En los últimos días hemos asistido a un hecho esperado y preocupante según los medios de comunicación: la coexistencia en una persona de dos virus a la vez, el de la gripe y el SARS-CoV-2. Tal es así que ya tenemos nombre para la nueva infección, la flurona, que anda en busca y captura por las autonomías. Por favor, no la confundan con un compuesto químico heterocíclico del mismo nombre relacionado con compuestos fluorescentes y de uso farmacológico, porque no tiene nada que ver.
Tras dos años de pandemia era como si esperásemos a que esto ocurriera y ha tenido que venir del extranjero la confirmación. De Israel concretamente, aunque parece que ya había ocurrido antes incluso en España. Aunque ahora parece que es todo un peligro, posiblemente no sea tan fiero el león como se pinta.
Antes de activar las alarmas debemos preguntarnos si este hecho es verdaderamente importante o solo un fenómeno más que ocurre y ocurría mucho antes de la pandemia con una frecuencia mayor de la que pensamos.
Posiblemente volvamos a tener demasiado ruido para tan pocas nueces.
Virus respiratorios por doquier
Más de dos centenares de virus provocan enfermedades respiratorias en los humanos. No son pocos. De ellos, la mayoría producen síntomas muy parecidos como sinusitis, faringitis, laringitis, traqueitis, bronquitis. Es decir, infecciones del tracto respiratorio que provocan inflamación.
En cuanto a la inflamación local, solo representa la activación del sistema inmunológico frente a la infección vírica, independientemente del virus que sea.
Hace unos años se hizo un estudio sobre virus que viven con nosotros y que se localizan en los pulmones y se encontraron hasta 19 tipos diferentes. Estos virus son los redondovirus (ya se pueden imaginar porqué se llaman así) y no provocan enfermedad a no ser que nuestro sistema inmunitario ande algo maltrecho.
La relación entre virus y enfermedad es relativamente compleja ya que todo depende de la gravedad de los síntomas que produzcan. En muchos casos, los síntomas son tan leves que ni siquiera los apreciamos ya que la relación entre el virus y el sistema inmunitario no produce respuestas agresivas. En otros casos incluso los virus son útiles para prevenir otras enfermedades como infecciones bacterianas, ya que las células a las que infectan no son nuestras sino de bacterias y así controlan la población de bacterias que podrían producirnos enfermedades. Ya saben, aquello de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
La relación entre microorganismos y sistema inmunitario se establece desde que nacemos. Estamos sometidos a la invasión por múltiples organismos microscópicos de tipo bacteriano o vírico desde el nacimiento y nuestra supervivencia viene determinada por la capacidad de nuestro cuerpo para mantenerlos a raya. Las personas que sufren inmunodeficiencia saben muy bien que no disponer de un sistema inmunitario eficiente los convierten en blanco hasta del microorganismo más inocuo. Ahí tenemos el ejemplo de los enfermos por VIH y las enfermedades recurrentes y mortales que sufrían antes de que llegasen los antivirales.
Los virus de la gripe y los coronavirus no son lo mismo
Desde el inicio de la pandemia ha habido cierto recelo a la coexistencia entre la ola de gripe y la ola de coronavirus. No es porque sean dos virus similares, que no lo son, sino porque ambos pueden producir saturación del sistema sanitario por separado, como ya han demostrado.
Los virus de la gripe pertenecen a la gran familia de los ortomixovirus. En esta familia tenemos a los influenzavirus A, B, C y D. De ellos, los A y B causan la epidemia estacional que nos visita año tras año (excepto el año pasado gracias a las medidas de aislamiento social). En concreto, los influenza A son los que causan pandemias mientras que los B tienen menos recorrido, los C crean enfermedades leves y no consideradas pandémicas y los D afectan esencialmente al ganado.
Los virus de la gripe contienen dos proteinas importantes en su membrana que los caracteriza. Se trata de la hemaglutinina (H), que sirve para infectar a las células uniéndose a un azúcar de la membrana –el ácido siálico– y la neuraminidasa (N), que utilizan los nuevos viriones para separarse del ácido siálico y poder infectar a una nueva célula.
En humanos se han caracterizado 18 tipos de hemaglutinina y 11 tipos de neuraminidasa y su combinación determina el tipo de virus que nos afecta año tras año. Algunas combinaciones se han demostrado muy letales, como la H5N1, pero no han presentado capacidad para poder dispersarse entre los humanos con facilidad, por ahora.
Los coronavirus, sin embargo, utilizan otro mecanismo ya conocido. Su proteína Spike (S) se une a la proteína ACE2 del epitelio respiratorio (incluido el pulmonar) y así infectan las células del tracto respiratorio.
Otra gran diferencia entre los virus de la gripe y los coronavirus es su genoma. Mientras que en los virus de la gripe el genoma está constituído por 8 trozos de ARN negativo, el de los coronavirus está formado por una sola hebra de ARN positivo. Eso supone que el mecanismo respectivo de replicación del genoma es muy diferente. Además de que, en el supuesto remoto de que ambos virus infectasen a la misma célula, es imposible que se produzcan combinaciones de sus genomas que puedan dar lugar a un virus viable con características híbridas. La posibilidad, en el caso de que existiese, sería extremadamente remota y supondría una auténtica sorpresa molecular.
El verdadero riesgo está en los síntomas que genera
El peligro de la coinfección con dos virus respiratorios agresivos como el SARS-CoV-2 y un virus de la gripe al unísono se encontraría en la respuesta a la infección, es decir, en los síntomas. La gripe estacional es capaz de producir miles de muertes anuales por sí misma incluso en personas vacunadas, ya que sus sistemas inmunológicos no pueden atajar la infección.
Por lo tanto, si ambos virus coinfectan a una persona inmunológicamente deprimida, su acción combinada generarían síntomas ya conocidos como la neumonía, la tormenta de citoquinas y el fallo multiorgánico que también se dan en los casos de gripe, virus respiratorio sincitial, neumococos y otros patógenos respiratorios por separado.
Aparte de este problema, que ya de por sí es preocupante, las demás elucubraciones sobre la recientemente bautizada enfermedad con tan poco agraciado nombre no deben considerarse más que especulaciones carentes de una base científica sólida.
En cualquier caso, ya debería estar claro que para estar prevenidos frente a la gripe y a la infección por SARS-CoV-2 la mejor estrategia es reforzar al sistema inmunológico con la vacunación.
Guillermo López Lluch, Catedrático del área de Biología Celular. Investigador asociado del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo. Investigador en metabolismo, envejecimiento y sistemas inmunológicos y antioxidantes., Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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