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No olvidemos el drama de Venezuela

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gobernador de Barinas

Juramentación de Sergio Garrido | Foto: El Nacional

Somos de olvidar rápido y pasar páginas a velocidades impresionantes. Lo que está en el tapete ahora es la “elección” por cuarta vez consecutiva de Daniel Ortega y su impresentable esposa Rosario Murillo en Nicaragua, juramentados el pasado 9 de enero. Para los norteamericanos, responsables por su miopía política de muchos de los errores de nuestra corrupta clase política, el asunto se resuelve con más sanciones a funcionarios nicaragüenses que, al final, solo quedan en eso: sanciones. A estas alturas a ningún nica orteguista importará un comino que le quiten la visa o prohíban tener tarjeta de crédito Visa o Mastercard. Al cabo de dos meses, volverá todo a olvidarse y nadie se acordará siquiera dónde queda Nicaragua. Se seguirán haciendo negocios por debajo de la mesa, como siempre.

Igual ha pasado en Venezuela, ilusamente haciéndole creer a la gente que dentro de las opciones de Trump, como él mismo decía, “no estaba excluida” la invasión militar a ese país. Algo que se sabía nunca ocurriría pero que puso en manos del Gran Imperio la solución de la crisis política venezolana. Muchos se molestaron conmigo porque decía que lo de Panamá era irrepetible en ningún otro país americano y la crisis venezolana se resolvería, aunque con muchas dificultades, con su propia gente. El resultado fue doble: arrinconaron tanto al chavismo que estrechó peligrosamente lazos con Rusia, China, Irán y Turquía, convirtiéndoles en actores principales de cualquier solución en la tierra de Bolívar. Por otro lado, se multiplicó la división en la fraccionada oposición de ese país. Resultado: empeoramiento de la crisis social, económica y política. Perjudicados: los más pobres que cada día, huyendo, inundan países vecinos.

Lo ocurrido en Barinas el 9 de enero podría decirse que es un engendro que se da, a pesar del gran divisionismo opositor. Unos querían ir a la elección; otros que ello equivaldría a hacerle el juego a Maduro. En las elecciones del 21 de noviembre en Barinas ganó la dividida oposición, pero por estrecho margen. Era la primera vez que la familia Chávez perdía ese feudo en 22 años de dictadura chavista. No lo podían tolerar y caprichosamente anularon las elecciones, convocando unas nuevas para el 9 de enero. Expulsaron a los observadores europeos porque en ese país, donde solo se admiten focas (porque solo aplauden), señalaron muchas irregularidades.

Invalidaron al candidato ganador, a su esposa y a dos aspirantes más. El chavismo importó de Caracas su candidato estrella, Jorge Arreaza, exyerno de Chávez, excanciller y exvicepresidente. Llenaron a Barinas con más de 25.000 fuerzas militares, entre el Ejército y maleantes colectivos para intimidar a la población. Repartieron toda clase de obsequios y dinero. Nunca en Barinas había habido tantos dólares. Ministros y gobernadores chavistas se trasladaron a Barinas a hacer campaña. Inventaron, no se sabe a qué precio, otro candidato “opositor”, Claudio Fermín, exalcalde de AD en Caracas. De nada valió todo aquello: la oposición ganó por mucho más de lo que le concedieron: 16 puntos por encima del todopoderoso Arreaza.

Lo ocurrido en Barinas tiene una doble lectura. Para la oposición, demostrar de una vez por todas que pueden trabajar juntos hacia un objetivo común: el fin del narcoestado. Lastimosamente, tantos años de régimen populista ha hecho caer en tentaciones a muchos “opositores”. Es el momento de deponer individualismos y enfermizos narcisismos y pensar en Venezuela. Este año se puede dar el revocatorio contra Maduro y sería un excelente ejercicio, siempre y cuando todos remen hacia el mismo puerto.

Para el chavismo la pérdida de Barinas debe leerse como la expresión de hastío de la población de todo lo que huela a ellos. Votó por Sergio Garrido, el nuevo gobernador, porque vio en él, la unidad opositora, el principal temor de Maduro y Cabello. Por eso es que juegan tan en serio al fraccionamiento del enemigo.

Se dan cuenta de que ya no son la unidad monolítica que podría alardear en tiempos de Chávez. Las peleas internas hacen de su partido, el PSUV, un nido de víboras peleándose entre sí.

Todos los que queremos ayudar a Venezuela tenemos que remar hacia la unidad de objetivos frente a un régimen podrido en corrupción y violación de los derechos fundamentales de los venezolanos. Para lograrlo, es necesario e indispensable que los venezolanos, como decimos los panameños, se dejen de pendejadas y terminen unidos, así como en Panamá lo hicimos contra Noriega.

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