A 40 grados bajo cero 21 divisiones rusas con 650 tanques invadieron el sureste de Ucrania tomando relativamente por sorpresa al enemigo, el objetivo estratégico era tomar la vía férrea que aprovisionaba a la ciudad de Jarkov. Las imágenes que hemos visto por la televisión en las que Rusia acumula armas y soldados en la frontera con Ucrania, y el incremento de la tensión entre ambos países en este invierno nos traslada de algún modo 80 años atrás cuando la Unión Soviética en la misma región atacaba a la Wehrmacht. Es una situación muy distinta, pero son muchos los analistas y autoridades que han considerado dicha crisis como el mayor despliegue de ejércitos en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y de ocurrir una guerra –Dios no lo quiera– podría ser el quiebre del status quo establecido después de 1945. Pero volvamos a los meses de enero y marzo de 1942 cuando Iosif Stalin considera que la victoria que obtuvo en la contraofensiva de la Batalla de Moscú (7 de diciembre de 1941 al 7 de enero de 1942) es la mejor prueba de un Ejército alemán debilitado que puede ser destruido, según sus cálculos, si se logra fragmentarlo y aislarlo de sus líneas de abastecimiento a lo largo de todo el Frente de 1.600 kilómetros (Contraofensiva rusa del invierno del 41-42, 7 de enero al 7 de mayo de 1942). Su diagnóstico fue errado y el desgaste y la mortandad es enorme al usar divisiones sin casi entrenamiento y pocas armas. La guerra en el Este requería tiempo, industria, tecnología y lo peor: sangre y sacrificio.
En nuestra última entrega de la serie que titulamos: “¿El ‘general Invierno’ venció al Ejército de Hitler?”, publicada en la segunda semana de diciembre pasado (y que el presente artículo forma parte de dicha serie) y en la cual analizamos la Batalla de Moscú; nos faltó resaltar el impacto (con cifras) que llevaría a la decisión de Stalin, sin olvidar las que asumiría Adolf Hitler. Los números son abrumadores, porque para llegar a 30 kilómetros de Moscú el Tercer Reich sufrió en el Grupo Centro desde octubre la misma cantidad de bajas aproximadamente que en dicho Grupo de Ejércitos y los otros dos (Norte y Sur) en los que dividieron la invasión desde el 22 de junio. Por no hablar que también perdió la mitad de tanques con los que comenzó la conquista de la URSS, y todo ello para terminar retrocediendo casi hasta donde había comenzado la “Operación Tifón” a principios de otoño.
En pocas palabras: fue un fracaso. La ira de Hitler fue grande cuando se retrocedió desobedeciendo su orden de resistir hasta la muerte, por lo que realizará una gran purga (retiro o traslado, no fusilamiento al estilo soviético) de su alta oficialidad en el Este (más de 35 generales y comandantes) empezando por el comandante en jefe de la Wehrmacht: Walther von Brauchitsch (cargo que asumiría el Führer desde ese momento). Se movieron 22 divisiones desde el oeste junto a los que acababan de terminar su entrenamiento, y el 28 de diciembre daría la siguiente orden: “En la defensa hay que combatir hasta el fin por cada pulgada de terreno. Solo así será posible infligir al enemigo pérdidas sangrientas, resquebrajar totalmente su moral y extraer todas las ventajas de la indestructible superioridad del soldado alemán”. Algunos historiadores afirman que estas medidas evitaron mayores retrocesos.
Stalin y la Stavka (cuartel general supremo del Alto Mando) creyeron que era posible repetir el éxito contra el Grupo de Ejército Centro y lanzaron la contraofensiva en el Norte (general Andrey Vlassov) para liberar el sitio de Leningrado y en el Sur (mariscal Simeón Timoshenko) para rescatar el sureste de Ucrania y el puerto cercado de Sebastopol, único reducto que resistía de la península de Crimea. Pero el Centro que había sido fuertemente castigado en diciembre también fue atacado aprovechando los salientes que habían generado al norte de Moscú en Kalinín (general Iván Koniev y un poco más al norte: A. I. Eremenko) y al sur en Kaluga (general Georgui Zhukov), en una audaz intento de rodear a los alemanes en torno a Viazma y Smolensko. Se había olvidado que el triunfo en la Batalla de Moscú fue fruto del uso de reservas sacadas de todos los rincones y con sacrificios inmensos, de manera que se estaban arriesgando a un agotamiento y por tanto en sufrir precisamente lo mismo que padecieron los alemanes: el exceso de confianza combinado con problemas logísticos.
Las consecuencias de la contraofensiva fue que varios ejércitos alemanes pudieron ser cercados lo cual ocurrió muchas veces, pero lograron liberarse e incluso abastecidos por aire, caso de la ciudad Demiansk (defendida por el general Walter von Brockdorff-Ahlefeldt), hecho que quedará como mito de las capacidades de la Luftwaffe y que volverá a intentarse hace en el futuro pero con magnitudes muy distintas por no hablar de los resultados. Hitler permitió algunas retiradas para evitar el cierre de las pinzas soviéticas y la Wehrmacht realizó contragolpes liderados por generales como Walter Model y Günther von Klugeen en el Centro, Kuno-Hans von Both en el Norte y Erich von Manstein y el mariscal Fedor von Bocken el Sur, por solo citar los más importantes; y todo ello con temperaturas bajo cero. Al final el desgaste significó pérdidas en muertes, heridos y armas que en el caso alemán llegó a un cuarto de millón y los rusos más del doble. Entre marzo y abril una vez más las lluvias de primavera irían reduciendo los combates a una guerra de trincheras hasta mayo y junio.
La llamada contraofensiva rusa del invierno del 41-42; siguiendo al historiador neozelandés David Stahel, 2019, Retreat from Moscow: a new history of Germany’s winter campaign, 1941-1942 (principal fuente junto a las otras citadas en esta serie); terminó de confirmar el fracaso de la “Operación Barbarroja” (22 de junio al 5 de diciembre de 1941), porque a pesar de sus grandes victorias no logró los objetivos estratégicos necesarios para obtener la victoria en la Segunda Guerra Mundial: desmantelar el Estado soviético y el Ejército Rojo, controlar la industria y los recursos de la URSS, que le darían a su Ejército la superioridad sobre el Imperio Británico y su aliado estadounidense. A finales de marzo de 1942, aunque la Alemania nazi seguía teniendo el control de buena parte de la zona europea de la URSS, los rusos poco a poco incrementaban la producción de armas con la reconstrucción de su industria desplazada en 1941 más allá de los Urales, conservaban las fuentes de sus materias primas que la abastecían y contaban con la indispensable ayuda –cada vez mayor– en comida, tecnología y armas de los Aliados angloestadounidenses. La semana que viene atenderemos el impacto interno en Estados Unidos de su entrada a la Segunda Guerra Mundial. El Frente Oriental se retomará en mayo debido a que los hechos en el Pacífico requieren una mayor atención hasta esa fecha.
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