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Padrino López va a la guerra… en Ucrania

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Foto Federico Parra / AFP

A esta hora los ojos de gobernantes, autoridades militares y los más destacados analistas de la geopolítica internacional despliegan sus mapas mentales, estudian las condiciones y la infraestructura de la frontera entre Rusia y Ucrania, analizan el estado de las vías y las comunicaciones, intentan desentrañar qué significan los movimientos de tropas y vehículos, se preguntan por el desenvolvimiento real de la economía rusa (para intentar proyectar cuál podría ser su capacidad para sostener una guerra que se extienda más allá de dos meses).

Pero las preguntas no terminan allí: hay otras interrogantes de importancia considerable, como qué posición tomarán países como Hungría (que comparte una pequeña parte de su frontera con Ucrania), Turquía (separada de Ucrania por el mar Negro) y la que es la mayor de las incógnitas, referida a qué hará China si la situación adquiriese las proporciones de una guerra abierta: si preferirá mantener su apoyo encubierto ―satélites, inteligencia sobre las redes, suministro de mercancías estratégicas― o si estaría dispuesta a romper el paradigma de su política exterior de no intervenir directamente en los conflictos, y en consecuencia, enviar armas, equipos militares de distinta naturaleza y hasta tropas a la guerra de un aliado, pero una guerra que, a fin de cuentas, no afecta sus intereses de forma directa. En cierto modo, lo que no se sabe es nada menos que hasta dónde podrían llegar las cosas.

Bastan esos mínimos enunciados para poner en evidencia que la amenaza de la enorme Rusia sobre la pequeña Ucrania es el más inquietante, peligroso y explosivo asunto de la política mundial en este momento. Si estallasen los combates, las consecuencias podrían ser devastadoras en vidas humanas, impactos sobre la economía planetaria, polarización todavía más intensa del planeta y, cuidado con esto, el incremento de distintas formas de terrorismo, dentro de Ucrania ―acciones de los separatistas financiados y protegidos por Putin―, y también en Europa, Estados Unidos y en otras partes del mundo.

La lista no miente. Los Estados que hasta ahora han anunciado su apoyo a la aventura militarista de Putin son todos, sin excepción, Estados delincuentes, dictatoriales, violadores de los derechos humanos, corruptos y opacos: la Bielorrusia de Lukashenko, la Siria de Bashar al-Ásad y la Venezuela de Nicolás Maduro.

En medio de esta extrema tensión, donde están confrontadas las más poderosas y sofisticadas fuerzas militares del mundo, las mejor entrenadas y equipadas, las que disponen de las más avanzadas tecnologías, las más especializadas tanto para la guerra convencional como para la guerra digital; como si se tratase de un sainete, una ópera bufa o un patético chiste que provoca vergüenza, Maduro ha anunciado el apoyo de las fuerzas militares que dirige Padrino López, a las fuerzas militares rusas, ahora mismo preparándose para invadir Ucrania.

Las carcajadas que ha provocado el anuncio no solo provienen de los estrategas de la OTAN y del Pentágono: las más sonoras se han escuchado en la sede del Ministerio dela Defensa de la Federación Rusa, en concreto, del despacho de Serguéi Kuzhuguétovich Shoigú, ministro de la Defensa del Vladimir Putin, que conoce con detalles la situación de una estructura renqueante, disminuida, empobrecida, hambrienta y, en muchas de sus unidades y funcionamiento, carcomida por la corrupción.

¿Enviará Maduro a Padrino López, a 9.700 kilómetros de su cómodo, amplio, tibio y seguro despacho en Fuerte Tiuna, al distrito de Klomivsky, por ejemplo, donde además de una estatua de Lenin, todavía se mantienen peligrosos niveles de radiación, producto del desastre de Chernóbil, metáfora de las realidades que son la naturaleza de los regímenes comunistas? ¿Puede el lector imaginarse a Padrino López (después de tomarse un selfi con la estatua de Lenin atrás, para enviársela a sus amigos del Alto Mando Militar), a 18 grados bajo cero, en medio de una tormenta, intentando avanzar hacia Kiev, abriéndose paso por caminos irregulares, cubiertos de hasta un metro de nieve? ¿Se lo imaginan, vetusto, ampuloso e hinchado, con un nuevo fusil de asalto AK-19, que lleva cartuchos de 5,56 milímetros, guiando a una tropa venezolana en camino a la capital de Ucrania?

De lo anterior se deriva una pregunta: ¿y quiénes serán los soldados que acompañarán a Padrino López en la misión de contribuir al aplastamiento de un pequeño país, a manos de una potencia totalitaria mundial? Veamos.

¿Será una selección de uniformados, escogidos de los diferentes ZODI y REDI, que se hayan distinguido por sus certeros disparos a las cabezas y los cuerpos de indefensos que protestaban exigiendo libertad y cese de la represión?  ¿En la selección se incluirán a los responsables de las alcabalas, valientes hombres de armas que extorsionan a conductores y a peatones, de modo de llenar sus bolsillos ya llenos? ¿Y si se llegaran a enviar a los propietarios de las alcabalas, quién los remplazará en sus tareas de recaudación? ¿O es que acaso enviarán a aquellos conductores, oficiales y soldados que Chávez envió a la frontera ―en el calor de sus amenazas a Colombia― y que nunca llegaron a su destino? ¿O enviarán a las mismas unidades que fueron derrotadas por narcoguerrillas en territorio venezolano?

Otra pregunta esencial y final: ¿llevará Padrino López los casi 30 kilos de medallas, insignias, símbolos y demás condecoraciones, en su mayoría otorgadas por sí mismo y que normalmente porta de un lado a otro? ¿Quién se las cuidará en Caracas, si decide no llevarlas? ¿Se las guardará el general Hernández Dala en las mazmorras de la DGCIM, donde torturan a los presos políticos militares, de forma atroz y sostenida?

 

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