El retorno a la presencialidad en las clases es sin duda una fuente de alegría para quienes somos profesores. Después de dos años de virtualidad, volver a ver las caras de los alumnos ha sido maravilloso. Verlos por zoom y luego en persona es una diferencia enorme que añade mucho al trato cotidiano cuando se ve por fin a la gente. Que lo reconozcan a uno por la voz es extraño cuando uno se encuentra con exalumnos de estos tiempos de pandemia. Las plataformas son buenas, pero ninguna suple la presencialidad. El alumno que uno pensó más robusto es delgadísimo, el que uno imaginó alto es bajo de estatura. Todo es diferente, porque en definitiva, no se ve a las personas como ellas son. Estas semanas han sido de reencuentro con el lugar de trabajo y sobre todo con la gente, con los muchachos.
Las relaciones cara a cara no pueden suplirse con ninguna otra modalidad, por buena que sea, porque ver a la persona, escuchar su voz viendo su rostro, sus gestos, los colores de la ropa, su presencia en el salón, en el pupitre, en los pasillos, es la verdadera realidad. Pienso que todos hemos aprendido a valorar lo que significa el trato personal sin la mediación de la pantalla que, no dudo que sirve para muchas ocasiones, pero no es nunca la cotidianidad de la verdadera vida.
No sabemos qué pasará con el futuro de esta pandemia, pero haber podido regresar a la presencialidad ha sido muy bueno para agregar calidad a las relaciones personales. De lejos, mediados por pantallas, es difícil conocer a la gente. Se conoce siempre algo, pero nunca el todo. Se ve que los hombres estamos diseñados para el diálogo, para la interacción y la presencialidad, y no tenerlo es frustrante. Nos deja incompletos.
Ojalá que esta vuelta progresiva a la vida como era antes nos ayude a relacionarnos más y mejor con quienes nos rodean, con quienes hacemos comunidad. Esta experiencia me recuerda a los filósofos que escribieron tanto sobre el diálogo, las relaciones interpersonales, el amor, el trato yo-tú, yo-nosotros, porque aunque sus circunstancias eran peores que las nuestras -eran de guerra y posguerra- experimentaron también la ruptura de la cotidianidad y reflexionaron sobre cómo podían aprender de esa catástrofe que es la guerra para salir adelante. Pensaron sobre cómo debía ser de verdad la vida a raíz del contraste con tanta brutalidad y destrucción de la persona.
En la medida en que el conocimiento de alguien es mayor, el trato es más intenso y la intimidad crece. El amor, por tanto, también. Y esto solo se logra con la presencialidad: con el hecho de ver a la cara a la gente, aunque sea con mascarilla, para hacerse cercano.
Es eso: la cercanía, la realidad como ella es, ver a las personas como son. Esto puede ayudarnos también a convencernos de que para salir de esta situación tenemos que asociarnos, cada uno en su ámbito, para generar comunidades que reclamen, que peleen por sus derechos, que busquen juntos el camino a la salida de esta crisis.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional