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Método infalible para despertar a un visitante con jetlag

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Habían pasado nueve horas de vuelo atravesando la mar océana y creo podría estar tan cansado como Colón y sus navegantes después de aquella travesía en barco de tantos y tantos meses de duración que la tripulación se iba a comer al almirante.

Después fueron varias horas más de tren desde el aeropuerto hasta la estación alemana donde, ahora sí, estaba más perdido que la hija de Lindberg porque no entendía ni media batata de lo que allí se hablaba.

¡Por fortuna apareció el amigo que nunca falta! ¡Apareció quien sería el anfitrión magnífico, el salvador pues! ¡Nos encanta un salvador! Venía con una mujer blanca. Podría pasar por alemana: ojos claros, cabello rubio… Pero había aspectos en ella que la delataban antes de hablar: usaba lentes de contacto colorizados de verde y Koleston de Schwarzcof N° 12-19 que pone catire hasta al negro Lotario. Y cuando habló, se develó completo su origen nacional, patriótico, criollo, coterráneo, colegallo, endógeno mismo; con un dejo en la voz inconfundiblemente heredado de Lupita Ferrer. Sí, ya en sus primeras palabras se podía precisar un matiz tragicómico, una voz de telenovela propia de la histeria adquirida por quien se ha fajado a ver tantos culebrones como para aprendérselos de memoria.

La criolla nacional se retiró y los amigos se fueron a recorrer las calles de la ciudad nocturna. Se olvidó el cansancio, pero no había pasado el jetlag; después de muchas cervezas se fueron a dormir como a las tres de la mañana, pero como quien escucha una música estridente dentro de su cabeza al amigo visitante le costaba conseguir el sueño, aun en la cómoda cama preparada por Lupita.

No se podía dormir. Pensaba en la agitación del viaje, en las personas con quienes había celebrado, en la nueva ciudad que conocería luminosa al día siguiente, en la familia que había dejado, en las rutinas que había roto y en el tiempo conquistado para hacerse de unas vacaciones merecidas como esa, en el pijama caliente donde estaba envuelto, en las luces que se veían lejanas por el ventanal de la habitación como ojitos haciendo guiños… y así-así-así, finalmente, contando estrellas y cotejándolas con las lucecitas, alcanzó a dormirse un par de horas después.

Pero a las cinco y media de la mañana ¡en punto de suspiro! el hombre escuchó una soberana flatulencia, sonora y sentida, que vino del baño. La ventosidad, única y ronca, lo sobresaltó. No fue su anfitrión que dormía enfrente porque tenía la puerta cerrada. Detrás de la sonoridad, un portazo como para que no se esparciera la fetidez. Se despertó el visitante. Se le abrió un ojo como llevado por un resorte. Luego una ráfaga como de metralleta sin sordina en el mismo volumen que el anterior que retumbó con la puerta cerrada. Al naufrago con jetlag se le abrió el otro ojo y ya no pudo dormir más.

La puerta del baño se abrió y se oyó un chancleteo corrido: chas-chas, chas-chas, chás-chás, …. La mujer como que se dio cuenta de la hora, se detuvo y levantó los pies. Hizo un silencio, pero de semifusa. El visitante respiró, agradeció el corto silencio, pensó que ahora sí iba a poder dormir. Los ojos le dolían del ardor. Respiró profundo. Comenzó a hacer ejercicios de relajación y concentración a ver si podía cerrarlos suavemente cuando escuchó que serruchaban un pan duro; luego levantaban la tapa de una pesada tostadora, la cerraban; abrían la nevera, sacaban alguna botella, cerraban la nevera. Silencio. Volvió a la respiración y a contar las lucecitas y las estrellas, los ojos dolidos de ardor ¡por fin se habían acabado los ruidos, ahora sí iba a dormir! Cuando escucha que le pegan un mordisco al trozo de pan que acaba de sacar Lupita de la tostadora, y otro y otro mordisco y un trago que suena en el garganteo y un eructo y dos y ya se acabó el jetlag, pero se compuso la Sinfonía para un Amanecer Obligado. Para más ñapa, Lupita empieza a hacer un sonido como de perro tragando hueso de pollo, porque se le ha atascado una miga de pan en el guargüero y entonces el visitante no puede más y se levanta además como para ver si llega a tiempo para que Lupita Ferrer no se ahogue y ella, al verlo, le pregunta muy tranquilaza:

– Buen día ¿Estabas dormido?

– No, disculpe, estoy sonámbulo. Puede seguir haciendo ruido que yo no escucho.

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