La selección de nuevos socios para afirmar el crecimiento nacional ha dado paso a alianzas concentradas en una política internacional que obedece, en buena medida, a razones ideológicas y que, lejos de atender los verdaderos intereses de Venezuela, ha contribuido a generar o hacernos parte de nuevos conflictos. La declaración del viceministro de Defensa de Rusia en la que asoma la posibilidad de activar bases militares en Venezuela, como reacción a la posición de Estados Unidos y la OTAN frente al despliegue militar ruso en la frontera con Ucrania, ejemplifica las consecuencias negativas de algunas asociaciones buscadas y abrazadas por el chavismo primero y luego por el madurismo.
Lejos de afirmar con dignidad y seriedad una política internacional basada en el derecho y pensada en función del beneficio nacional, el liderazgo chavista y madurista ha permitido convertir a Venezuela en una ficha del damero internacional al servicio de propósitos ajenos, como los de Rusia e Irán, los nuevos socios. Frente a ese cuadro, se impone recordar que los verdaderos intereses del país se defienden mejor con una política de cooperación de alto nivel, que mire primero a los vecinos, a la región, al continente, al mismo tiempo que atienda la globalización como una realidad capaz de abrir al mundo cada vez mayores oportunidades de relación e intercambio, cooperación y crecimiento.
Europa es un ejemplo de este entendimiento. La Comunidad Europea nace del reconocimiento del valor del otro, del vecino. Responde a la convicción de que la fortaleza se construye cuando las fronteras son más espacios para el encuentro que para la separación. Europa pasó de la devastación a la fortaleza a fuerza de unidad, de planificación, de visión conjunta, de acuerdos sobre lo sustancial. Pese a las dificultades que ha venido enfrentando, el modelo europeo sigue siendo válido, y lo es en mayor medida en tanto sirve para mostrar dónde pueden estar los errores y cómo corregirlos.
En Venezuela tenemos la experiencia de un liderazgo que procuró una política de acuerdos con los vecinos, de creación de instituciones regionales con claros objetivos en términos de crecimiento económico, seguridad y estabilidad. En ningún momento se permitió que el país se convirtiera en pieza de cambio en confrontaciones como las de la Guerra Fría. Relacionarse en primer término con los vecinos, con quienes te puedes entender, rindió siempre más frutos que probar relaciones exóticas, con otras civilizaciones y, sobre todo, con otros intereses.
El panorama latinoamericano del momento no hace pensar, lamentablemente, en una comunidad integrada, coherente, consciente de las fuerzas y potencialidades que podrían derivarse de la unión. En el estudio “América Latina: nuevos y viejos esquemas”, presentado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, el catedrático Josette Altmann señala que la integración en América Latina puede ser vista como una integración de corte político y comercial en el siglo XIX, de corte económico en el siglo XX y de corte social y político en el siglo XXI. En unos momentos han proliferado esquemas más pragmáticos, con especial foco en el comercio o en la concertación política; en otros, esquemas marcados por un visón y una postura ideológica. La pretensión de convertir las instituciones de cooperación regional en instrumentos de difusión y control ideológico ha pesado en la fragilidad de esas mismas instituciones y ha puesto barreras a un esquema de cooperación productiva y generadora de bienestar.
La constatación de estas dos últimas décadas para Venezuela es que nos hemos ido aislando. El aislamiento de los cercanos ha corrido paralela con una mayor dependencia de socios lejanos, en una relación que ha probado no conducir a nada positivo. Al contrario, quienes tienen algo que ganar son los países que aspiran a aprovecharse de nuestras urgencias para utilizarnos en su propia guerra. No es exagerado afirmar que hemos perdido confianza y capacidad de influencia en la región. Y no es fuera de lugar preguntarse sobre quién quiere estar vinculado con un país cuyas decisiones han quedado en manos de los nuevos socios.
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