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¿Comer del gobierno?

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Otra vez, y a propósito de un trino en la red social Twitter, me hallo inducido a escribir sobre lo que creo se trata de una equivocación de muchos usuarios que, ignorando o fingiendo ignorar, confunden alegremente el significado de las figuras de Estado, Gobierno y Nación.

Queda claro que Twitter es una jaula sin puertas ni ventanas, donde cada quien hace lo que le da la gana. Una enredadera donde cada cual va de su cuenta. Nunca mejor dicho.

Por la amenaza de Diosdado Cabello, según la cual solicitaría (dice él que con derecho) al CNE las listas de los que firmaron o van a firmar la realización de un referéndum revocatorio del mandato de Nicolás Maduro, señalé y hoy lo reitero, que eso posiblemente tendría efectos similares a las llamadas listas “Tascón”, “Maisanta” e “Istúriz». Solo dije eso. Bueno, agregué hacer sido víctima –como muchos– de los diabólicos efectos y consecuencias de la aplicación y del uso malvado de esos listados.

Puedo entender –lo dije en mi artículo anterior– que eso es parte de la dinámica de las redes sociales; pero no al punto de tener que soportar denuestos y estupideces de necios que no solo escriben en las paredes, sino en las redes también. Escriben como Remedios la bella, que dibujaba animalitos en las paredes con una varita embadurnada de sus heces.

Cuando escribí que había participado en concursos de credenciales para ingresar (o reingresar) a la administración pública, me increparon que eso no podía ser, pues yo aparecía en las aludidas nefastas listas. Ahora resulta que para muchos y tantos ignaros, ejercer un cargo público de cualquier órgano o institución dentro de la estructura del Estado, a su vez administrado por el gobierno de turno, debo permanecer en silencio y no opinar sobre los desmanes, desatinos y excesos de la política gubernamental, ni sobre graves hechos de corrupción. Algunos adujeron: “cómo es eso, pretender ingresar a la administración pública y comer del gobierno” (sic).

Muchos son los que creen que el ejercicio de un cargo en la administración pública, significa colocarse un bozal de arepa, no solo en la boca sino en los ojos. Son muchos los que en lugar de corazón tienen una alcancía, y los que antes se daban golpes de pecho, hoy aplauden como focas todo cuanto haga, piense u ordene el gobierno que regenta el ch… abismo. Dicho de otro modo, no le ven errores, omisiones o desaciertos, y todo les parece color de rosa.

Recordemos algunos conceptos: la nación está formada por el conjunto de los ciudadanos que habitan un territorio, con diferencias y convergencias, identidad, valores y principios. Al servicio de la nación deben estar Estado y gobierno.

Al Estado lo integran las reglas que habrán de regir el destino, el desarrollo y las instituciones; y el gobierno es el encargado de administrar dichas reglas.

Repito, siempre subordinados a la nación integrada por los ciudadanos, que en el caso venezolano (por fortuna) hemos decidido adoptar la democracia como sistema de gobierno. Nación que dijo NO en 2007 a la pretensión autocrática de una reforma constitucional, violatoria de principios elementales de la misma Constitución vigente, concentradora de poder y orientada a un mayor control social.

Por suerte, la nación venezolana ha alcanzado niveles significativos de madurez política, de profunda e inalienable convicción democrática y sencillamente, no se dejó meter gato por liebre.

En Venezuela, un país declarado constitucionalmente como un Estado democrático y social de derecho y de justicia, en cuya carta magna se propugna: Artículo 19. «El Estado garantizará a toda persona, conforme al principio de progresividad y sin discriminación alguna, el goce y ejercicio irrenunciable, indivisible e interdependiente de los derechos humanos. (omissis)» 

El Estado, a través del gobierno que es su administrador, debe asumir su responsabilidad en este delicado campo de atención social y ofrecer garantías para que ningún derecho sea vulnerado, dar una respuesta completa, oportuna, integral y acorde con los postulados de la Constitución Nacional para que la justicia, que es un valor fundamental de la democracia, se imparta sin discriminación alguna.

Así las cosas, al amigo y a todos quienes se encuentren en similar situación, ustedes trabajan para el Estado, les paga el gobierno, de modo que ejerzan libremente y a plenitud su derecho a expresar su opinión acerca de los acontecimientos que hoy se viven en nuestro país, sin más limitaciones que las previstas en la ley.

Recuerdo cuando ejercía de abogado jefe de investigaciones y procedimientos especiales de la unidad de auditoría interna del Consejo Nacional de la Cultura (Conac), el inefable Farruco Sesto, entonces minpopo de cultura, en una asamblea de trabajadores en espacios del Museo de Bellas Artes, muy orondo desembucho: “El Conac es un perro”.

No pude mantenerme en silencio y dejar pasar aquello. De inmediato, al otro día, titulé para el diario Tal Cual: EL CONAC NO ES UN PERRO. Defendí su existencia, su misión, su visión y todo cuanto había significado el organismo para el desarrollo cultural del país. Corrí todo riesgo. No me despidieron. Pero al ser suprimido el instituto, no me pagaron prestaciones sociales, mucho menos me incluyeron en el plan de jubilaciones especiales que yo mismo había corredactado. Por dicha tengo profesión liberal y he podido ejercer con decoro y responsabilidad la abogacía.

Séneca dijo: “Quien no evita un error pudiendo, es como si ayudase a cometerlo”. Que ningún bozal impida nuestros derechos, pues la dignidad, el decoro y la convicción democrática debe imponerse a la intolerancia, a la represión y al fanatismo.

El nivel de degradación lógica a que han llegado las instituciones, empujadas por la voracidad de dominio, de quienes la conducen con un sentido de posesión personalista o proselitista, es inaceptable. En contra de ese degradado nivel debemos asumir una firme posición de rechazo y de indoblegable voluntad de rectificación.

Sin más vueltas: sabemos quienes nos gobiernan y esa triste realidad podemos cambiarla en los próximos objetivos, propósitos y oportunidades que tengamos a nuestro alcance. Pero, sobre todo, con unidad de propósitos.

Sin unidad ni a la esquina.

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