Las preguntas con respecto a la democracia como el sistema político más idóneo, no hay dudas de que prosiguen. Evidencias, muchas.
Prima facie pudiera afirmarse que las respuestas en medio de los dos bloques que dominan el mundo, por un lado China y Rusia y unos cuantos más países que a los dos primeros suelen sumarse y por el otro Estados Unidos, Inglaterra y la mayoría de los europeos. Un dilema alrededor del interés que cada uno persigue, el político, estatuir la democracia, y el particular, el de lo que pudiera calificarse como “la conquista moderna” y que suele traducirse en el apropiamiento de recursos, no tanto humanos, sino más bien materiales que demandan las economías de los grandes. El enfoque depende desde dónde se le mire, si desde la nación poderosa o la débil. Para algunos, aquella que explota y la que se deja explotar, ambivalencia generadora, parafraseando a Samuel Huntington, de “olas democráticas y antidemocráticas” que acompañan a ese océano que es “el mundo” y que el viento mueve y remueve.
Una de “las olas” que hoy genera preocupación es la presunta invasión de Ucrania por Rusia, ya con una concentración de tropas en las fronteras. Se escucha que “Kiev aspira a entrar en la OTAN y el Kremlin pugna por mantenerla bajo su influencia”. Y se pregunta ¿será acaso que a Putin se le ha metido en la cabeza crear una nueva Unión Soviética? Vladimir da la impresión de que cada vez que se mete en el agua helada, sale más convencido de que el ingreso de Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte perturbará la seguridad del país que manda y desde unos cuantos años. Es, quizás, una obsesión de quiénes se han formado en las tareas de la KGB, cuidadosos al observar que la finalidad de la OTAN es “garantizar la seguridad de sus países miembros y por medios políticos y militares”. Y que, también está escrito, que “cuando las conversaciones no dan fruto, la fuerza militar actuaría”.
Ha de tenerse presente, desde otro ángulo, que dada la cooperación rusa en países de América Latina, particularmente, en los que integrarían, para algunos, una “nueva ola”, especie de “alta marea” que alimenta el mar que rodea a Cuba, todavía alimentada, aunque parezca mentira por un presunto comunismo que dejó bien sembrado Fidel Castro, fuente de duda si es el comunismo malo o quiénes se dicen comunistas y que tal vez tienen a Marx revolviéndose por allá dónde se le ubicó expresando “conste que eso no fue lo que prediqué”. “Esa marejada”, aparentemente, mitad rusa y mitad china, menos 10% que ambos permiten a Irán y a Turquía, habría que ubicarle en el aprovechamiento de las materias primas de los países de la cordillera central y andina. Jamás, la consolidación de la libertad y la democracia. Huntington, ya muerto, pues hubiese acertado con una denominación más real a esta “pleamar”. Y que más bien pareciera “un maremágnum”.
De esta presunta “ola” de “la comunistizacion”, ha de tenerse presente, que se incluye a Chile, a raíz del triunfo de Gabriel Boric, para algunos “el nuevo Allende”, descartándose que ha revivido “la concertación” y el convencimiento de que “la democracia social es posible”, fruto de un liderazgo con capacidad de convocatoria a las masas para que los gobiernos entiendan la fuerza de las reacciones populares, tanto para sufragar, como en lo relativo a lo que revelen “las urnas”. Algunas razones se escrutan: 1. El liderazgo de Boric surge, precisamente, de las reacciones populares ante una democracia cuya funcionalidad se agotaba, 2. De hecho ha reconocido “un panorama de gran complejidad social y económica”, motivo para un gobierno de integración, como lo evidencia las designaciones para su gabinete, nombrando a 14 mujeres y 10 hombres, entre ellos al socialdemócrata Mario Marcel, ministro de Hacienda, “respetado economista” de los gobiernos de centroizquierda, una buena señal a los mercados y muestra de integración de los sectores progresistas clásicos, y 3. Ofrece, por tanto, “una combinación estimulante de políticas progresistas y vínculos con el mejor pasado democrático de Chile.
Tengamos presente que un enfoque serio de la democracia sería incompleto si se limitase únicamente a la transformación del régimen político, sin tocar la estructura social, lo que analistas llaman “cambio de época”. Esa ambivalencia ha obstaculizado su consolidación. Será esto lo que sopesan los gobiernos de Estados Unidos, tanto republicanos como demócratas, con respecto al anhelo de estos pueblos de que se le ayude ante los regímenes oprobiosos que les gerencian. Para algunos se ara así el terreno para la presencia rusa y asiática en Cuba, Venezuela y Nicaragua y próximamente en Chile. Llama la atención, asimismo, que se mencionan “las transacciones institucionales contingentes» o “puente”, la ruptura con el régimen para ese “cambio de época” como objetivo primario. Es el caso de Portugal, el primer actor, aliado con la mayoría social, es el ejército. A los suramericanos, ante tanta ignominia, no deja de gustarnos este enfoque.
El mundo, definitivamente, como siempre, entre olas y contraolas.
El quid, aquella donde deberíamos surfear, con respecto a lo cual ayude a tener claro que “los gobiernos autoritarios o populistas, aunque sus dirigentes se llenen la boca con expresiones retoricas de amor al pueblo, no solo impiden las libertades sino que nos condenan a vivir en la pobreza y el estancamiento» (García Hamilton, Por qué crecen los países).
@LuisBGuerra
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