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Un balance del régimen madurista

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Un balance de la actuación del régimen madurista obliga a analizar, con la necesaria objetividad, los 12 años del corrupto y arbitrario gobierno de Hugo Chávez, los 6 años de la irresponsable gestión de Nicolás Maduro y los aciertos y errores de la oposición venezolana. Dedicaré 3 artículos para cumplir este cometido con el fin de determinar, al final de ellos, las reales causas de la tragedia venezolana, la cual ha sido producto de ese amasijo de ideas contradictorias, sobrepasadas en la historia, que ha terminado siendo el proyecto ideológico de lo que han llamado falsamente la revolución bolivariana, con la finalidad de confundir a los venezolanos sobre el pensamiento y obra de El Libertador. Hugo Chávez llegó al poder en 1998, como consecuencia del cansancio de las ideas que habían fortalecido y estabilizado, desde 1958, al régimen civil, y la falta de visión del liderazgo democrático para iniciar las necesarias y urgentes reformas que exigían los nuevos tiempos.

El inicio del gobierno de Chávez se caracterizó por un constante enfrentamiento entre distintos sectores sociales, que indicaba de esa manera que su principal característica sería un permanente conflicto, el cual, con seguridad, comprometería el destino nacional. Su amplia popularidad, alcanzada después de la victoria electoral, empezó a resentirse al no lograr modificar las condiciones de vida de las mayorías nacionales al mantenerse bajos los precios petroleros. El mandatario, en su creciente megalomanía, consideró que era fundamental controlar a la Fuerza Armada Nacional y a Pdvsa e imponer una reforma educacional que permitiera sembrar en los jóvenes los valores revolucionarios. Las crisis de los años 2002 y 2003, creada intencionalmente por él, condujo a la desobediencia militar del 11 de abril de 2002, a la huelga petrolera y al referendo revocatorio, en el cual triunfó al haber modificado ilegalmente su fecha de realización con el fin de que tuviera efecto un amplio plan de orden social conocido como las misiones.

Ese triunfo, la importante purga en los cuadros de la Fuerza Armada, el despido de 20.000 funcionarios de Pdvsa de todos los niveles, el inimaginable incremento de los precios petroleros y la debilidad de la oposición democrática le hicieron sentir que era el momento oportuno para lanzar una importante ofensiva, en el plano nacional y en el internacional, para imponer el socialismo del siglo XXI como un proyecto continental que buscaba enfrentar a los Estados Unidos en América Latina. También fue el momento de iniciar un creciente, desordenado y deficitario gasto público: nacionalización de empresas, ferrocarriles, nuevos puentes en el Orinoco y en el lago de Maracaibo, importantes adquisiciones militares, ampliación de las empresas básicas, préstamos millonarios a distintos países, facilidades petroleras en condiciones dadivosas a la América Central y al Caribe, ampliación de distintos programas sociales, la construcción de numerosas viviendas, el fortalecimiento del sistema de sanidad pública y pare usted de contar.

Un grave error de la oposición democrática al llamar a la abstención en las elecciones parlamentarias del año 2005, le permitió consolidar el poder al controlar los poderes públicos con la designación de militantes de su partido para ocupar los cargos en un gesto de soberbia que ya auguraba su fracaso. Todo parecía sonreírle, pero en lugar de entender que tenía ante sí las mejores condiciones para realizar una obra de gobierno de gran trascendencia histórica, su megalomanía lo condujo a pensar que era posible transformarse en el líder fundamental de la América Latina y rivalizar con los grandes líderes mundiales. No es posible olvidar sus ofensas al presidente George W. Buch en la sede de las Naciones Unidas y su viaje a Irak, en plena crisis mundial, para pasearse con Saddam Husein en un automóvil por las calles de su capital. Lo doloroso fue que, en “sus sueños de gloria”, permitió que una camarilla se dedicara a saquear libremente los inmensos recursos en divisas que empezó a recibir Venezuela en esos años.

Sus 12 años de gobierno fueron la antesala de la tragedia venezolana. Realizar un balance de su gestión produce angustia y dolor. Se nacionalizaron numerosas empresas privadas y se confiscaron miles de hectáreas en el campo venezolano sin entender que nuestro parque industrial exigía una moderna gerencia y estrechas relaciones con el exterior y que el latifundio había desaparecido totalmente en Venezuela, orientándose la explotación agropecuaria hacia fincas y granjas de mediano tamaño con una exigente inversión en maquinarias y demás medios modernos de producción. El resultado está a la vista: las industrias nacionalizadas fracasaron y sus obreros están siendo pagados con el presupuesto nacional. Lo mismo ocurrió con las fincas y granjas confiscadas. En definitiva, desapareció la producción nacional, y se creó, de inmediato, el inmenso negociado de las importaciones. El creciente ingreso petrolero permitió ocultar el fracaso, pero al caer el precio del barril y la producción petrolera el hambre se enseñoreó en Venezuela.

La injustificada destrucción de Pdvsa es un caso que pasará a la historia. En 1998, en medio de la depresión de los precios, la producción venezolana alcanzó a 3.800.000 barriles por día y existían serias negociaciones que con facilidad podrían aumentar la producción entre 5 y 6 millones de barriles diarios, apenas mejoraran los precios. La huelga petrolera de 2002 fue consecuencia de las irresponsables decisiones de Chávez que buscaban destruir el mérito en dicha empresa. El retiro de 20.000 funcionarios, de excelente formación y experiencia, produjo en el mundo petrolero tal sorpresa que empezó una lucha entre empresas para captarlos. El culto a la personalidad que empezó a rodear la figura del hombre hizo que sus decisiones fuesen sagradas. Así cometió la locura de ordenar que Pdvsa fuese utilizada en distintas funciones para tratar de mejorar la eficiencia gubernamental. El resultado fue la caída de la producción al alcanzar, en este momento, a 1.500.000 barriles diarios.

Los importantes e inimaginables ingresos que tuvo Venezuela durante los gobiernos de Chávez hubieran permitido la construcción de una moderna infraestructura que habría sido un factor fundamental para consolidar un desarrollo sustentable. Dolorosamente, en lugar de aprovechar esa oportunidad dejó que saquearan el erario nacional. El desorden, establecido para poder robar, condujo a que todas las grandes obras que se contrataron fracasaran estruendosamente: los ferrocarriles, la ampliación del Metro de Caracas y de Valencia, otro puente sobre el lago de Maracaibo, las nuevas autopistas, la construcción de importantes represas para enfrentar la crisis eléctrica y cientos de obras que se contrataron, con los anticipos requeridos entregados, sin que hayan sido terminadas. De esta manera, no solo se despilfarraron esos inmensos ingresos, sino que, de manera irresponsable, se contrató una inmensa deuda pública de más de 150.000 millones de dólares que tendrán que cancelar las futuras generaciones. En conclusión, el liderazgo de Hugo Chávez significó una inmensa estafa a la fe de los venezolanos.

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