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¿Avalanchas? Algunas de ellas

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Se piensa cuándo se habla de “avalancha” en algo inesperado por la acción humana o la naturaleza. Conglomerados celebrando algo bueno o censurando lo malo, reclamando sus derechos o protestando al desconocérseles. En principio “una avalancha de críticas”, que en algunos casos puede causar más desastre que las “de lodo”. Por supuesto, lo peor sería cuándo las dos se unen, no improbable.

La humanidad ha acudido a mecanismos para aminorar sus consecuencias. Uno de ellos, “el Estado”, por allá en 1648 y 1789, con el Tratado de Westfalia y la Revolución francesa. A Estados Unidos se atribuye haberlo dibujado en su Declaración de Independencia (1776), pero con mejores trazos en su histórica Constitución (1787). Se afirma, que para “armonizar intereses individuales y comunes, en procura de seguridad, libertad, propiedad y felicidad”, pudiéndose acotar que con otras palabras es el mismo espíritu de la carta magna en Francia en 1791.

El universo hizo suyo “el sistema liberal-capitalista”, fundamento, en rigor, de la denominada “democracia liberal”, proceso que avanza con la derrota del fascismo y el comunismo. Una mayoría de pensadores concluyó que la humanidad la había abrazado, por lo que los niveles de igualdad social estarían a la vuelta de la esquina. El mundo, “prodigioso, productivo y fecundo”. Libertad, abundancia y oportunidad, para todos. Leemos El estado liberal sustentado en el reconocimiento al derecho universal del hombre y por ser “democrático”, con “el consentimiento de los gobernados”.

Esta “avalancha es esperanzadora”, no obstante, condicionada al “ser humano y a lo humano del ser”, en principio, una tautología, entendible aceptando que como “sapiens” racionalizamos en el entorno de lo sucedido, lo que ocurre y proyectamos. Sin embargo, unos cuantos somos irracionales. Y, particularmente, en ponernos de acuerdo para superar las inevitables desigualdades, ruta para satisfacción y tranquilidad, sentimiento con el cual nos depositaron en esta tierra.

Pareciera oportuno preguntarse ante esta verdad incuestionable, si es ella la que potencia las guerras, las conquistas, las revoluciones, las democracias y las dictaduras. Un camino sinuoso para materializar algo tan lógico como la convivencia humana conforme a patrones de una aceptable civilidad.

En esencia no se trata de que “todos seamos ricos, pero, tampoco, todos pobres, de un solo color de piel y de cabello liso, bellas las hembras sin excepción y en los machos ningún feo». No es tampoco una igualdad absoluta, pero si relativamente aceptable. Ese es el nivel de equivalencia con cuya aspiración nacimos, meta delegada al Estado y sus gobiernos. Su relativísima materialización tiene en jaque al mundo. Y desde ya algún buen tiempo. A la fecha la situación la conforman capítulos que se creían fracasados. Su vigencia “no las para nadie”. La conflictividad interna de potencias mundiales, como Rusia ante Crimea y Ucrania, potencian las guerras entre unas y otras. Y ello es bastante.

Es probable que con la desintegración de la URSS, se haya abierto un boquete para que se colara la democracia y la libertad que a ella nutre. Pero no todo lo bueno es perfecto, pues no condujo a que la gente pasara a comportarse en atención a la libertad, la primacía de la ley, los derechos humanos y la separación de poderes, metas todavía en “lontananza”. El Estado y la Iglesia, en pleitos, pues las religiones, sin homogeneidad, prosiguieron. Un serio reto para Occidente que persiste.

Las avalanchas, pues, ilustran en lo relativo a quiénes fuimos, somos y seremos, lo que nos acompaña desde que nos colocan por aquí hasta que nos despiden sin destino cierto. En las recientes avalanchas, la igualdad de género, la reivindicación de la homosexualidad, el cuestionamiento del papado y la nomenclatura diversa de dioses, gobiernos de tramposos, las economías alimentadas con dinero mal habido y el flujo de enormes montos de los alucinógenos, cuyo consumo por parte nuestra revela que cuesta poco poner de lado la racionalidad. El reinado del emparejamiento, “la virginidad”, trofeo de la esposa enamorada, dejó de ser su primer susto en la luna de miel. Las tradiciones, cuestionadas.

América Latina no deja de ser un ejemplo si leemos de Gabriel García Márquez Desde París, con amor (Diciembre, 1982). “En la capital francesa, narra Gabo, el ambiente pesado, la guerra por la independencia de Argelia, la policía allanaba hogares de buena y mala vida. Fui más de una vez apresado en los bares de árabes del Boulevard Saint-Mitchel. Una vergüenza, no distinguíamos claramente las razones políticas y las comunes, obra de nuestros adultos mayores”. El lector, quizás, encuentre más clara “la avalancha” cuando Gabo escribe: “Sin embargo, el París de entonces no era únicamente el de la guerra de Argelia. También el del exilio más generalizado que ha tenido Latinoamérica en mucho tiempo. Juan Domingo Perón estaba en el poder en Argentina, Odría en Perú, Rojas Pinilla en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela, Anastasio Somoza en Nicaragua, Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana y Fulgencio Batista en Cuba. Éramos tantos los fugitivos hospedados en el Hotel Grand Saint-Mitchel, que el poeta Nicolás Guillén se asomó una madrugada por la ventana de su habitación gritando ‘Se cayó el hombre’. Nuestra alegría, frustrada, pues cada quién creía que había sido el dictador de su propio país. No, Fulgencio Batista”. Hoy el escenario persiste en el continente, con muy pocas excepciones.

Nombres distintos, pero de la misma esencia

¿Habrá sido el lector víctima de su propia avalancha?

¡Quien escribe, sí!

@LuisBGuerra

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