en valor servicios que habían abandonado como, por ejemplo, que además de un chatbot, hay una persona con la que dialogar.
Pepper, un simpático robot de aspecto humanoide, creado en 2014 por SoftBank Robotics «para hacer a la gente feliz», según reza su publicidad, está programado para captar emociones humanas, ser alegre y mantener conversaciones. Al principio, llamó mucho la atención y despertó la curiosidad en comercios, restaurantes…, pero luego se ha visto que tenía problemas para ofrecer indicaciones, que se tomaba descansos no planificados, que no acompañaba bien a los clientes y que incluso estos se sentían asustados y preferían a un encargado de carne y hueso. Finalmente, ha sido despedido de varios trabajos por incompetente. Por ahora, la inteligencia emocional no puede ser artificial, veremos lo que depara el futuro.
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