Entonces, a la hora prevista y según sabían en toda la capital, empezaron a llegar los fieles desde distintos puntos de la ciudad y desde los más escondidos lugares del país. Venían personas solas, otras en grupo, a pie y hasta de rodillas. Unos llevaban distintivos y otros no. Había, eso sí, en cada uno, una mirada de adoración que buscaba el frente y veía el cielo. La feligresía avanzaba en silencio y con mucha devoción. Flores y más flores poblaron ese desierto, el olor hermoso llegaba hasta los confines. La mayoría de las personas venían de blanco. El tráfico se detuvo. Poco a poco, toda la ciudad se paró. Ahí no había bicho feo, ni siquiera había un policía de punto. No hacía falta.
¡Siempre hemos sido más los creyentes! Aquello era un gentío de buenas personas, de civiles convencidos de su esperanza. Era un acto de fe, de optimismo. Los cantos empezaron a escucharse y aquella belleza ya no paró de sonar. Era como que temblaba la tierra. Un terremoto, pues, con tantas buenas vibraciones.
Los más viejos y las señoras mayores les contaban a sus hijos y sus hijas, nietos y bisnietas cómo fue aquel milagro que acabó con la epidemia de cólera que se había llevado a tanta gente.
¡Una epidemia atroz! Entonces, los feligreses la sacaron desde su capilla y hasta esta catedral ¡En hombros! Eso es lejos y no había sino caminos de tierra y sin carro. ¡Aquí se imploró su misericordia con tanta fe que a partir de ese mismo día la epidemia se acabó! Así pasó.
Todas estas expresiones puestas afuera son asuntos buenos que están dentro de cada quien… Le escuché decir a un baqueano.
Y seguía contando el paisano: Así lo vamos recordando desde entonces y hasta ahora. Aquí estamos, devotos, convencidos de que la fe baja cerro y lo sube, camina sobre las aguas y por dentro, se riega como la verdolaga, como las raíces de la ceiba y mueve montañas. Aquí vamos, con los sones del Tamunangue por dentro y por fuera. ¡Vamos, vamos, así…! al compás del Yiyevamos
¡Y no nos para nada! ¡Ni nos va a parar! ¡Nadie nos va a detener! Aquí no hay sumisión, ni falsedades.
Amén.
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