Para Carl Jung, el símbolo implica algo desconocido u oculto. Un símbolo puede dar forma a lo que no tiene forma, pudiendo así materializar lo que antes era solo sensaciones, ideas, intuiciones, creencias o valores. Los símbolos activan las «resonancias» en el interior del individuo. Cuando la mente se propone explorar un símbolo, llega a ideas que van más allá de lo que nuestra razón puede captar, son “potenciales energéticos psíquicos” constitutivos de toda actividad humana. (C.G. Jung, El hombre y sus símbolos, 1964). Los símbolos tienen repercusiones insospechadas en la psiquis de un individuo, de un grupo o de una sociedad. De allí, que la prudencia enseña a no desvirtuarlos.
Sin entrar en el análisis del surgimiento de los mitos colectivos y de aquellos que en su nombre los utilizan, pero sí en el terreno de las analogías políticas, ésta en particular que abordo a continuación, presenta rasgos interesantes por el uso esotérico de los símbolos para el empoderamiento de un caudillo, en este caso, el de Hitler y el nazismo.
Desde sus inicios, el nazismo estuvo plagado de ideas esotéricas. Michel Tournier narra la jornada trágica en que terminó la conspiración e intento de golpe de Estado de 1923, en la que Hitler conservó la bandera estampada con la cruz gamada empapada en la sangre de los caídos (die Blutfahne) y que, a partir de 1933, era exhibida dos veces al año para celebrar el fracasado golpe de Estado con una marcha sobre la Feldherrnhalle de Munich, pero sobre todo en septiembre en ocasión del Reichsparteitag de Nuremberg que constituía la cúspide del ritual de masas del partido nazi. En una tribuna en forma de altar, frente a decenas e miles de vehementes seguidores que colmaban el templo virtual que conformaban las columnas de luz de 150 reflectores apuntando al cielo, el visionario del futuro “Hombre Nuevo” y de una “nueva raza de superhombres”, el gran oficiante de ese culto, actuaba ceremoniosamente: “Cual semental que fecundase a una sucesión indefinida de hembras, la Blutfahne era puesta en contacto con los nuevos estandartes que aspiraban a la inseminación del Führer. El gesto del Führer, dando cumplimiento al rito nupcial de las banderas, es el mismo del reproductor guiando con su mano la verga del toro en la vía vaginal de la vaca” (Le roi des aulnes, Paris, Gallimard, 1970).
El tema recurrente del discurso de Hitler versaba sobre “el mandato que había recibido del pueblo, para sacarlo de su esclavitud y liberarlo”, la “defensa de la Sangre y de la Tierra” (Blut und Boden), idea representada por los colores rojo y negro de la bandera nazi, así como la voluntad de “una Alemania sólo para los verdaderos alemanes”, ya que los que no eran nazis, eran considerados alimañas, gusanos, piojos, escoria que deberían ser aniquilados. Para cumplir con ese propósito, la gnosis nazi se alimentó de toda una suerte de símbolos ancestrales y héroes de un pasado mitológico, así como de elementos sincretistas inspirados en diversas religiones y creencias.
Entre otras inclinaciones providenciales, Hitler se creía ungido de poderes sobrenaturales, de allí que ordenara a Himmler la creación de la Ahnenerbe o secretaría para estudios de ocultismo, encargada de localizar y traer a Alemania reliquias y talismanes como las Calaveras de Cristal de los Mayas, la Piedra del Destino o la Roca de Jacob (actualmente en la abadía de Westminster en Inglaterra y usada en la coronación de los reyes), la Lanza de Longinos (Viena), el Santo Grial (Francia) y el Arca de la Alianza (Israel), para empoderar al Führer y a su “mandato de mil años”. Para satisfacer el delirio de Hitler y sus SS, Himmler creó en febrero de 1935, un importante centro esotérico ubicado en el castillo triangular de Wewelsburg, concebido como el lugar propicio para el establecimiento de lo que luego sería conocida como la “Orden Negra” u “Orden de la Muerte”, que adoptó como insignia la calavera sobre unos huesos cruzados (Totenkopf) y un extraño culto ceremonial a la muerte para la iniciación de sus integrantes. El punto central de las edificaciones de Wewelsburg sería el Obergruppenführersaal, lugar donde se levantaban trece plataformas en torno a una mesa tallada en piedra bajo una bóveda que lucía una esvástica. Directamente debajo de ésta se encontraba una especie de templo llamado el “vestíbulo de los muertos”, lugar donde se conservaban los restos de antiguos héroes, utilizado para la realización de rituales y sesiones de magia negra, sirviendo a la vez de escenario para la iniciación de los escogidos. Entre las muchas ideas que surgieron de ese “templo”, la más demencial fue la del genocidio de seis millones de judíos. Según Francis King, “la política de Hitler se correspondió con el comportamiento de un ser necrófilo que ha pactado con los poderes del más allá. La esencia de ese pacto es la muerte y se expresa en la perversidad, la sangre y la destrucción” (Satan and Swastika: The Occult and the Nazi Party, 1976).
Los símbolos que emplearon los nazis para la destrucción del viejo orden y la instalación a perpetuidad del III Reich, se revirtieron contra ellos mismos. La cruz gamada, “Swástica” en sánscrito, era un positivo y poderoso símbolo solar, eje del mundo y de la vida del misticismo hindú y de otras culturas protoeuropeas, pero al ser copiada por los ideólogos del esoterismo nazi, fue adulterada deliberadamente al cambiar de dirección la rotación de los brazos, transformándola en un símbolo de destrucción y muerte. El Führer quien, a la vez, encarnaba al Pueblo, al Estado y el Partido Nazi, vivió su propio fin entre los escombros incendiados de la otrora poderosa Alemania, suicidándose en un oscuro bunker, dejando tras de sí un continente destruido y millones de muertos.
Salvando las distancias y los personajes, es imposible no aludir a lo ocurrido en Venezuela con la implantación del socialismo del siglo XXI. La pretendida refundación del país emprendida por Chávez se inició con la transformación de la historia y de los símbolos patrios. No contento con cambiarle el nombre al país, modificó la bandera y al escudo nacional le invirtieron la dirección hacia donde el caballo allí estampado solía cabalgar. Transformaron el rostro de Simón Bolívar en un zambo a imagen y semejanza suya. Chávez en persona dirigió la profanación del sarcófago del Libertador para utilizar sus huesos en rituales de empoderamiento de la santería cubana. La retórica genocida y necrófila que impuso con el “Patria, socialismo o muerte”, se convirtió en la política criminal de Estado que desde entonces flagela a los venezolanos. La espada libertadora de Bolívar fue mancillada al ser ofrendada a dictadores, terroristas y genocidas de toda calaña.
En vez de marchar hacia el futuro, el bravío alazán del emblema patrio comenzó una cabalgata a la inversa, hacia un pasado violento y tenebroso. De las cornucopias del escudo dejaron de brotar los frutos de la tierra, dando paso a la ruina y a la penuria que, desde entonces, reinan sobre la patria. Con la inversión de los símbolos patrios comenzó la decadencia del país. Al mismo Chávez lo alcanzó una muerte temprana, dolorosa e inesperada. Según Tournier, “hay un pavoroso momento en que el símbolo invertido y ultrajado, se convierte en demonio y devora al portador”.
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