Película existencial con casting de chicos guapos y bohemios de clase media.
Cannes tuvo varios episodios así, y procede a empaquetarlos para una audiencia hípster en crisis, cuyos miembros se identifican con los conflictos de los personajes, bien desarrollados por cierto, del nuevo largometraje de Joachim Trier, un realizador del canon de David Elrich, es decir, del cine neoqualité de hombres y mujeres bellos con problemas del corazón y la mente.
The Worst Person in The World cuenta la historia de una chica dividida entre dos romances, pasando rápidamente de un plano objetivo de situación, a otro de subjetividad pesadillesca y depresiva, donde la joven se sumerge en el surrealismo trendy de una ciudad zombie y de una vida paralizada.
Mi inconveniente con la película radica en la estilización publicitaria y carente de identidad de la mayoría de sus encuadres, escenas y acciones, que gratifican la forma despersonalizada de la televisión o los contenidos por streaming, siendo igual a la fotografía de cualquiera de las cintas artie e indies que circulan por las redes de Netflix, Amazon y HBO Max.
Un tema de la homogeneidad de las cámaras y los empaques que estamos consumiendo, que han terminado por unificar y restar fuerza salvaje a las obras que vemos en el circuito de los festivales.
Sumado a ello, la crítica parece levantar pulgares siempre y terminar por comprar el filtro, que parece de Instagram, para creerse la mentira de un arte alternativo que evoluciona y ofrece recambio.
De repente, con este cine pos Sundance, pues nos vamos acostumbrando a celebrar y coronar proyectos como The Worst Person in The World, independientemente de sus auténticos hallazgos y virtudes experimentales, que pongo en seria duda.
Es en el guion donde el filme consigue una narración más contemporánea, moderna, fluida y deconstruida, que el pulido de las imágenes niegan y encapsulan por los rumbos de la convención del europuding o del cine de las superficies de los ochenta, con aquella generación francesa que fascinó al mundo por su manera de relatar los mismos versos y las mismas canciones, pero con el poder y la caña de un Leos Carax, de un Jean Pierre Jeunet.
Convengamos que Joachim Trier tiene sus propios antecedentes en la cultura audiovisual de los países escandinavos, refrendando una tradición nórdica de autorismo bien filmado con altos estándares de producción.
En consecuencia, The Worst Person in The World gana sus principales puntos en la creación de una atmósfera cónsona con la realidad de una mujer que no termina de encontrarse a gusto dentro de los corsés y las obligaciones del compromiso, de la ortodoxia en pareja.
Ahí el filme alcanza una liviandad profunda, que es de agradecer como espectador, al tomar el camino de un cuento moral de Érich Rohmer o algo por el estilo.
De repente, la mezcla de texturas y planos temporales, refresca un libreto que ya contaron Buñuel y Godard, con mayor desparpajo, descontrol y sobre todo de agitación.
No corren buenos tiempos para la vanguardia, o quizás no estamos buscando en el lugar adecuado, porque The Worst Person in The World es acaso logradísima para su audiencia, aunque inofensiva e instrumentable por el mainstream.
Cosas de la época estancada, ensimismada e insatisfecha.
Un sentimiento que expone la película en su bucle agridulce.
No es una película que recordaré con especial emoción e interés el próximo año.
No es una película que volvería a ver.
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