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El muy mal chiste de la soberanía nacional

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A mí me parece que esto de la soberanía nacional es un chiste burdo, ruin. Aquí, con la excusa de que han cometido el delito de la traición a la patria de Bolívar, o sea, la nuestra, no América, han enjaulado y hasta asesinado a más de uno, a muchos más, a más de cientos, por años, con torturas y ensañamiento cruel que llega a alcanzar a las familias, hasta a las mascotas. Pero la disgregación nacional, esta entrega inadmisible del territorio y los bienes del país a cuanto extranjero se dice revolucionario es un asunto deleznable.

Con permiso, porque no van a venir a decirme que sin él, se enquistan en buena parte de los estados venezolanos guerrilleros de todo cuño, guerrilleros colombianos, armados, envalentonados, y libran parte fundamental de sus peleas grupales en nuestras tierras ante el ojo avizor y de bolas que protector del régimen del terror que se ha impuesto en Venezuela, entre otras razones dando permiso de operar a los guerrilleros colombianos. Así lo ha denunciado el presidente Duque, Simonovis y todo aquel que se asoma al tema. Por increíble que parezca. Pero no es necesario quedarnos con las palabras. Hay que sumar las acciones. Las muertes, los secuestros, las operaciones que han venido ocurriendo en nuestro territorio y de las que oficialmente esquivan información alguna. ¿O donde murió Santrich? Y cuando alguien, como Javier Tarazona y su Fundaredes asoma la información, zas, al pote de la ignominia, a las rejas feroces de un régimen feroz para los débiles y desprotegidos, pero amable hasta la entrega concupiscente para con quienes manejan el poder continental o extracontinental con garras venenosas.

De allí devienen la vista gorda que se hicieron con el problema de la arrebatada del Esequibo, y, ahora sabemos, la presencia marcada de los rusos en Venezuela, en una extraña presencia que ha explotado, singularmente, pública y notoriamente, desde que está a punto de caramelo la situación en Ucrania. Y así, los iraníes con su gasolina y otros múltiples productos, o los turcos y los chinos, dígame los chinos. No se sabía del engreimiento chino hasta su repercusión colonialista en Venezuela. Y si nos paseamos, no por el Apure encendido de sangre colombo-venezolana, sino por el Amazonas o el Delta Amacuro, los vemos dueños de tierras, de minas, de armas, de mafias con lo nuestro. O con lo que debía ser nuestro. En algún momento nos convertiremos en inquilinos mal vistos en nuestro país, donde desde ya se genera esta sensación de que estorbamos a los fines de los extranjeros, para quienes los venezolanos somos una zona económica especial, cada uno.

El chiste viene porque la Fuerza Armada debía ser custodia absoluta de la soberanía y de las armas. Y así, toda la situación anterior,  a la que le sumamos la revolucionaria toma de territorios citadinos por colectivos; carcelarios y no carcelarios por los pranes, trenes de toda índole que funcionan mejor que el Metro de Caracas, los malandros instaurados y «protegidos» en La Vega, la Cota, Petare y pare de contar, pone en duda la existencia misma y la razón de ser de la Fuerza Armada. Un ente misterioso, vago, entre tinieblas, que tiene unas ocupaciones constitucionales de las que precisamente no se ocupa y ejerce otras funciones, como las políticas, que no son para nada constitucionales y se involucran en negocios de toda onda que van desde lo televisivo o bancario hasta la venta de combustibles o comida. Pero la palabra soberanía no la ubican en su diccionario y aquello del control o la custodia de la armas de la República o las que allí hubiera tampoco lo procesan como su responsabilidad. Un ente inerte, gaseoso y material, eso sí, fundamentalmente enraizado con lo material.

De esta lo modo, los venezolanos no tenemos, en esta nueva oleada de toma territorial, armada, la intención de convertirnos a otro idioma, por ejemplo, por mal ejemplo, el ruso; ya teníamos bastante con el sonsonete cubano que nos habían  impuesto los supuestos médicos que llegaron al país con poco conocimiento de medicina, pero ávidos de desarrollarse en la tecnología, en sus capacidades de espionaje, en la compra de aquellos productos que en la isla no podían disfrutar y ahora aquí tampoco, cosa de costumbre de-vuelta. Habrá que revisar una vez más el concepto de soberanía, no digo el de patria, ni el de propiedad. Total, para nosotros la patria es América, y modernizándonos, por extensión renovadora de la revolución roja, también lo es Asia, parte de Europa y algunas islitas no tan vírgenes. Conquistados y entregados. Ni sabemos ni quiénes somos. Tampoco dónde estamos. Pregunten a esos más de 6 millones de «compatriotas» que deambulan expropiados, expatriados. Hasta la soberanía nos extraviaron.

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