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Tendencias: Pesticidas, el debate continúa

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El uso de plaguicidas es casi tan antiguo como la historia de la agricultura. El mismísimo Homero mencionaba al azufre quemado como recurso para alejar las plagas. En numerosos autores de la antigüedad hay referencias al uso del arsénico como insecticida. Historiadores de la agricultura informan que en Grecia y en Roma había propietarios orgullosos de las mezclas que “inventaban” para espantar las plagas. A veces lo lograban, en otras ocasiones no. El método predominante consistía en quemar sustancias de fuerte olor. Pero es muy probable, sostienen los expertos, que la mayoría de esas humaredas contaminaran los alimentos, afectando la salud de quienes los consumían.

Han transcurrido más de 25 siglos desde que Homero hizo ese apunte, y la interrogante de fondo persiste: si los pesticidas –y los fertilizantes–, necesarios para una agricultura capaz de producir los alimentos que necesita la especie humana representan riesgos de tal magnitud, ¿sería necesaria su eliminación parcial o total? Las posiciones al respecto son tantas y diversas que es prácticamente imposible resumirlas en poco espacio. Hay que decir que en la controversia participan grupos ambientalistas, expertos de organismos multilaterales, empresas que cuentan con el apoyo de poderosos y hábiles lobbies, universidades y centros de investigación, gremios de agricultores y asociaciones de consumidores. La cuestión de los pesticidas, en este comienzo del siglo XXI, debe ser uno de los asuntos más candentes en un mundo abarrotado de asuntos candentes.

Un primer factor a mencionar es el derivado de estos tiempos de globalización: insectos y plagas se desplazan cada vez más lejos de sus hábitats naturales. El cambio climático y la gran movilidad que han alcanzado los transportes marítimos y terrestres sirven también a los pequeños animales voladores para desplazarse a grandes distancias. Se ha documentado cómo la avispa asiática ha llegado a Europa, trasladada en barcos de mercancías desde puertos de Asia. Es el caso, por ejemplo, de la llamada peste del Dragón Amarillo, azote de la citricultura, que azota los sembradíos de naranjas, mandarinas y limones en cuatro continentes. Para responder a esta grave amenaza, hay países o regiones que han autorizado el uso de un pesticida, tiametoxam, que afecta a las abejas. De hecho, en Europa está prohibido su uso preventivo. Mientras los grupos ecologistas sostienen que debe eliminarse completamente, los agricultores responden: ¿Y cómo se garantizará la producción de alimentos para más de 7.500 millones de habitantes si se prohíben todos los pesticidas?

Mientras en algunas partes del mundo la tendencia prohibicionista avanza, en otros, como China, la actitud que predomina es la contraria. En un reportaje publicado en el diario El País, de España, el pasado 29 de abril, se lee: “Con 1.400 millones de bocas que alimentar, China no renuncia a nada. Abandera el cultivo de plantas transgénicas, demonizadas en Europa, y compra la I+D agrícola mundial. ChemChina también ha adquirido la israelí Adama, el imperio mundial de los pesticidas genéricos para plantas: herbicidas, insecticidas y fungicidas”.

Las noticias al respecto, a menudo inadvertidas, incluso, para los buenos lectores de la prensa, son incesantes. A diario se reporta la acción de plagas sobre los cultivos. A diario, organizaciones ecologistas, como Greenpeace, realizan acciones, recogen firmas y presentan argumentos para convencer a los organismos reguladores de tomar medidas de erradicación total de los pesticidas.

Mientras tanto las empresas no permanecen de brazos cruzados. Contratan investigadores altamente calificados, establecen convenios con reputadas universidades, financian estudios para definir la toxicidad potencial o el peligro de ciertos pesticidas. Muchos de estos estudios concluyen en que el peligro de los pesticidas radica en su uso excesivo. Bajo condiciones de uso adecuado no afectan la salud humana. Hay científicos, entre quienes defienden el uso de estos productos químicos, que han acusado a organizaciones ecologistas de hacer afirmaciones carentes de sustento científico y hacer campañas de opinión basadas en prejuicios y desconocimiento total de cómo los pesticidas actúan.

Por su parte, las advertencias de los agricultores son verdaderamente alarmantes. Los gremios de las principales potencias agrícolas del mundo han venido emitiendo documentos y declaraciones sobre el peligro de que continúe prohibiéndose el uso de pesticidas, puesto que ello expondría a la humanidad, en un relativo corto plazo, a caídas enormes en la producción porque se dejaría a las plantaciones indefensas ante la acción de las plagas.

Y hay más al respecto. Entre las denuncias no faltan las dirigidas a la agricultura ecológica. De acuerdo con lo señalado por expertos, el uso de cobre y azufre es tóxico y peligroso. Insecticidas de origen natural también causan impacto en abejas y otras especies.

Ciertamente, se trata de un debate que hasta la fecha parece no arrojar resultados conclusivos. No en vano el presidente Emmanuel Macron, en octubre de 2017, declaró que tanto Francia como la Unión Europea necesitan de científicos independientes que avancen junto con los agricultores a un consenso sobre las políticas adecuadas en el uso de pesticidas, sin afectar la producción y sin que suponga un aumento desmedido del precio de los alimentos. Hasta que la ciencia no arroje conclusiones más claras, no parece haber otro camino que alcanzar acuerdos basados en el consenso. Los siglos transcurridos desde los días de Homero nos han enseñado que las plagas más perniciosas son las derivadas de la falta de comunicación y la escasa voluntad para allegarse acuerdos en los que todos ganan, pero cada una de las partes debe ceder en aras del bien común.

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